Es posible que escribir una entrevista a Mauricio Redolés sea siempre una misión fallida. Por más esfuerzos que se hagan, nunca es posible dar cuenta realmente de la manera en la que habla. Muchas preguntas las responde contando historias, con detalles, nombres y lugares que solo caben en su memoria. Habitualmente, además, imita a sus personajes. Sea un escritor, sea su padre, sea un cantante de tangos, reproduce sus voces, los tonos, las inflexiones. Y está la música, claro: su relato acude a canciones que de inmediato se pone a tararear.
Esta conversación es a propósito de El estilo de mis matemáticas, el libro que Lumen acaba de publicar con los poemas que antologó Yanko González (ver detalles de la presentación más abajo). Es una “remasterización” de Estar de la poesía o el estilo de mis matemáticas, editado en 2000 y hoy difícil de hallar. “Ahí había poemas que eran Top of the pops, que la gente pedía”, explica Redolés, sentado una tarde de Jueves Santo en el café Crónica Digital de la Plaza Brasil. Ahí la gente lo saluda, hasta le pasan llamados telefónicos. Está en su barrio.
“Se mezclaban estos poemas muy pedidos con poemas que le había escrito a gente a la que le tengo mucho cariño. Tenía un amigo que vendía en la feria, ¿cómo no lo iba a citar? Lo que hizo Yanko González ahora fue tomar distancia y hacerlo estrictamente desde el punto de vista de los textos. Me parece bien”, agrega satisfecho.
La publicación de El estilo de mis matemáticas es también la reaparición de Mauricio Redolés luego del accidente cerebrovascular que sufrió en agosto del año pasado, del cual todavía se recupera, con sesiones de terapia en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile. Todavía no puede volver a tocar la guitarra, pero eso no lo inquieta: “Si no pudiera cantar, ahí sí me preocuparía”, dice.
Hoy, Redolés tiene energía: retomó la preparación de Viejitas pero enchuladas, el disco de música norteña que estaba grabando junto a Daniel Guerrero (La Sociedad) antes del accidente; y avanza en otro libro, construido con recuerdos a la usanza de Me acuerdo, de Georges Perec. No es algo reciente: hace años, ya la Fundación Neruda publicó un conjunto de recuerdos firmados por Mauricio Redolec.
Redolés tiene energía y también tiene ganas de hablar. Sin siquiera preguntárselo, por ejemplo, se larga a comentar las próximas elecciones. Dice que Alejandro Guillier es “una figura de la televisión, sin contenido” y que su candidatura le parece absurda. Muestra también todos sus reparos con el Frente Amplio: “En cuatro años, el gobierno entra y tiene que salir al tiro, entonces el gobierno que llega hace borrón y cuenta nueva, vale decir, la política de Pinochet, que es la misma política del Frente Amplio”, lanza.
¿Cómo fue eso? “El Frente Amplio es igual que Pinochet. O sea, llegamos y todo de nuevo, nosotros traemos la verdad. Me parece una patudez, una falta enorme de sentido común. Pero si vas a poner eso, pone también que soy un gran admirador de (Gabriel) Boric, porque las cosas no son en blanco y negro”.
A Redolés le molesta, sobre todo, el trato que los profesores han recibido durante la tramitación de la Reforma Educacional: “La Camila Vallejo y el (Giorgio) Jackson votaron contra los profesores de Chile en la reforma del estatuto docente. Es una incongruencia absoluta con lo que hacen después, porque ahora se opusieron porque les parece que está mal. ¿Lo anterior no estaba mal? ¿O estaban sacando cuentas políticas todo el rato?”
“Yo no creo en estas refundaciones políticas desde cero, porque me suena a pinochetismo, en el sentido que Pinochet dijo aquí empezamos todo de nuevo. Además, ojo, con el discurso anti ‘los señores políticos’. Es como si nos vinieran a decir que los jóvenes del Frente Amplio no son políticos. ¡Si son tan políticos como todos los políticos”.
– Pero ese es un discurso que repiten varios candidatos.
