Luis estaba solo. Su mujer, la de toda la vida, había muerto un par de meses atrás. La casa familiar estaba vacía, los hijos ya no iban tan a menudo, sus nietos estaban hoy repartidos por el mundo, su cuerpo no lo acompañaba tampoco para salir a caminar, en definitiva, estaba solo, enfermo y pobre.
Día a día iba perdiendo fuerzas, se caía, no había nadie para levantarlo. Sentía que estorbaba, que la vida se había ido con la sonrisa de su mujer. ¿Amigos? Hace más de veinte años que ninguno lo visitaba…
¿Pensaba suicidarse? Nadie lo sabía. Al final, su historia no era distinta a la de miles de hombres mayores que esperan la muerte en el mismo sillón en el que vivieron la vida.
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Según la última Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez, un 55,8 por ciento de los adultos mayores de 75 años prefiere quedarse en casa, mientras que tres de cada 7 aseguran que les falta compañía. La misma medición revela que uno de cada cuatro dice no tener amigos.
Los índices son la luz de advertencia de una verdad de la que poco se habla: en Chile el grupo etario que mayor tasa de suicidos presenta por cada 100 mil habitantes son los hombres ancianos, aislados, enfermos y cansados de su soledad.
El problema no es solo local. Expertos de todo el mundo trabajan en prevenir estas masivas muertes. Desde la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile indican que en países como Estados Unidos hay 1 deceso por cada 100 o 200 intentos entre las personas de 15 a 24 años de edad, mientras que entre las personas mayores de 65 años hay 1 suicidio por 4 cuatro intentos.
En Australia describen el evento como multicausal, donde los problemas psiquiátricos, el comportamiento suicida, los problemas legales y financieros, la poca vida social y afectiva, y los crecientes problemas físicos actúan como una bomba de tiempo para estos hombres que, mundialmente, son los que menos consultas le hacen al sistema de salud mental de sus países.
Japón es otro ejemplo: ancianos de ese país roban tiendas con el único fin de que en la cárcel les entreguen los cuidados que en sus vidas de “libertad” no tienen. El país reporta cifras de depresión y soledad desalentadoras, siendo los adultos mayores los que más han resentido el cambio demográfico.
El suicidio como “escape”
Anciano fue hallado muerto en su vivienda. Investigan posible suicidio. El fallecido tenía cáncer terminal y una seria depresión lo aquejaba; Encuentran muerto a adulto mayor en paradero camino a La Tirana. Su esposa había muerto hace tres meses. En una carta explicó que sentía pena; Hombre de sesenta años muere tras lanzarse desde viaducto en Puerto Montt; Anciano muere arrollado por un tren en una estación de Metro…
Las noticias están ahí. Lo anterior es un rescate de publicaciones de medios de comunicación local que, entre 2017 y 2018, informaron sobre adultos mayores que se habrían suicidado. Para Jean Gajardo, Terapeuta Ocupacional y académico de la Universidad de Chile, el problema central es que los principales predictores de suicidio, como son los pensamientos suicidas o los intentos fallidos, no aplican en este grupo etario: “En los adultos mayores de hombres no son buenos predictores, porque en el primer intento lo logra hacer. Tampoco se reportan pensamientos suicidas. Los hombres lo piensan y lo hacen”.
Chile es un país envejecido, según los últimos datos poblacionales hay alrededor de 3 millones de personas de la tercera y cuarta edad. La encuesta Casen 2015 da cuenta que, en 1990, los adultos mayores constituían el 10,1 por ciento de la población, la cifra –dos años atrás- llegaba al 17.6 por ciento.
Por eso, dicen desde la sociedad de Geriatría, que es fundamental enfrentar hoy el problema. Para José Miguel Aravena, médico miembro de la sociedad, “lo primero es apuntar que es una población de riesgo que necesita un abordaje más específico”.
Su diagnóstico es desalentador: “Chile debe asumir esta responsabilidad. Somos los más envejecidos de América Latina, vamos a seguir envejeciendo. Las personas mayores son el futuro de los países y tenemos que empezar a mirarlo así. Si seguimos con esta mirada de una única preocupación de los jóvenes, vamos a seguir haciendo la vista gorda sobre los adultos… así vamos a terminar siendo como Japón”.
Ahí, la población de mayor cuidado son los hombres mayores de setenta años. Existirían componentes biológicos y sociales que los constituyen como la población con mayor riesgo de suicidio de toda la sociedad. José Miguel Aravena explica que “En lo biológico, la amígdala juega un rol fundamental, manteniendo los niveles de alerta y agresividad más desarrollada. En el suicidio, se ve que todas las fibras que regulan la amigdala con el nivel central, que es que controla nuestros comportamientos, se ven dañadas. Con la edad, este daño se va profundizando. Fallan las herramientas cognitivas para controlar los impulsos de suicidio.
