Holden fue un grupo francés liderado por la cantante Armelle Pioline y el guitarrista Dominique Dépret, que estuvo activo desde fines de los ’90 y publicó cinco discos de estudio antes de su disolución, a mediados de esta década. Aunque su escenario natural era el circuito de música independiente francés y europeo, sus canciones encontraron oyentes mucho más allá del Atlántico.
En 1999 fueron invitados a Chile por Pánico, la banda que luego se estableció en París, y desde entonces establecieron lazos cada vez más fuertes con el país.
Hay tres ejemplos que lo grafican bien. El título de su segundo disco, Pedrolira, alude a la calle en Providencia donde se ubicaba el estudio del productor alemán Uwe Schmidt, quien se encargó de las mezclas. El tercer álbum, Chevrotine, lo grabaron entre el mismo estudio y el que Jorge González tenía entonces en el Cajón del Maipo. Y para rematar, desde 2004 su bajista fue Cristóbal Carvajal, un chileno avecindado por entonces en París.
Holden, un nombre inspirado por J.D. Salinger, fue entonces una palabra recurrente en la cartelera de conciertos de Santiago, pero también de otras ciudades. En 2007, por ejemplo, emprendieron una gira que los llevó a Valparaíso, Concepción, Talca, Valdivia, Puerto Montt y Puerto Varas, para terminar en Buenos Aires. Parte de esa historia ahora se ha recuperado en Bon voyage: Mi vida junto a Holden, un documental que será estrenado este sábado, en el Festival Internacional de Cine y Documental Musical In-Edit Chile.
Su autor, Pablo Solís, tenía sus propios vínculos con el grupo. En 2005 los incluyó en la banda sonora de su película Paréntesis y luego les dirigió un videoclip, así que no fue extraño que en esa gira él también fuera parte de la comitiva. “Fue un poco extenuante y nuestro punto de partida era no intervenir en los sucesos, ser testigos lo más invisible posibles”, recuerda.
Finalizada la gira, Solís guardó las grabaciones y pasó una década antes que volviera a encontrarlas. “Hace dos años estaba cambiándome de oficina y me topé con la caja de sonido del documental. Escuché el material y era muy rico. Más allá de registrar el viaje en sí y ciertas situaciones, grabamos casi todos los conciertos y quise rescatarlos. Fue como encontrar una cajita que entierras cuando niño en el patio y la sacas años después, como una cápsula del tiempo”, cuenta.
Con esas filmaciones recuperadas, a fines de 2017 viajó a París y entrevistó a Armelle Pioline, quien a lo largo de los 75 minutos de documental va narrando historias, recuerdos y sentimientos respecto a lo que había vivido en Chile. “Fue bien intenso. Muchas veces uno espera que las cosas duren para siempre y trasciendan, pero los planes no salen como uno los determina. Así, el documental terminó siendo una reflexión sobre el tiempo y las decisiones que uno toma en la vida”, considera el realizador.
Aunque el relato de Armelle Pioline es la columna vertebral de Bon voyage, el documental permite también recordar cómo era el circuito de música independiente hace diez años. y lo singular que fue la historia de Holden, dice Solís: “Era extraño. Ellos encontraron una especie de paraíso, un lugar que no estaba en su carta de navegación. Pasaron más de diez años yendo y viniendo”.
“Que fuera música francesa era algo llamativo, pero la relación entre un artista y sus fans es media misteriosa. Hubo un cierto espíritu que sincronizó en ese momento y más que hacer un análisis de por qué ocurrió, se lo dejo al misterio”, ahonda.
El documental, en todo caso, busca recuperar en parte ese espíritu. Además de proyectarse en In-Edit, sus realizadores pretenden mostrarlo en otras salas de Santiago y llevarlo a las ciudades donde Holden se presentó en aquella gira de 2007. Solís lo resume así: “Cuando a Armelle le preguntaban por su relación con Chile, ella lo explicaba como amantes a la distancia, que se veían de vez en cuando. Creo que esta es una oportunidad de reencuentro”.