“Parece ser que va a llover” es una frase que Nacho Vegas (Gijón, 1974) puso en una de sus canciones hace más de una década, pero el pasado jueves pudo utilizarla cuando aterrizó en Santiago. Pocas horas más tarde, mientras hace un concierto en el Museo Violeta Parra, afuera el agua cae casi con violencia.
“En estos últimos años he estado especialmente violetapárrico”, es una de las frases que el cantautor asturiano suelta en el auditorio del museo, donde sostuvo también una conversación. Nacho Vegas podrá ser un nombre desconocido para el gran público en Chile, pero cerca de un centenar de personas agotaron las inscripciones con semanas de anticipación para escucharlo un día laboral, a las cuatro de la tarde. Otros se quedaron afuera, algunos indignados, y no pudieron escucharlo tocar siete canciones con su guitarra acústica.
No es casualidad el escenario: el séptimo título de su discografía solista -poblada además por varios EP y colaboraciones- es un disco doble que se llama Violética, que incluye una vibrante versión de “Maldigo del alto cielo” junto a Christina Rosenvinge y cuya carátula está dominada por el rostro de una mujer, ilustrado en tonos violáceos. “Creo que la pasión por la vida es lo que está presente siempre en Violeta Parra, la vida en todos sus aspectos: en el aspecto más dulce y amable, en el más desgarrado y más trágico y en el más íntimo o de denuncia social y política. Esos contrastes me interesaban mucho”, detalla Nacho Vegas.
Un rato antes se veía nervioso. En su pequeño camarín se encontró con Isabel y Tita Parra. Tímido, sonriente, les regaló copias de Violética y les agradeció la invitación al museo, que había conocido en su primera visita, hace dos años. Su inquietud tenía también una razón práctica: apenas alcanzaron a ensayar “Volver a los 17”, que tocaron juntos más tarde, y él acentúa el rasgueo de su guitarra en un tiempo distinto al de la versión original. “No te preocupís”, le replicaban en chileno.
“También me interesaba algo que vi en figuras como Violeta Parra, Billy Bragg, Atahualpa Yupanqui o Phil Ochs, que son muy diferentes, pero donde la línea entre lo íntimo y lo social es muy difusa -dice también en el museo. La música popular siempre es permeable a lo que sucede alrededor y al final te encuentras con que no hay canciones políticas y canciones de amor, porque las canciones de amor y de revolución pueden ser una misma. Me interesaba mucho eso, como también la mirada hacia la tradición y hacia la modernidad”.
“Tradición y modernidad” podría ser un eslogan publicitario para Violética. En sus 91 minutos de extensión conviven guitarras eléctricas y ukeleles y hay hasta una cumbia (“Todos contra el cielo”), inimaginable para quienes conocieron al Nacho Vegas de inicios de este siglo, rodeado de un aura maldita, armado con historias truculentas y melodías de una honda tristeza. Es una cumbia a lo Nacho Vegas, de todas formas, sea lo que sea que signifique eso.
También hay múltiples personajes y narraciones. “Aida”, por ejemplo, es una canción tradicional para Aida de la Fuente, una guerrillera que cayó a los 19 años combatiendo el fascismo en Asturias. “El corazón helado” recoge los versos de los hermanos Manolo y Aurelio Caxigal, dos fugaos asesinados durante el franquismo. “Desborde” es una melodía que va creciendo como si encarnara la inundación de Madrid que narran sus versos. “Crímenes cantados” es la triste crónica de Samba Martine y Mohamed Bouderbala, ambos muertos en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) donde fueron encerrados por su condición de inmigrantes. “Es una cuestión de voluntad política y de dignidad cerrar esas cárceles encubiertas. Pensando en estas cosas es cuando me avergüenzo de ser español”, agrega Nacho Vegas en el museo.
El auditorio lo escucha con atención mientras pasea por distintos temas. “Una vía realmente rupturista la liderará el feminismo o no la liderará nadie”, responde cuando le preguntan por la consigna estampada en la camiseta que lleva bajo su chaqueta negra. “Siempre nos creímos muy modernos y que el machismo estaba en la derecha, pero es una gran mentira. El machismo es estructural en la izquierda y contra eso tenemos que luchar con la misma fuerza con la que luchamos contra el capitalismo”.
“La música testimonia lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros en una época en la que prima el individualismo casi como doctrina hegemónica. La música apela un poco a la empatía, a una ética de los cuidados, a que somos seres interdependientes. Eso está en varias canciones”, explica también sobre Violética.
