Difícilmente alguien que estuvo la noche lluviosa del 3 de junio de 2016 en el Teatro Universidad de Chile haya olvidado a Alexander Markov. Luego de tocar el Concierto para violín de Alexander Glazunov junto a la Orquesta Sinfónica, volvió al escenario con un violín dorado y eléctrico, que terminó tocando en la oscuridad, entre medio de risas, gritos y aplausos, con un arco que parecía una espada láser de Star wars. ¿Alguien podría olvidar esa escena?
Casi dos años más tarde, Alexander Markov está de vuelta: este viernes y sábado tocará junto a la Sinfónica, pero esta vez abordará el Concierto para violín No. 4 de Mozart, en un programa que también contempla la Obertura en Re mayor “En estilo italiano” de Schubert y la Sinfonía No. 1 en Fa menor de Dmitri Shostakovich. Todo, bajo la dirección de Maximiano Valdés.
“Recuerdo todo de esos conciertos”, asegura Markov, sentado en el mismo Teatro Universidad de Chile, pocas horas después de aterrizar en Santiago. “Toqué el concierto de Glazunov, que fue muy emocionante, luego hice un bis con un Capricho de Paganini y después toqué mi violín eléctrico, que fue una manera bastante especial de decirle al público: ¡hola!”, relata entre risas.
Si esa primera actuación en Chile fue extrovertida, la conversación no es distinta. Pelo largo y crespo, camisa burdeo brillante, pantalones negros ajustados, botas y pañuelo con calaveras estampadas, Alexander Markov se interrumpe con frecuencia para lanzar sonoras carcajadas: “Es divertido, porque he visto algunos afiches del concierto ¡y pusieron las fotos con el violín dorado!”, dice.
Esa vez tocaste con tu violín tradicional y luego el eléctrico, ¿también será así ahora?
Esta vez solo traje el tradicional, solo voy a hacer el concierto de Mozart. También tengo algunas sorpresas, pero no con el eléctrico. Espero que en el futuro podamos hacer otras cosas en Santiago, sería emocionante.
¿Ese violín tiene oro real?
Está cubierto con oro, claro. Absolutamente.
Ya que no lo trajiste, ¿al menos trajiste el arco fluorescente..?
¡No, no! (interrumpe entre risas). Soy como un mago, no puedo revelar mis trucos. ¡Tiene que ser una sorpresa!
Más allá de las bromas, Alexander Markov es un solista consumado. Nació en 1963 en Moscú y a los ocho años ya hacía conciertos, gracias a las lecciones que le daba su padre, el famoso violinista Albert Markov. Con su familia emigró en 1975 a Estados Unidos, donde posteriormente adquirió la nacionalidad. Hoy vive en Nueva York, desde donde ha desarrollado una carrera en la que destaca su grabación de los 24 Caprichos de Paganini, que también tocó para la película El arte del violín, dirigida por Bruno Monsaingeon.
En Estados Unidos también hizo un descubrimiento que lo marcó de por vida y que explica todo aquello del violín eléctrico, el pelo largo y las calaveras: el rock and roll. “Tenía 17 ó 18 años y a esa edad podía tocar todos los conciertos para violín famosos, Beethoven, Tchaikovsky, Brahms, Paganini, Sibelius. Obviamente seguí haciéndolo, pero tenía esta cosa como oscura creciendo dentro de mí”, relata sonriendo.
Alexander Markov se dedicó desde entonces a escuchar también a otros autores que a esta altura reciben el rótulo de clásicos: Led Zeppelin, Jimi Hendrix, Vangelis, Metallica, Guns ‘n’ Roses, Nirvana. ¿Más actuales? Muse y System of a Down están entre sus favoritos. “Me abrieron un mundo nuevo, era muy diferente toda la expresión musical y la libertad. Me fascinó que los grupos de rock tenían que escribir y arreglar su música. Es un proceso creativo increíble, hacen las letras, la música, los arreglos, la interpretación. Es tremendo”, explica. “Los músicos clásicos somos entrenados desde el primer día para interpretar obras de otros compositores. Yo respeto eso, porque si dejáramos de tocar a Beethoven, Bach o Mozart, la música clásica prácticamente moriría. Es una tradición, es como un museo o es como Shakespeare. Eso está bien, pero no somos preparados para componer o arreglar y eso es un desafío”.