– Claro, el otro viejo, el Guillier, también dice ‘yo no soy político’. ¡Chanta el discurso! Los políticos han hecho su propia labor para desprestigiarse, no voy a defenderlos, pero eso nos va a llevar de nuevo al fascismo. Es decir, a la falta del ejercicio político, a la falta del ejercicio ciudadano de la política. Ahí tenemos a Mussolini, a Hitler, a Jaime Guzmán. Están ahí, esperando que terminemos con la política. Aun así, repito, hay gente que respeto mucho en el Frente Amplio. Yo creo mucho en el discurso de Boric, que es el único parlamentario al que le he escuchado decir que le dan la espalda a los profesores de Chile con el nuevo estatuto docente.
– ¿Es al único que rescatas?
– A Jorge Sharp también. “Pancho” Figueroa me gusta también, lo encuentro inteligente, bien lúcido. Los he visto en TV, no los conozco personalmente. Pero no comparto la visión de (Alberto) Mayol con respecto a la memoria de este país. Vi una entrevista en que él decía que ya basta de andar llorando por los muertos en los 11 de septiembre, que esa izquierda queremos superarla. Yo creo que la memoria es muy importante para tener una visión de futuro. Si no, vamos a caer en lo mismo.
– ¿Y Beatriz Sánchez?
– Cuando me entrevistó “Pollo” Valdivia dije algo: no me gusta su peinado. No tengo mucho que decir. Además, no me gusta la entrevista que le hizo al presidente del Colegio de Profesores, Mario Aguilar. Sería bueno revisar esa entrevista, qué puede decir ella al respecto. Yo la recuerdo.
– Lo que te molesta del Frente Amplio, entonces, ¿es esta idea de partir de cero?
– Yo no creo en eso, menos desconociendo la historia como propone Mayol cuando dice ya, olvidémonos de las marchas llenas de lágrimas. Oye, parece que a él no le mataron a ningún cercano. Bueno, con el papá que tenía, era poco probable. Tampoco lo voy a descalificar por ser hijo de Manfredo Mayol, pero obviamente él nunca estuvo en una barricada, recibiendo lacrimógenas y tirando piedras.
“El poeta es algo raro”
– Si hay algo que se mantiene a lo largo del tiempo en tus poemas y canciones, es el habla cotidiana, callejera a veces. ¿Lo ves así también?
– Es una parte, pero no es todo. Hay otros poemas con otro cariz, más generales, traducibles al húngaro – dice Redolés, esbozando una sonrisa.
– ¿Qué importancia tiene incorporar eso a la poesía?
– Es parte de lo que yo considero que es poesía, pero hay otra parte que ya tiene que ver con una reflexión más filosófica, una suerte de tesis, que también tiene su cabida. No es solamente una forma.
– Otro elemento muy presente en el libro es la experiencia de vivir el exilio en Londres. ¿Cuánto te marcó eso?
– Mucho, en varios sentidos. Uno es disfrutar de esa ciudad, que es muy bella, pero también por la lejanía de Chile y el sentimiento de querer estar acá, de saber que desaparecían compañeros, que otros eran asesinados y que uno había sido expulsado. Era una mezcla de cosas, no el exilio dorado del que se habló alguna vez.
Me acuerdo que una vez me llevé un combo en el hocico de un inglés xenófobo, que vio que yo no era británico, se acercó y me sacó la chucha sin provocación alguna. Otra vez, un negro enorme, como de un metro noventa, venía de terno por el London Bridge y me buscó el odio. Le respondí y me dejó colgando del Támesis. Yo lo seguí, porque quería empujarlo en el andén. Es la única vez en mi vida que he querido matar a alguien. Afortunadamente, alguien me disuadió de transformarme en un homicida y pasar varios años en la cárcel de Brixton.
Pero sobre todo, era saber que uno no era parte de eso. Yo siempre era un extranjero. Con esta cara de extranjero (se pone a cantar), como decía Nicola di Bari. Y tampoco querer ser parte de eso.
– ¿Nunca quisiste quedarte?