Cuando acaba el concierto, una fila de seguidores mantiene a Nacho Vegas por casi una hora firmando discos, sacándose fotos y recibiendo regalos. Hay uno que destaca por sobre todos: un vinilo con Las últimas composiciones de Violeta Parra.
“No quiero que se vea como un homenaje”
Nacho Vegas llegó a Chile con unas dos semanas de viaje promocional en el cuerpo. Luego de tocar Violética en Murcia, Valencia, Barcelona y Madrid, tomó un avión rumbo a Ciudad de México y luego se pasó a Buenos Aires. Aun así, le quedó energía para visitar el memorial del Estadio Nacional, grabar una pequeña sesión acústica en el sector, probar unas cuantas variedades de pisco sour, almorzar en el mercado Tirso de Molina y armar incontables cigarrillos mientras caminaba.
Hizo también varias entrevistas y conversó con Radio Universidad de Chile, mientras Uruguay se despedía del Mundial de Rusia y la lluvia terminaba de caer sobre Santiago.
¿Es cierto que Violética iban a ser dos discos, El don de la ternura y La necesidad de amparo?
Son dos ideas -un verso y un título- tomadas de poemas de Raymond Carver. Eran temas recurrentes en algunas de las canciones que estaba escribiendo, temas que tienen que ver con vernos como seres interdependientes, que nos necesitamos los unos a los otros. Al final no sabía bien cómo encajar una con otra y decidí simplemente llamarlo Violética, pero siempre hago un EP al año siguiente y es probable que el próximo sí que lo titule El don de la ternura. Así cierra el ciclo y recupera esa idea inicial que no pudo ser.
Sacaste un álbum doble en una época donde parece que no hay tiempo para escuchar 18 canciones. ¿Lo pensaste? ¿Qué te llevó a tomar la decisión igual?
Lo pensé y me lo decían muchas personas. Christina Rosenvinge me decía “uh, la gente no tiene tiempo para escuchar un disco entero”. Yo creo que es algo que nos quieren hacer creer. ¡El mundo no gira más rápido que antes! (se ríe). Es cierto que hoy parece que siempre tienes que estar conectado y siendo productivo, pero al final la música es necesaria y siempre vamos a tener que encontrar un hueco. La música tiene el poder de hacer que se detenga el tiempo o que el tiempo vaya más lento.
Como en tu canción, “Detener el tiempo”.
Sí. Creo que siempre vamos a encontrar ese momento para escuchar. Yo cuido el álbum tratando de que se pueda escuchar de principio a fin, pero sé que la gente también lo va a escuchar de otras maneras, muchas personas ahora escuchan música haciendo playlists. Lo importante, al final, son las canciones. Me gustaría sí que la jornada laboral fuera de cuatro horas (sonríe) y que la gente tuviera más tiempo para hacer cosas que nos constaten que estamos vivos, que no somos robots y no estamos alienados todo el tiempo. Creo que la música te ayuda a desalienarte.
Se habla del giro político que ha tenido tu música, pero has dicho que en las canciones aparentemente más íntimas también estaba eso. ¿Hubo un quiebre realmente?
No creo, aunque es lo que alguna gente percibió. En las giras pongo el repertorio reciente al lado del antiguo y me gusta comprobar que conectan. Te voy a contar algo: cuando empecé Cómo hacer crac (2011) sí que estaba influido por todo lo que estaba pasando en ese momento, pero la canción “Cómo hacer crac” la empecé antes de las revueltas. Me había atascado un poco en la primera estrofa, pasó el 15M (la serie de protestas ocurridas en España en 2011) y acabé la canción con eso. Se tomó como una canción que hablaba del momento, pero en realidad iba a tener otra perspectiva, un poco parecida a canciones como “Nuevos planes, idénticas estrategias”. Te lo cuento porque creo que esas cosas pueden convivir en las canciones. Antes la dimensión social era menos explícita, pero creo que estaba desde canciones como “Por culpa de la humedad” o “Hablando de Marlén” o “Nuevos planes” o “Gang bang”. En aquella época había un mantra individualista que te impedía hablar desde la empatía y parecía que tenías que hacerlo desde una visión más cínica, pero son dos miradas que se pueden complementar.
