Sin puntos, fuera de la zona de clasificación y con una enorme incertidumbre quedó la Selección Nacional luego de su paso por la última doble fecha clasificatoria. Un panorama complicado aunque no irreversible, en las aspiraciones de llevar al fútbol chileno por tercera vez consecutiva a un campeonato mundial.
El partido contra Paraguay fue reconocidamente malo. El equipo jugó sin energía, sin enfoque e incluso cuando dominó la tenencia de la pelota fue incapaz de generar riesgos en la portería rival. En contrapartida cada ataque paraguayo desnudaba las falencias defensivas y horadaba sin preámbulos, el arco defendido por Claudio Bravo. Fue un marcador abultado pero hizo justicia a las reglas que determinan a los ganadores en este juego. Chile fue opaco, lento, predecible e ineficiente en ataque. Claramente fue una versión muy disminuida de lo acostumbrado y eso encendió las alarmas. La propuesta de juego de la Selección no apareció en el Monumental y vimos poca presión y muy poco compromiso ofensivo. Si no fue el partido más malo que hayan jugado quedó muy cerca se serlo. Sin embargo los jugadores y el cuerpo técnico pidieron calma. No había que preocuparse porque los resultados favorables de las otras selecciones los mantenían aún en puestos de clasificación y dependiendo exclusivamente de ellos.
Con la derrota sentenciada, el viaje a La Paz adquiría una importancia tremenda y sumar puntos resultaba obligatorio. Y pese a la relevancia del encuentro, otra vez el equipo no pudo repetir su mejor versión. Es cierto que se mejoró en comparación a lo anterior pero no alcanzó para ganar, ni siquiera empatar. Y aunque siempre resulta complicado analizar un partido que se juega a 3600 metros de altura, hay un par de cosas que merecen atención. Primero el tímido esquema propuesto por Juan Antonio Pizzi para encarar a una selección nítidamente inferior en calidad de juego y segundo, la falta de ritmo futbolístico de muchos jugadores chilenos.
El cuerpo técnico decidió hacer cambios y poblar el medio campo retirando a un delantero (Nicolás Castillo) para dar cabida a otro volante defensivo (Francisco Silva). Además Charles Aránguiz (suspendido) fue reemplazado por Pedro Pablo Hernández que tiene menos llegada al área y juega un poco más retrasado en el terreno. Así, se optó por defender mejor antes que atacar con más gente y eso terminó siendo un error. La selección boliviana salió con todo y Chile supo resistir pero en los primeros minutos ellos tuvieron varias opciones de gol y obligaron el repliegue del equipo completo. Hubo más gente en la zona propia pero no se defendió mejor. Por otra parte siempre que los chilenos lograron poner mayor número de jugadores en ataque y presionar la salida de los locales generaron pelotazos imprecisos de los defensas bolivianos y recuperaron adelantadamente la posesión del balón para volver a atacar. Quizá esa era la formula y la mejor manera de demostrar que era importante ganar y presionar desde el primer segundo con un volumen ofensivo mayor. Quizá ese mínimo atrevimiento pudo haber hecho la diferencia y quizá ese atrevimiento deba ser lo mínimo que se le exija al entrenador de la selección bicampeona de América. El fútbol chileno cambió y el deseo de todos es que el espíritu de esa propuesta se mantenga inmutable en el tiempo.
Lo de los jugadores es más comprensible. Todos los que participaron de la Copa Confederaciones llegaron tarde a sus equipos e hicieron pretemporadas atípicas y de corta duración. Además, los campeonatos locales están recién comenzando y tienen pocos partidos en el cuerpo. Varios jugadores cambiaron de equipo y han tenido que adecuarse a importantes cambios en su vida profesional y familiar. Definitivamente muchos de ellos no están en su mejor momento y eso les ha pasado la cuenta en esta pasada clasificatoria. El rendimiento de nuestras figuras fue flojo pero no había mucho más que hacer al respecto. La propuesta de juego chilena es muy intensa y basa su correcto funcionamiento en una alta cuota de desgaste físico. Por eso, sin encontrarse bien en ese ítem, es imposible llevarla a cabo y eso quedó de manifiesto. Ahora los jugadores deberán regresar a sus clubes y buscar su mejor estado de forma física y futbolística. Es necesario que lleguen con mayor cantidad de minutos jugados, mejor entrenados y mucho más enfocados. Todos sabemos que la clasificatoria en Sudamérica es reñida y de alto nivel y nadie puede descuidarse ni un poco. No hay espacio para el relajo y nadie regala nada. Si alguien cree que acá se puede ganar con los nombres y las camisetas está profundamente equivocado. Se nos acabó la ventaja y es obligatorio encarar con mejores perspectivas los dos últimos partidos que serán determinantes en la disputa final por los pasajes a Rusia. Ese es ahora el trabajo y la responsabilidad del plantel y el cuerpo técnico nacional.
Sumar puntos contra Paraguay y ganarle a Bolivia significaban autonomía y tranquilidad. Ahora dependemos de la calculadora y de otros, algo que no es cómodo definitivamente.
Y como siempre que hay derrotas, aparecen los críticos y los dementes. Los que piden el fin de un ciclo y la renovación forzada. Los que critican todo pese a los logros obtenidos y los que echan leña al fuego sin ninguna intención de aportar. Habría que recordarles que los cambios llegan solos y se imponen del mismo modo sin forzar las cosas.
No es hora de desinflar el globo. No todavía. Cierto que no hay sustitutos nítidos a la vista y claro que será difícil volver a tener una Selección como esta o mejor. Sin embargo todavía les queda aire y físico y fútbol para un poco más. Después inevitablemente se ira apagando la luz y el recambio llegará con lo que tengamos en ese momento como ha sido siempre para todos. El exitoso proceso iniciado por Marcelo Bielsa pronto tendrá su fin y será necesaria una empresa equiparable en energía y calidad para volver a encumbrar nuestro fútbol donde lo ha puesto esta generación. Mientras, cruzaremos los dedos para que la historia, su historia, tenga algunas últimas páginas memorables y nos permitan verlos en el próximo mundial.
Es cierto que se terminó el crédito pero no las posibilidades y mucho menos la ilusión.