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Argentina : Nada que mostrar

Columna de opinión por Antonia García
Miércoles 27 de junio 2018 11:16 hrs.


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La idea es simple y la nota es corta. El lunes 25 de junio se realizó un paro general en la Argentina, convocado por la CGT, en defensa de los derechos de los trabajadores, en denuncia de un conjunto de decisiones que condenan a amplios sectores a vivir en la precariedad, en el mejor de los casos, cuando no en la indigencia. Ese fue el marco y, en ese contexto, se realizaron distintas actividades. Sin embargo, entre las imágenes que han sido reproducidas por distintos medios, sobresalen aquellas que no muestran nada. Más precisamente: aquellas que muestran que el paro fue masivamente seguido. Parte de la ciudad quedó desierta. Vacías las calles. Buenos Aires transformada en una ciudad fantasma. Un decorado.

Hace ya un tiempo que la idea circula, aparece por ahí, se desvanece, reaparece por allá. La última (penúltima) vez que escuché hablar de ella fue en un correo que entró en mi casilla, mandado por el periodista Carlos Debiasi, desde París, en unos días de gran agitación en Argentina. El mensaje invitaba a “no pisar el palito”, a no prestarse para dar argumentos a quienes buscan imponer el estado de sitio y poner tropas en la calle. El mensaje contenía también una sugerencia. Otra forma de Huelga General. Cada cual en sus casas: Operación “Calles desiertas”.

Según su reflexión, esto sería lo más eficaz, y podría asustar al contrincante al no saber “cuántos son ‘los enemigos internos’”. Por otra parte, “no podrán reprimir (…) las fuerzas de represión están obligadas a salir a la calle a ocupar el terreno, pero contra nadie”. Yo no sé si esto es lo más eficaz, pero perdido por perdido, concuerdo en que hay que intentarlo. En este contexto, y en otros.

(No en todos. Sin duda, cada situación pide un examen minucioso de lo que ahí está en juego, pero el razonamiento puede aplicarse a distintas coyunturas donde la vida peligra y donde se espera, desde las altas esferas, alguna excusa para atacar con todo, en la más absoluta desigualdad de condiciones).

Se trata entonces de restarse. En apariencia. De poner el cuerpo. Pero de ponerlo en el lugar preciso. En el lugar donde más afecta al adversario. En este caso: ahí donde el adversario no lo puede alcanzar, no lo puede detener, no lo puede golpear, no lo puede torturar, no lo puede ejecutar, no lo puede hacer desaparecer. Y hacerlo de manera coordinada –ojalá masiva– para que esta ausencia impacte: sea generadora de sentido.

foto paro 25 de junio (1)

Calle de Buenos Aires el 25 de junio, día del paro nacional

¿Qué cosa es una policía que no puede intervenir porque, en realidad, el orden interno está mantenido e incluso asegurado por ciudadanos en rebelión momentáneamente invisibles? Cierto es, y nosotros que nos sentimos concernidos por estas problemáticas somos todos expertos en estas cuestiones, que las puertas de las casas se patean, se tiran abajo y quienes están en su interior son arrastrados de los pelos. Pero… ¿se puede arrastrar de los pelos a todo un barrio? ¿Muchos barrios? ¿Una ciudad? ¿Un cuerpo social decidido a no dejarse asesinar? Ni por la policía, ni por políticas “de ajuste”.

Dentro de un mismo orden de ideas, a la imagen de la ciudad vacía, se podría agregar la del silencio absoluto. El contra-cacerolazo. Razones tenemos de sobra para hacer un minuto de silencio, incluso varios. Un largo silencio que se escuche.

La manipulación en tantos y tantos asuntos, ámbitos, ha llegado a tal punto que uno tiembla cada vez que defiende una idea, ¿a quién estaré ayudando? ¿No me estaré sumando, sin querer, a una causa indefendible o sostenida por malas razones? Lo que quisiera subrayar con esta nota, es que son notables los esfuerzos que unos y otros hacen cada día por restarse del juego tal como lo imponen los poderosos. No para quedarse en casa sino más bien para no prestarse. Para pensar, imaginar e implementar otras formas de lucha.

Ya está claro que no se trata –mis perdones– de ganar un partido de fútbol, en el que de un lado de la cancha tendríamos a los explotados y del otro a los explotadores. Ese juego, ya sabemos, siempre lo vamos a perder. Entre otras cosas, porque como intentaba formularlo en una nota anterior, somos parte de este sistema de explotación/control/dominación, lo hacemos funcionar. La idea sigue siendo cuestionar el juego, sus reglas, sus usos y costumbres. Y repensar –de paso– todas las formas que hemos tenido hasta el día de hoy de oponernos y de juntarnos, de denunciar y de defender, porque claramente, en estos momentos, no están siendo eficientes. No liberan. No protegen. No impiden. Más bien alimentan, le dan una nueva vida a esta impiadosa maquinaria en la que estamos envueltos. Y nos condenan a llegar siempre tarde a la escena donde el crimen ya fue cometido.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.