Toda persona que se posiciona contra el capitalismo y el mercado tiene que vivir, de todas formas, bajo sus lógicas. Tú vendes discos, haces conciertos y actividades de promoción. ¿Cómo resuelves esa contradicción?
Nunca se resuelve, pero puedes ser consciente de ello. Antes no lo hacía y es algo que me cuesta mucho todavía en Latinoamérica, por ejemplo, pero desde hace algunos años intento que esté presente el precio de las entradas de los conciertos. A veces me encontraba con precios abusivos o que hacían que hubiera un sesgo de clase en el público que me iba a ver, entonces empecé a meter ese tema. Por otro lado, también tienes que pagar bien a los músicos, entonces tienes que moverte en esas contradicciones. Si haces un concierto en una ciudad y es muy caro, por ejemplo, tratas de volver a los pocos meses con un concierto gratuito. En España se decía mucho que los conciertos gratuitos habían sido negativos, porque la gente no apreciaba la música si no pagaba una entrada. A mí eso me da rabia, porque es como que si no pagas por algo, si no es mercancía, no lo valoras. Yo me encuentro con público muy joven, que son estudiantes o tienen trabajos precarios, y no pueden ir a conciertos míos. Como hay tantísimos festivales, lo que hacen muchos chavales es ahorrar y ver a muchos grupos juntos, pero un festival tampoco es el mejor sitio donde ver música.
En Chile hemos hablado de un “disco inspirado en Violeta Parra”, pero en las canciones hay muchos otros personajes y temas, como el racismo y la inmigración. ¿Es reduccionista esa visión?
Sí, pero es únicamente en Chile donde la gente lo relaciona tan directamente. Es verdad que la figura de ella me inspiró mucho, que su forma de entender la música también está presente en mí, pero no quiero que se vea como un homenaje a Violeta Parra. Lo primero que me dijeron cuando desvelé el título fue que parecía una mezcla de violencia y poética y yo respondí “sí, algo así” (ríe). No quería explicar la historia de “Mazúrquica modérnica” y todo eso. Lo que pasa es que es un disco heterogéneo, hay diferentes perspectivas. “Crímenes cantados” tiene un acercamiento muy diferente a la realidad que tiene “A ver la ballena” o “Bajo el puente de L’Ará”, que también son canciones narrativas.
Esa canción, “Crímenes cantados”, es bien Jesus & Mary Chain…
Sí, yo la había hecho al ukelele y era muy folkie, tenía un toque a lo Belle & Sebastian que quería quitarle. No sé cómo se nos ocurrió darle ese sonido, pero cuando vi a Edu (Baos, su guitarrista) sacar los acordes salió eso de Jesus & Mary Chain, de Spacemen 3, todos estos grupos. La canción requería que la música tuviera una carga de violencia importante, porque habla de algo tan violento como el asesinato de dos personas. Cuando la escribí también pensaba en Stephen Merritt de los Magnetic Fields. Me gusta mucho cómo él -claro, es un gran melómano- escribe una canción de reggae, una a lo Suicide, una country, una opereta o un disco basado en Jesus & Mary Chain y siempre mantiene su personalidad. Salvando las distancias, intenté hacer un disco donde pueden convivir una cumbia, una canción a lo Jesus & Mary Chain, una canción folk y una que fuera rock, unidas por una personalidad.
En Violética hay citas a discos anteriores tuyos y antes también has hecho guiños o versiones de otros artistas. ¿Qué tanto te importan la originalidad y la novedad, dos conceptos habitualmente exaltados en la música?
Yo recuerdo que cuando empezaba a hacer música, con el inicio de la escena indie en España en los ‘90, lo que todo el mundo quería era un sonido innovador, pero al final toda la música viene de algún lado y tiene que ver con saberes compartidos. Me parecía más importante darle a la originalidad un lado expresivo, buscar la pureza que siempre ha tenido la música popular.
Hay algo que sale de las entrañas cuando escuchas canciones tradicionales en boca de gente que las canta no porque vayan a hacer un disco y convertirse en estrellas de pop, sino porque están cantando simplemente. En las canciones de campo como las que recogían Alan Lomax o Violeta Parra la gente canta cuando está trabajando o cuando alguien muere o en las fiestas; cantan simplemente porque les sale de dentro. Es importante que los que nos dedicamos a esto de manera profesional preservemos esa pureza. No es por volver a ella, pero es verdad que eso está muy presente en Violeta Parra, que se impuso su misión como folclorista y en el camino comenzó a escribir canciones como “El gavilán” u otras que hoy suenan muy modernas. Sin ser consciente, ella estaba haciendo algo completamente original.