– Jamás. En las Juventudes Comunistas teníamos una gran campaña por el retorno y, moralmente, no podría haber pensado en quedarme. No pretendo ser original diciendo que uno hace relaciones personales con las ciudades. Yo tengo una relación de amistad y cariño con Londres. Es como el poema… -dice Redolés, antes de tomar su nuevo libro y buscar los versos que tituló, justamente, con el nombre de la capital inglesa. Cuando lo encuentra, comienza a recitar: Cuando me vaya de Londres / será como abandonar a mamá / contra mi voluntad / por segunda vez en mis 32 años de vida. / Sus casas de Earl’s Court son / como esa frente que besé en el Aeropuerto de Pudahuel / bajo el sol / de hace diez años / perdóname Londres este desaire / escríbeme.
Esa es la sensación. Fíjate que hace diez años empecé a ver una serie muy londinense que hacía Helen Mirren (Prime suspect), que era una detective cincuentona, ¡y me generó una nostalgia! Creo que es la más grande que he tenido por la ciudad; sobre todo por el londinense, por el acento, por esa cosa gestual, de la mirada, del movimiento de hombros. Todas las ciudades tienen un lenguaje corporal. Y bueno, es una ciudad tan cosmopolita, que uno también echa de menos a los chipriotas, los africanos, los croatas, que también son londinenses.
– En una entrevista a revista Qué Pasa dijiste que los poemas se te caían “del bolsillo” y las canciones, aparentemente, son un proceso más complejo. ¿Cuál es la diferencia?
– Las dos se caen del bolsillo, pero son oficios que tienen su propia complejidad. Una canción surge espontánea, lo mismo que el poema, y en ese sentido, ambos los encuentras. Pero si bien el poema también tiene una música, la canción requiere de una melodía cantable, un sonsonete, le vas buscando después un estribillo, variaciones. Cuando ya le sumas la guitarra, vas encontrando acordes. El poema, en ese sentido, es más libre y, por lo tanto, más difícil. En la canción estamos acostumbrados a respetar ciertas reglas; en el poema, no, a no ser que tenga una métrica determinada. Como yo le hago más bien al verso libre, ¿qué significa hacer un poema? Guardar un poco de memoria, establecer un punto de vista sobre algo, es decir, una tesis filosófica, basada exclusivamente en el lenguaje. Claro, también con su música, con su magia, como diría Borges. Es como tratar de rascarse esa parte de la espalda que no alcanzas con la mano, el poema te ayuda a llegar ahí. No necesariamente tienes que entenderlo, no necesariamente hay que hacerlo para que lo entienda toda la gente. Yo creo en eso huidobriano de que el poeta es un pequeño Dios.
Me acuerdo de la Stella Díaz Varin, la “Colorina”. Una vez me tocó la espalda muy fuerte, en la SECH: ¿quién eres tú? (dice imitando la voz ronca de la escritora). Soy Mauricio Redolés, soy poeta, le respondí. Todo el mundo es poeta ahora, me dijo. Yo me quedé inerme ahí, como decía Baldomero Lillo, inamible, y ella se fue. Tiempo después, con la Jota nos reuníamos clandestinamente en la sede; decíamos que hacíamos un taller, pero era para hacer reuniones de base, y una vez abrió la puerta la Stella Díaz Varín. Me miró y me dijo: “¡Redolés, tu poesía me hace guau guau! Y se fue. La entendí perfectamente. Dime, si eso no es poesía, ¿qué es?
– Algo que ocurre con tus poemas es que se pueden leer en este libro, pero también se han escuchado en tus discos. “No importa”, por ejemplo, es diferente al leerlo y al escucharlo.
– Hay un juego, una vocación. Yo me acuerdo que alguna vez hice un taller en mi casa, acá en la calle Cueto, en una habitación con un papel mural verde rarísimo y un sofá y unos sillones azules. La única decoración era una caseta telefónica de Londres. Parecía película de David Lynch. Una vez se me ocurrió poner un disco de Julio Cortázar y, oye, si no fue una sesión de espiritismo, fue lo más próximo en que yo haya estado. Estábamos tomando café y Cortázar, de repente: seguramente son cuatro o cinco que están tomando café, en una habitación, escuchando mi voz – dice Redolés, imitando el tono característico del escritor argentino. ¡Nos miramos así como guaaaah! Eso lo produce la voz, claro.
