“Johnny 100 pesos, capítulo dos”: Como hemos cambiado

Más de dos décadas después, Gustavo Graef Marino se reencuentra con su personaje protagónico para poner al día la historia de "Johnny 100 pesos". El personaje -nuevamente interpretado por el mexicano Armando Araiza- sale de la cárcel veinte años después de los sucesos contados en la primera película. Esta es una película con gran dinamismo narrativo, con personajes interesantes de observar y con mucha acción. Filmada con buen ojo comercial, no tiene reparos en jugar con las posibilidades que hoy entrega la tecnología creando algunas escenas notables que serán difíciles de olvidar.

Más de dos décadas después, Gustavo Graef Marino se reencuentra con su personaje protagónico para poner al día la historia de "Johnny 100 pesos". El personaje -nuevamente interpretado por el mexicano Armando Araiza- sale de la cárcel veinte años después de los sucesos contados en la primera película. Esta es una película con gran dinamismo narrativo, con personajes interesantes de observar y con mucha acción. Filmada con buen ojo comercial, no tiene reparos en jugar con las posibilidades que hoy entrega la tecnología creando algunas escenas notables que serán difíciles de olvidar.

Hace 24 años se estrenó Johnny 100 pesos, una película que fue una rareza en el cine chileno de la época, un filme que mezclaba el género policial con el relato de un adolescente forzado a hacerse adulto, además de ser una interesante radiografía al Chile de los acuerdos.

Con el tiempo Johnny 100 pesos se transformó en un hito en la historia de nuestra filmografía -ocupa el lugar 25 de las mejores películas chilenas de todos los tiempos según la encuesta realizada por CineChile a críticos y realizadores –, una película que logró generar un relato equilibrado mediante una historia de perdedores contada a través de una narrativa dinámica y emocionante, y la construcción de una galería de personajes que graficaban la diversidad de desafíos a los que se enfrentaban los chilenos de ese momento, todo utilizando de telón de fondo el Santiago de principios de los noventa.

Más de dos décadas después, Gustavo Graef Marino se reencuentra con su personaje protagónico para poner al día la historia de Johnny 100 pesos, tanto a nivel temático como visual. El personaje -nuevamente interpretado por el mexicano Armando Araiza- sale de la cárcel veinte años después de los sucesos contados en la primera película. Allí se ha transformado, al mismo tiempo, en un hombre paciente y culto, y uno que maneja las posibilidades de su cuerpo para la violencia. Al salir de la cárcel se encuentra con un hijo -producto de su relación con su polola adolescente- quien será su guía en este reencuentro con un país que es muy distinto del que dejó y también el responsable de su retorno a la vida delictual.

Al igual que su antecesora, Johnny 100 pesos capítulo dos se sitúa como una rareza en el panorama del cine chileno actual, marcado por la enorme distancia entre el cine de autor -ese que posee múltiples reconocimientos a nivel internacional, pero que no logra seducir a la audiencia masiva- y el cine comercial que, a base de comedias y un formato visual muy cercano a los televisivo, ha logrado importantes números en la taquilla. Lo que Graef Marino propone con esta película es un concepto que el cine hollywoodense denomina Quality Comercial, películas con evidente potencial de ventas, pero hechas con calidad y sin abandonar la ambición de invitar al espectador, no sólo entretenerse, sino a reflexionar sobre algunos temas instalados en la película. Ese tipo de filmes no son raros en las grandes industrias cinematográficas, sino que son los que hacen de visagra entre lo más arriesgado en términos formales y lo que al público le interesa consumir, haciendo avanzar la producción. Un tipo de cine que aún no han tenido un espacio importante en nuestra filmografía.

Johnny 100 pesos capítulo dos tiene como principal motor entretener y lo logra, es una película con gran dinamismo narrativo, con personajes interesantes de observar y con mucha acción. Filmada con buen ojo comercial, no tiene reparos en jugar con las posibilidades que hoy entrega la tecnología creando algunas escenas notables que serán difíciles de olvidar. Graef Marino y su guionista y productor, Patricio Lynch, mantienen la capacidad crítica de la primera película -que tenía guión de Gerardo Cáceres- en cierto humor negro y en algunos diálogos, aunque es evidente que, al igual que el Chile en que se desarrolla, la propuesta de este segundo filme es más superficial y juguetona.

Este regreso de uno de los personajes más recordados del cine nacional puede dejar con gusto amargo a quienes esperan una continuación más políticamente comprometida, una película más seria y más en línea con la actual producción nacional. Pero, para quienes quieran mirar Santiago con ojos nuevos y pasar un par de horas de buen cine de entretención encontrarán acá una buena opción. Como sea, se aplaude el riesgo de los realizadores de querer ir más allá de lo que últimamente nos ha propuesto el cine nacional, especialmente en un momento en donde el mayor desafío es convencer a los chilenos de que vale la pena ver películas chilenas.





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