Esta vez vas a tocar el Concierto para violín No. 4 de Mozart. ¿Cómo abordas esta obra?
Mozart es uno de mis compositores favoritos de siempre. Estaba tocado por el genio. La cantidad de música que compuso en un período tan breve está más allá de la comprensión humana. Todo lo que tocó fue perfecto, es un milagro de la naturaleza.
Sobre lo que me preguntas, creo que con Mozart es importante encontrar un equilibrio saludable entre ser apasionado y expresivo y, al mismo tiempo, ser clásico y no demasiado salvaje y loco. No debes ser demasiado romántico, pero tampoco puedes ser muy aburrido. Tienes que encontrar ese brillo especial. En la música clásica tenemos que respetar lo que creemos que es la intención del compositor, porque no sabemos exactamente cuál era, y por otra parte no podemos sonar genéricos, predecibles o parecidos a otros músicos. Tenemos que encontrar nuestro propio sonido. Como Mozart es una música tan delicada, tienes que poner tu sello respetuosamente, con detalles por aquí y allá. Son pequeños, pero como son varios, se convierte en una imagen diferente.
Tu también has trabajado en la composición, ¿no?
Lo de la primera vez en Santiago fue como una demostración general, con algunas melodías y riffs, pero tengo una colección completa de composiciones para este violín eléctrico, acompañadas por orquesta, coro y una banda de rock. Es muy interesante, porque aunque el público clásico es maravilloso, también es limitado. Lo que espero al introducir mi proyecto de rock and roll es atraer más gente joven y construir un puente entre la música clásica y el rock. Hay un jazzista famoso que dijo: hay solo dos tipos de música, la buena y la mala. Yo creo que eso es fantástico y es real.
¿No haces la distinción entre música clásica y popular?
No me gusta para nada, especialmente con el rock. La música clásica está dividida en componer y tocar. La mayoría de los músicos clásicos son intérpretes, no tienen el hábito de componer, muy pocos lo hacen. Lo que pasa es que si escuchas una composición clásica mala y una interpretación mala, va a ser muy decepcionante. Y viceversa, si escuchas a un gran artista y una gran composición, entonces lo vas a disfrutar mucho. Es lo mismo en el rock and roll: hay música terrible, muy predecible, y hay canciones y grupos fantásticos. Tienes que hacerlo bien simplemente, es una analogía que también puedes hacer con la comida, con las películas… ¡incluso con el amor! Buen ejemplo, ¿no? (risas).
¿Has encontrado críticos, músicos o público que piensa que esta aproximación a la música es poco seria?
Por supuesto, pero no pienso nada sobre eso. Si miras la historia, por ejemplo a Paganini, él tuvo muchos críticos y le decían charlatán. En la historia hay muchos músicos que trataron de hacer cosas extrañas e inusuales y siempre tuvieron críticos. Personalmente, siempre lo tomo como un cumplido (risas). Es como ser político, nunca vas a satisfacer a todos.
Yo hago esta música porque viene de mi corazón. Disfruto ese proyecto demasiado y es un balance fantástico para mis raíces clásicas. Soy muy feliz cuando puedo demostrar ambos lados de mi vida en un concierto. Tengo un grupo de seguidores que disfrutan lo que hago. No solo son gente joven (y chicas lindas, ¡ja!), es gente de todas las generaciones. Cuando alguien viene después del concierto y me dice que la música lo hizo sentir joven de nuevo, es muy bonito. Entonces no me preocupa, para nada.
Coordenadas
La Orquesta Sinfónica Nacional de Chile se presentará a las 19:40 horas de este viernes 13 y sábado 14 en el Teatro U. de Chile (Providencia 043, Metro Baquedano). Las entradas tienen valores entre $6.000 y $15.000, con descuentos para estudiantes, adultos mayores, funcionarios U. de Chile, socios Coopeuch y Club de Lectores El Mercurio. Se pueden adquirir en boleterías o en Daleticket.
Más información en CEAC.