En términos sociales, las construcciones de masculinidad juegan un rol fundamental. Por ejemplo, los hombres “no deben llorar” o mostrar pena. Esto ocasiona problemas como que los hombres de esta edad no reportan intentos suicidas, no aplican en esta categoría de medición: no le dicen a nadie que se quieren matar, lo llegan y hacen”.
Prevención: lo socioafectivo en el centro
“En Australia, la prevención de suicidios en hombres adultos mayores no se limita al cuidado de las condiciones psiquiátricas. Se requiere de un verdadero y comprensivo trabajo holístico que incluya diversas dimensiones propias de la adultez”. La conclusión es parte de un estudio clínico elaborado por el Instituto Australiano para la Prevención e Investigación sobre el Suicidio y denota la preocupación que otros países tienen por el tema.
En Chile existe un Plan Nacional de Demencias y otro de Prevención Nacional de Suicidio, ambos elaborados por el Ministerio de Salud. Sin embargo, a juicio del geriatra, son insuficientes: “No se hace nada específico por esta población de riesgo. Reciben el mismo abordaje que cualquier persona. En 2009 se estimaba que un 15 por ciento de los adultos mayores tenían prevalencia de depresión. Nosotros aplicamos unos elementos más sensibles para detectar los síntomas depresivos y esto se duplica. Esto se agrava cuando uno pregunta, a estos que tienen depresión, cuántos han recibido algún diagnóstico, solo el 40 por ciento lo tiene; el uso de medicamentos es también peor. Entonces, el grupo que recibe menos diagnósticos, menos medicamentos y menos tratamiento son los hombres mayores de setenta años y ¡coincidencia! son los que mayor tasa de suicidio tienen”.
El que los factores predictivos no funcionen en esta población es solo uno de los problemas. Otro, el que los medicamentos recetados en las guías del Minsal no son las correctas para ellos: “En el hospital J.J. Aguirre hicieron un estudio para ver fármacos inapropiados o potencialmente inapropiados. De los que se recetan en las guías clínicas del Ministerio de Salud de depresión. El 50 por ciento de los fármacos que se recetan son inapropiados o potencialmente inapropiados porque pueden detonar otras enfermedades. Por ejemplo, las benzodiazepinas son nocivas en adultos mayores porque incrementan niveles como alzheimer y demencia”, dice Aravena.
Para Jean Gajardo hay que reforzar dispositivos como las estrategias apuntan a tener un acompañamiento y vigilancia. En donde se dispone un equipo de atención primaria para que lo vaya acompañando y vinculando con la red de apoyo; luego hay otras estrategias de rescate inmediato.
“Hoy hay programas de apoyo como sesiones de visita a domicilio o la inclusión de personas mayores en grupos de apoyo específico para que estén más vinculado con sus círculos de salud. Porque es probable es que estas personas desconozcan los dispositivos existentes, entonces la idea es trabajar en la reconexión social a través de programas comunales como gimnasia, clubes de adultos mayores”, agrega Jean quien insiste que los factores como la soledad y la ausencia del sentido de la vida, además de transtornos bipolares o comorbilidad son los principales detonantes del suicidio.
La idea es identificar a la población de riesgo y acercarla a los dispositivos de prevención que existen para protegerlos de posibles suicidios, comenta Jean Gajardo, quien también es miembro organizador de un seminario que en la Universidad de Chile abordará integralmente la promoción de salud en la vejez.
Abordajes innovadores en la promoción de salud en la vejez busca poner en el centro el modelo de atención centrado en lo socioafectivo, cuyo fin es acompañar y entregar los dispositivos necesarios para impedir que las ideas suicidas se transformen en un escape a los problemas de los hombres adultos mayores en el país.
La Sociedad de Geriatría insiste: “De forma urgente creemos que hay que establecer programas específicos en salud mental para los adultos mayores. Ya hay un Plan Nacional de Demencia, pero creemos que debe haber un acápite específico para esta población. Lo primero es apuntar que es una población de riesgo que necesita un abordaje más específico. También proponer acortar la brecha de los sistemas de salud y los de asistencia social. En el caso de los adultos mayores, la salud social es tan fundamental como ir al médico o tomarse bien los medicamentos”.
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Un día sus vecinos llamaron a Carabineros: “Hay un anciano solo en esta casa. Quedó viudo hace unos meses y nadie lo viene a ver. No sabemos si tiene comida y no tenemos a quién llamar”. Ese es el recuerdo que hoy tiene uno de los hijos de Luis sobre el momento en el que se enteró que su padre era un potencial suicida.
Esta historia, a diferencia de otras, no terminó lamentando el haber llegado tarde para contener. Según documentación comparada, en los países con un alza del envejecimiento similar al nuestro, los suicidios en esta etapa de la vida, se duplican. Por eso, expertos aseguran en la importancia de la red médica, de cuidadores, familiar y social. A diferencia de los suicidios en otros momentos de la vida, el de la tercera edad responde, principalmente, a que se ve como el remedio más efectivo a la soledad estructural.