Una quincena de personas colocan colchonetas de yoga en el suelo de un pabellón deportivo de un distrito burgués de Washington. Están de buen humor. Todos son empleados del gobierno federal y se ven obligados a permanecer inactivos debido a la parálisis parcial del gobierno. Hoy, el curso es gratuito. “Quería hacer algo por estos empleados que están dando vueltas en círculos mientras esperan para volver al trabajo”, explica la profesora Jen Dryer. “El yoga aporta calma, serenidad, respiración y relajación, es una actividad que se adapta perfectamente a su situación. Se ven privados de ingresos y ven acumularse las facturas, lo que constituye un importante factor de estrés”, asegura.
Para Sandra, cuyo marido trabaja en el sector privado, la cuestión de sus recursos económicos no es todavía un problema importante, pero la inactividad forzada es una carga, y este curso es bienvenido. “Todos buscamos algo que hacer para mantenernos activos, hay muchos intercambios de consejos, dónde ir, o clases de deportes gratuitas, todo tipo de actividades que nos mantienen ocupados”, explica esta joven cuarentona, antes de encadenar posturas en su colchoneta. Muchos gimnasios, cafés, restaurantes ofrecen descuentos o servicios gratuitos para los empleados del gobierno afectados por el impasse presupuestario. Después de la clase de yoga, Marie concertó una cita con una de sus amigas empleadas de la NASA, también en su casa: “Intento hacer una actividad fuera de casa todos los días: tomar un café en alguna parte, tomar una clase de yoga, pero no puedo planear nada. En cualquier momento, el gobierno puede llamarnos a la oficina. Así que tenemos que organizarnos todos los días para el día siguiente”, dice.
El crecimiento estadounidense, afectado por el ‘Shutdown’
En la Avenida Pennsylvania, las oficinas de World Kitchen están llenas de gente. La organización, que generalmente distribuye comidas en áreas afectadas por desastres humanitarios, ha decidido abrir un comedor gratuito para los empleados federales que no reciben pago. “Estamos ubicados entre el Congreso y la Casa Blanca, es una elección simbólica”, dice Alexandra García, empleada de la asociación, que distribuye unas cinco mil comidas al día en el corazón de la capital federal. Los voluntarios en la cocina son en su mayoría empleados del gobierno obligados a permanecer inactivos. “Por el momento estoy aguantando financieramente, ¿pero por cuánto tiempo? No sé…”, suspira un empleado de un ministerio cercano. “Tenemos que tener cuidado con cada centavo que gastamos. Una comida puede no parecer mucho, pero es una ayuda preciosa. “Algunos empleados federales, asfixiados por la acumulación de facturas y la falta de ingresos, están buscando soluciones alternativas. “Hoy tuve una entrevista para convertirme en maestra sustituta”, dice una mujer en la fila del mostrador de distribución. Y con una voz cargada de emociones añade: “¿Hay que suicidarse para que la situación se tome en serio? Es trágico. Al principio estaba furioso, ahora estoy triste”, asegura.
Empleados federales desamparados
Afuera, la cola se extiende sobre varias decenas de metros. Ellen está justo al final, detrás de la esquina de la calle. Requisada en la oficina, lleva dos días viniendo aquí para almorzar. Mi marido y yo llevamos trabajando más de un mes sin recibir nuestro salario”, explica, “tendremos que pedir prestado, tal vez registrarnos como desempleados para recibir prestaciones que tendremos que devolver cuando finalmente nos paguen”. En un tono cansado que trasluce indignación, la mujer, de unos 50 años, continúa: “Ser utilizados como peones para cumplir una promesa de campaña nos da la impresión de que no tenemos valor. Tampoco se debe pagar a los ricos en el Congreso, como a nosotros…. Y el presidente no debe recibir dinero, eso es todo lo que tengo que decir….”. Ellen seca discretamente una lágrima. Un hombre a su lado toma su brazo como signo de compasión. “Es realmente injusto”, dice, “todos somos funcionarios del gobierno, y nuestro empleador nos tiene como rehenes”. Esta crisis me hace preguntarme: ¿por qué seguir trabajando para una administración que muestra tanto desprecio por sus empleados?”
Al pie de la avenida desierta se encuentra la silueta del imponente edificio del Congreso. Las negociaciones entre los demócratas y la Casa Blanca siguen estancadas. Nancy Pelosi rechazó las últimas propuestas de Donald Trump de aceptar la construcción de su muro fronterizo a cambio de una extensión del permiso de residencia de los “dreamers”, aquellos inmigrantes ilegales que llegaron a Estados Unidos durante su infancia y que fueron regularizados temporalmente bajo la administración de Obama. En su discurso del sábado 19 de enero, el presidente estadounidense no tuvo ni una sola palabra para referirse a los empleados federales.