Contrario a la tendencia que observaba entre 2014 y 2016, cuando el euro caía frente al dólar en niveles de entre el 3% y hasta el 11% anual, durante 2017 la moneda de la Eurozona ha estado subiendo frente al dólar, llegando a marcar 14% a septiembre, al tiempo que, frente a la moneda británica, la libra esterlina, ha escalado en cerca de 7%, uno más de los efectos del Brexit.
Como es obvio, la anterior pérdida de poder adquisitivo del euro frente al dólar explica en buena parte las molestias sociales y políticas expresadas en diversos países de la Unión, pues su menor valor relativo o tipo de cambio, incide en el costo de las importaciones e impacta en la inflación interna de los países adscritos a la moneda. La emergencia de nacionalismos y regionalismos en los últimos años en Francia, España o Alemania, se puede explicar, en parte, por este fenómeno.
En el origen -que con la paulatina mejora de 2017 debería tender a disminuir- están las políticas monetarias ultra expansivas del Banco Central Europeo (BCE) que, encabezado por el italiano Mario Draghi, ha mantenido tasas de interés en 0%, es decir, en mínimos históricos, con el propósito de reactivar una alicaída economía producto de la crisis financiera de 2008, al tiempo que posibilitar la compra de títulos de deuda pública y privada en el mercado secundario, de modo de reestablecer balances de una banca que, en Francia y España, ha reducido o fusionado sus players a casi a la mitad, y en Alemania, 16%.Tales cifras acercan al sector a su renormalización, tras casi una década de ajustes, lo que -junto a las diversas medidas de control y fiscalización aprobadas por los Gobiernos- auguran el inicio del término de la actual política del BCE.
Esta política también ha afectado la tasa de depósitos, donde el BCE ha ido más allá, llevándolas a terreno negativo, hasta situarlas en -0,4%, para ayudar a combatir la deflación de los países de la Eurozona, pero que implica que los ahorros colocados en el BCE pierden 0,4%, una fórmula no tradicional concebida tras el shock para estimular a la banca a tomar mayores riesgos -y no reinvertir los recursos recogidos por la venta de papeles de deuda al BCE, en el propio BCE-, obligándolas a buscar otras inversiones rentables, sea en proyectos o en las bolsas, las que, como hemos visto, han incrementado el precio de sus activos hasta casi nivel de burbuja, presionadas por un exceso de liquidez en pocas manos inversoras.
Esta política de flexibilización cuantitativa (Quantitative Easing o QE) del BCE ha incidido también en el balance del instituto emisor del viejo continente y, si en 2014 dicho balance se situaba en 2 millones de millones de euros, en la actualidad éste se ha duplicado, llegando a 4,3 millones de millones. Y no obstante que el BCE ha continuado con su política expansiva, es decir, las tasas siguen en 0% y las compras mensuales de deuda ascienden a US$ 60 mil millones, el euro ha subido igual 14% frente al dólar.
Varios factores explican este comportamiento. Por de pronto, la Reserva Federal de EEUU no ha podido convencer a los mercados que mantendrá su ritmo de aumento de las tasas de interés, con un dólar estadounidense frenado por las derrotas políticas de Trump, que complican sus planes de reformas, mayor gasto y endeudamiento. Desde inicios del 2017, el índice del dólar estadounidense, que mide la moneda verde contra una cesta de seis divisas diferentes, ha caído casi 9% y las perspectivas de tipo de cambio con el euro son llegar a US$ 1,20 a fines de 2017, y hasta US$ 1,25 a finales del 2018.
En el ámbito propiamente político, las elecciones en Francia echaron por tierra los miedos que, en la segunda vuelta presidencial celebrada a fines de abril, se midiera la opción Le Pen-Melenchon -con sus respectivos programas de ruptura con el euro-, y tras la victoria de Macron, el euro y las bolsas reaccionaron positivamente.
De otra parte, las previsiones económicas de la Eurozona han repuntado. A inicios de esta semana, el Índice de Gerentes de Compras para el sector manufacturero de Markit Economics marcó para septiembre un alza a 58,1 puntos desde los 57,4 de agosto, la mayor lectura desde febrero de 2011, y muy por sobre los 52,6 puntos registrados hace un año, lo que alienta expectativas de que para el presente ejercicio el crecimiento llegue al 2,2%, en tanto que para los siguientes años las perspectivas estarían cerca del 2%.
Un cuarto factor está en las actas del BCE, en cuyas últimas reuniones se ha afirmado que las principales decisiones vinculadas con el fin del QE se tomarían este mes. La expectativa es que ahora sí se inicie el proceso de recorte del programa de compras mensuales de deuda, pasando de 60 mil hasta 40 mil millones de euros.
Queda empero pendiente el hecho que un euro más fuerte puede reducir la actual tasa de inflación por bajo la meta del BCE (2%), un parámetro clave del instituto emisor, pues una moneda más dura actúa en dirección deflacionista, en un momento en el que la autoridad monetaria quiere un mayor grado de inflación subyacente. Al mismo tiempo afecta la competitividad de naciones europeas menos desarrolladas, encareciendo sus exportaciones e importando deflación, pues una mayor apreciación del euro reduce el valor relativo de las compras en dólares estadounidenses, tales como el petróleo Brent o minerales, lo que constituye otro problema deflacionista para el BCE, dada la volatilidad mostrada por los commodities.
Por de pronto, con la devaluación del euro de años anteriores, Irlanda, Portugal o España -cuyas exportaciones han superado incluso a las de Alemania, Francia e Italia, las mayores economías de la Eurozona- se han convertido en las economías de mayor crecimiento dentro de la región, luego de recibir ayuda de los acreedores para equilibrar su situación financiera. Con un repunte del euro se podría dañar parcialmente estas recuperaciones.
Las más recientes previsiones indican que para el presente ejercicio la Eurozona cerraría con una inflación del 1,5%, y en 2018, en 1,3%. Si dichas prospectivas se cumplen, el BCE podría extender con tranquilidad su política monetaria, no obstante los ya prolongados alegatos de Alemania, cuyos ahorrantes y banca han sufrido las consecuencias de las tasas 0% y negativas, “subsidiando” la deuda de los países endeudados y que, según cálculos académicos, requeriría de una tasa del 8% para equilibrar inflación y pleno empleo, según la llamada “Regla de Taylor”.
La deuda pública germana está entre las más bajas de la Eurozona (68% sobre el PIB), aunque la deuda regional de sus 16 “landers” se encuentra entre las más altas (una media de alrededor del 160% sobre el PIB), por lo que las bajas tasas le son también tan positivas como a las naciones del Sur del viejo continente, al reducir el costo de esa deuda, un hecho a considerar políticamente, tras el abrupto crecimiento del nacionalismo en Alemania y que hace suponer un aún más largo statu quo económico europeo.