– Hay otro en que pasa eso: “La persecución del poema y de la poesía según mi padre conmigo jugando fútbol”, donde tomas esa forma de hablar propia de jugar a la pelota.
– Claro, de las canchas. Bueno, a los diez años, yo jugaba en una cancha de tierra que había en lo que hoy es Cerro Navia, que era Barrancas en aquella época. Mi papá, que era mi profesor, ahí hacía de árbitro y entrenador al mismo tiempo, entonces daba instrucciones y arbitraba con un pito. A mí me retaba, porque me cruzaba en diagonal, y los cabros generalmente eran más grandes que yo, mocetones de Pudahuel. Tengo muchos recuerdos de eso, por eso se llama “según mi padre”, pero obviamente también está en todos los partidos.
También me acuerdo de haber estado en una sala de parto y que los gritos de la matrona a la parturienta también eran muy bellos, una especie de poesía hablada. ¡Puja, mija, puja, ya viene, ya viene, está la cabecita, puja puja puja! O en el Hospital Clínico de la Chile, donde voy a las sesiones de terapia, hay un kinesiólogo, el señor Román Alarcón, que grita cuando está con algún paciente, incluido yo: ¡más arriba la cola, más arriba la cola, más arriba la cola! Hunda la guatita, hunda la guatita, venga, deje caer la rodilla, deje caer la rodiiillaaaaaaa. No lo está haciendo bien, no lo está haciendo bien, qué se miiraaaa, ¿qué se mira en el espejo usted? ¡Bájese la polera! – grita Redolés, riéndose a carcajadas. Es muy divertido el señor Román.
– Es lo que hablábamos antes, el habla cotidiana. Cuando lo dicen, esa gente no está pensando en poesía.
– Claro, tiene un trasfondo poético. ¿Cómo te puedo decir? Una calidad poética, una calidez poética que es increíble. A mí me encanta el grito, el grito extemporáneo, repentino.
– Al final del libro hay un texto que escribiste en 1995, My poetic, que dice que la poesía sirve para nada y que los poetas aparecen como hablando puras leseras. ¿Sigues pensando eso?
– Sí, absolutamente. Diría que estoy más de acuerdo que antes. Además, esto nos lleva a otro tema, que es el poeta.
– Ahí dice que son como seres anómalos.
– Te voy a contar la misma historia dos veces, pero da cuenta de la congruencia aparente de lo que estoy contando. Cuando volví a Chile, a mi mamá se le echó a perder el medidor del agua, tuvo que llamar a la gente de EMOS y me pidió que yo fuera a verla. Cuando llegué, estaba el técnico y empezó a dar una explicación cada vez más enredada. Mi mamá entendía todo, pero yo no entendía nada. ¿Está bien?, me pregunta el técnico a mí. Yo pestañeé y mi mamá le dijo: no le explique más, es poeta.
Después me ocurrió algo idéntico con un Fiat 600 que yo tenía. Se echó a perder, fuimos al mecánico con un amigo y entró la explicación sobre la pana eléctrica el auto, el dínamo, la batería. Yo le entendí, le dijo mi amigo al tipo, pero él no le va a entender, porque es poeta.
Eso existe en nuestro pueblo, en la ciudadanía, en la familia chilena, como diría Bachelet. El poeta es algo raro, ¿no? Es como la gente nos ve y eso nos lleva a metidas de pata magistrales, como haberse negado a ponerle Pablo Neruda a nuestro aeropuerto, que era lo mínimo que se podía hacer. Yo creo que Neruda es más apreciado en el extranjero. En Chile es un enigma. Lo mismo pasa con la Gabriela Mistral, por mencionar dos poetas que además son premios Nobel, pero podríamos seguir con la lista: Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Mauricio Redolés. ¡Todos hueones raros!
Presentación
El estilo de mis matemáticas será presentado a las 19 horas de este jueves 27, en la Casa O del Barrio Lastarria (Villavicencio 395). Redolés estará acompañado por la ensayista Soledad Bianchi y el poeta Rafael Rubio. Antes, el miércoles 26, participará de la Semana del Libro y la Lectura, en Valparaíso.