Ese tono universitario le otorga a la película sus mayores ventajas y también sus debilidades. La frescura de los personajes, su habitar leve y -superficialmente- despreocupado y algunos estupendos diálogos sobre el presente y el futuro en ese tiempo incierto de camino a la adultez, rescatan el origen literario de la película -basada en un cuento de Romina Reyes- y son hábilmente registrados en el filme. Por otro lado, la propuesta tan específicamente centrada en ese momento vital podría tener el riesgo de dejar afuera a gran parte de la audiencia que no ha pasado por ese tipo de experiencias. Esto, tanto en la posibilidad de comprender ciertos códigos y lugares -la historia se desplaza sin mucha explicación, y con un montaje a veces confuso, por distintas geografías del espacio universitario- como en la capacidad de empatizar con la problemática de los personajes.
Alejandro es un estudiante de primer año de periodismo que viene de Rancagua y se engancha -primero sexual y luego emotivamente- con Sofía, una estudiante de último año de Lingüística. Ella es al mismo tiempo atractiva y distante, le dice pesadeces como una manera de seducirlo, quizá para dejar en claro que ambos se encuentran en momentos distintos de su experiencia universitaria y personal. Lo que hay entre ellos, por lo menos inicialmente, es un gran interés sexual y la película instala la fuerza de ese elemento como central en la narración, generando varias escenas de sexo bastante explícito. Son escenas que no desaparecen en la elipsis, sino que, con detenimiento y planos generales y detalles, más que ir por la excitación del espectador expresan la urgencia de los personajes por espacios de placer y por conectar, aunque sea desde los cuerpos.
El personaje femenino es uno que se mueve entre la indiferencia y la preocupación. Su relación con su madre enferma, su desinterés en desarrollar la tesis y cerrar su etapa de estudiante, su elección laboral (considera mejor trabajar de mesera que en algo vinculado a lo que está estudiando), van construyendo un personaje que escoge la evasión y en ese sentido el sexo, el alcohol y el carrete universitario (con todo el cliché que esto conlleva) aparecen como un espacio para distanciarse de una realidad que no le acomoda, pero de la que tampoco se hace plenamente cargo. Hay en ella un interés por el dolor autoinfringido -algo que suponemos va más allá de lo físico- y que en lo sexual se expresa en un tímido sadomasoquismo en el que la película escoge no adentrarse.
Reinos estrenó mundialmente en el Festival de Cine de Buenos Aires, BAFICI y allí su protagonista Daniela Castillo obtuvo el premio a Mejor Actriz. Es comprensible el interés festivalero y de cierta crítica por este tipo de cine. En “Reinos” hay momentos muy lúcidos y se agradece la frescura y la honestidad de los diálogos y los espacios, hay un eficiente trabajo en la representación de un grupo etario y social, la pregunta que queda es si -contada de esta manera- esa burbuja que es la vida universitaria puede apelar, y sobre todo conmover, a una audiencia que está más allá de esa experiencia.