A mí me gusta lo de la autorreferencialidad, coger frases de una canción en otra, hacer guiños conscientes. Lo hice con “Cerca del cielo”, por ejemplo, que empieza como “Five years” de (David) Bowie, algo que hice sin ningún disimulo. En las letras también hay un montón de guiños que la gente no pilla, pero me gusta dejar por ahí.
El tema también tiene una lectura política y económica, ¿no? En el folclor las canciones son de todos…
Sí. A nosotros muchas veces nos da la impresión que la música empezó con la grabación y en realidad ahí es cuando empezó algo un poco pernicioso: entró el mercado y la música se convirtió en una mercancía. Hace relativamente poco que hablamos de consumir música en vez de escucharla y hay este celo con la autoría, como si las canciones fueran obras cerradas. Las canciones tradicionales se reescribían según pasaban de mano en mano y la autoría se iba diluyendo. Es verdad que el derecho de autor nació como algo importante y tenía un sentido, pero entenderlo de forma restrictiva es negativo. Yo considero mis canciones como algo abierto: cambio versos para actualizarlas, para resignificarlas, porque a veces no te sientes en sintonía con lo que escribiste hace 15 años. Incluso hay letras que vienen en el libreto del disco y no coinciden necesariamente con lo que estoy cantando. Es un detalle que pongo porque la canción no tiene que ser ni lo que está cantado ni lo que está escrito, sino que alguien puede cogerla y transformarla. Me gustaría que alguien hiciera una versión mía y la reescribiera.
Es la idea de que una canción es solo su versión “original”, grabada y editada, y no algo dinámico. Un ejemplo típico de lo contrario es Bob Dylan, que transforma sus canciones hasta hacerlas irreconocibles…
Es verdad. La primera vez que vi a Bob Dylan iba muy emocionado y era una mierda, no se reconocía ninguna canción (dice entre carcajadas). A lo mejor yo estaba muy en plan de fan, pero me acuerdo que preguntaba: ¿y esta cuál era? ¡Si era “Chimes of freedom”, cómo no pudiste reconocerla!, me respondían (se ríe otra vez). No tenemos que creernos que el mundo empezó con la música grabada, como si el mercado no solo maleara nuestros ritmos a la hora de escuchar música, sino que se arrogara también el poder de decir que la música empezó conmigo. Eso no podemos permitirlo.
En las entrevistas que hiciste cuando se publicó Violética en España te preguntan mucho de política y no tanto de música, ¿te acomoda eso?
Tiene que ver con que he asociado mi música con el compromiso político, algo que quizás no era tan frecuente en la escena de la que vengo, y mucha gente tira por ahí en las entrevistas. También yo me encuentro con entrevistas en las que hablaste mucho del disco y al final ponen el foco en la política y actualidad. Cuando hice la promoción de este disco se estaba haciendo la moción de censura que acabó echando a (Mariano) Rajoy y todo el mundo quería preguntar sobre eso, pero no me apetecía hacer de opinólogo. Al final, como manda mucho lo del clickbait, los titulares siempre estaban enfocados en esos temas y me dio un poco de rabia. Fue una promo con la que me sentí incómodo, me enfadé con algunos medios y, de hecho, hay algunos a los que no les voy a dar más entrevistas, porque no es la primera vez que lo hacen.
Puedes terminar convertido en un moralista…
Me gustaría huir de la sensación de ser un opinólogo de todo. En España hay un programa que se llama La Sexta Noche y siempre invitan a un personaje de la cultura y le preguntan qué opina de toda la situación. Me acuerdo que cuando estuvo Pau Donés, de Jarabe de Palo, me daba un poco de vergüenza, porque opinaba como gustándose mucho y diciendo muchas burradas. Entonces me preguntaba: ¿le daré yo esa sensación a la gente cuando en todas las entrevistas salgo hablando de política? ¿Dirán “cállate ya que no tienes ni puta idea de lo que estás hablando”? Es cierto que me lo planteé. Muchos artistas a veces opinan desde su torre de marfil, sin ver lo que pasa en la calle. Por lo menos yo espero tener los pies en la tierra, aunque me equivoque con mis opiniones. O cuando ves a Morrissey opinando…
Terminas pensando si todavía te gustan sus canciones.
¡Yo cada vez soy más Smiths y menos Morrissey!