Acoso desde los andamios

  • 17-06-2018

 

Puede haber sido en 1954. Iba con mi madre por Tobalaba, barrio Providencia de Santiago. Ella lucía una falda ancha verde claro, apenas a media rodilla y blusa ajustada. Tenía 33 años. Desde un camión, le gritan: “Mijita rica, qué tetitas, qué potito”. Mi madre, nacida en Alemania sonrió y hasta diría que halagada.

Hoy esos tripulantes y quizás miles de obreros de la construcción que piropeaban a su manera a las mujeres, estarían hasta procesados por acoso.

Pero eran otros tiempos, de machismo galopante. Con maridos escuetos en halagos, había que encontrarlos en la calle.

Bajo ningún motivo esa gente humilde e ignorante, habría osado en un agarrón, como ocurre en la actualidad incluso de parte de intelectuales, comunicadores, sociólogos, sacerdotes.

En el año 2004, lo digo con nombre y apellido, Cecilia Rovaretti, aparte de ser una gran profesional y defensora de su género, se negó a asistir a una cena en nuestra casa por cuanto iba a asistir un importante comunicador, que vulgarmente dicho, le agarró el traste, y no sólo a ella, en un ascensor. Hasta fue grosero con la veterana doctora Cordero y muchas más que no sacan la voz, ahora que estan en su momento.

Los tiempos han cambiado y no justifico el piropo grosero. Ya lo escribi, en 1938, mi padre fue acusado a un bobby (policía inglés) porque  observó a una mujer demasiado detenidamente en la calle. El funcionario se acercó al autor de mis días y le llamó la atención.

Hasta ese extremo entonces.

En una cultura soez y arcaica como ésta, donde aun Jorge Edwards Premio Nacional y Cervantes mijtea a las mujeres (fui testigo), existen veteranos que quedaron pegados en el disco, pero no con malas intenciones, sino porque fueron educados de ésta manera. Sus papás hacían lo mismo.

No justifico para nada estos arranques, pero los comprendo. Una cosa es que provenga de una persona menor de 60, consciente del cambio originado en las costumbres, hábitos, en la igualdad de la mujer (aún en trámite).

Por eso, limitándome solo a lo verbal no al acoso físico, entiendo ciertas actitudes que deben ser recriminadas en su momento, no después. Concuerdo que en los medios hay personas de ambos sexos que acosan a sus jefes, con tal de obtener aun beneficio. Culminada esta etapa, sacado (a) de pantalla de televisión o cine, el acosado acosador se convierte en degenerado.

¿Quién tiró la primera piedra?

Epílogo: un nunca más a cualquier tipo de acoso. Y a los viejos, pararles el carro en el instante. Para ellos un mijita rica es como si nada.

En lo personal, debería de estar preso por haber escrito el libro “Las piernas de Mariana”. Pero tanto la hija del Presidente como el suscrito no lo tomaron como un insulto sino como una falta de respeto por la calidad  de mujer  de la afectada.

A veces repaso en las noches si acosé a alguien o no. Es probable, pero esas mujeres siguieron siendo amigas porque pertenecian a mi generación.

En fin, cuidado con las palabras a menos que se las exijan las mujeres que degustan el piropo.

Lo peor es que ante un acoso de violencia, aún persiste la costumbre, social y económicamente transversal, de retirar las denuncias, hasta en casos insólitos.

A propósito, recomiendo leer Los Divinos, de la escritora colombiana, Laura Restrepo, femicidio de pitucos, en un lenguaje envidiable para una escritora setentona, de cómo se interiorizó en el coa de ricos decadentes e insanos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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