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El suicidio de Alan García

Columna de opinión por Oscar Ugarteche
Martes 7 de mayo 2019 19:42 hrs.


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Los suicidios suelen ser caracterizados como actos de desesperación. Como actos frente a la impotencia, frente a la derrota, frente a la quiebra de lo que el suicida esperaba. Un suicidio premeditado con meses de anticipación, es, por lo tanto, otra cosa. No es un acto desesperado, es un acto definitivo.

 Durkheim1 dice:

“El derecho a la vida, por su alta calidad, queda tutelado por normas éticas, además de por prescripciones jurídicas. La vida es objeto y sujeto de derecho. Es entidad jurídica objetiva, en cuanto puede recaer sobre ella una relación tutelable por la ley, pero es condición sine qua non para que el sujeto exista… Nos basta enunciar el hecho de que todas las morales, religiosas o laicas, con contadas excepciones, reprueban el suicidio, y de que todos los penalistas están conformes en que es un fenómeno ajeno a la actividad de la ciencia penal, y en que su punibilidad como delito es imposible o inútil.”

Es decir, el suicidio es un crimen punible por ley, pero no aplicable porque el suicida ya no está. Es un auto asesinato que está, además, moralmente condenado por todas las religiones.

Un suicidio premeditado, calculado, con la escenografía montada, tiene una finalidad política. El suicidio de Goebbels es uno de éstos. El de Getulio Vargas es otro. El de Allende es otro. Arbenz es otro. García ni quiso dar un golpe de estado ni fue víctima de uno. García fue un hombre con un recorrido vital sinuoso, oscilando entre la izquierda y la derecha y casi siempre siendo lo que el oyente esperaba de él. Con dos gobiernos contrapuestos evidenció que sus convicciones fueron siempre circunstanciales, mientras que el poder fue permanente, hasta que lo perdió. Mostró que ordenar acciones militares sobre reos rendidos en penales puede pasar como un acto de “defensa nacional”. Mostró que puede haber un divorcio entre la moral pública y la moral privada. Mostró que la impunidad es el peor enemigo de la justicia cuando fugó a Paris en 1992, sin ser extraditado luego por los crímenes por los que se le perseguía y acusaba.

Mostró que él también podía aliarse a su enemigo y que estaba tan cerca a la delincuencia organizada como a los empresarios. Todo esto lo mostro a través de la prensa en su vida pública. Incineró a su colaborador y partidario Facundo Chinguel, presidente de la Comisión de Gracias Presidenciales, por el cobro para la liberación de reos sentenciados, 400 de los 5,500 liberados eran narcotraficantes y redujo sus sentencias de quince años a tres a cambio de un pago. El expresidente de la Comisión de Gracias Presidenciales fue acusado y sentenciado por recibir dinero por conmutar la pena de sentenciados por narcotráfico en el segundo gobierno de Alan García (2006-2011). En realidad, quien conmutó las penas fue el Presidente de la República, no el de la Comisión de Gracias Presidenciales. El cobro fue de centenares de miles de dólares según algunos, de millones según otros. Lo demostrado fueron 200,000 dólares en total, lo que es una suma muy baja para un narcotraficante liberado de la cárcel. Chinguel terminó renunciando al partido aprista como hiciera Agustín Mantilla en su momento y entrando a la cárcel por nueve años. Sale en el 2022.

El ex Ministro del Interior Agustín Mantilla, de su primer gobierno (1985-1990) lo encubrió en el año 2002 cuando fue enjuiciado por recibir dinero ilícito. Fue procesado por la posesión de cuentas bancarias clandestinas por una suma de US$ 2,8 millones de origen ilícito que estaban depositados en bancos americanos y suizos a nombre de su hermano Jorge Mantilla Campos. Repudiado públicamente por el partido antes del juicio fue premiado y resarcido en su militancia a la salida de la cárcel. Tuvo un entierro como héroe del partido. Encubrir fue la consigna.

García, señalado como responsable del narcoestado en el Perú2, e indiciado como responsable de diversos crímenes de lesa humanidad, finalmente quedó atrapado por la ley. No tuvo ya quien lo protegiera realmente. Sus cinco escuderos en el Congreso de la República hicieron lo posible por desviar las investigaciones y hostilizar a los fiscales, pero no pudieron evitar que la verdad saliera a la luz. El presidente que había dado el ejemplo de estar por encima de la ley, de ser intocable, a lo largo de una historia de vida, cayó ante la ley. Antes ya había caído ante la opinión pública en el 2013 por el caso de los narcoindultos. El APRA perdió su cómoda posición de tener un tercio de los votos con 86 congresistas en el 2006, a tener apenas cinco congresistas en el periodo 2016- 2021, como efecto de sus dos gobiernos.

Lo asincrónico es que por un lado premeditó su suicidio con cinco meses de anticipación, según su secretario Pinedo. Dejó la carta explicativa a sus hijos en diciembre del 2018, un mes después de regresado al Perú. Leída, no es una carta a sus hijos sino a sus seguidores políticos. Por otro, los que lo asistieron en el quiebre de la ley no hablaron durante esos seis meses entre su llegada y su suicidio, sino después. El ex presidente Toledo no se ha suicidado por el mismo delito y goza de esplendida salud protegido por un pasaporte extranjero, o dos, o tres, disfrutando de al menos 31 millones de dólares de Odebrecht y algunos más de otras fuentes. Odebrecht no es un caso aislado.

García, de su lado, regresó al Perú el 15 de noviembre del 2018 a los interrogatorios y no pidió, en cambio, un pasaporte europeo, que lo eximiría quizás de tal regreso. Con 150,000 euros de inversión hubiera obtenido la nacionalidad europea en España. Schutt Landázuri ex directivo de Panamericana Televisión, vive o vivía en Suiza protegido por su pasaporte suizo, de la justicia peruana por dineros recibidos del asesor de Fujimori, Montesinos, en la década del 90. García no quiso refugiarse en España, nacionalizándose. También pudo hacer como el General Malca, embajador del Perú en México, en los últimos años del gobierno de Fujimori, que fugó y murió en una elegante playa de Brasil. No hizo nada de lo evidente. Pudo mudarse a la Isla Mauricio a vivir. No lo hizo y regresó al Perú no para enfrentar la ley, sino para ver cómo la esquivaba. Y trató todo, incluyendo asilarse en Uruguay. Cuando no pudo, se mató.

Todo indica que pensaba que podía seguir estando por encima de la ley y que jamás le destaparían el origen de la frase “la plata llega sola”, repetida por el entrevistador de televisión Jaime Bayly.3 García nunca quiso ocultar lo que hacía y en eso yacía su protección, pensaba. Otros actuaban por él. Ahora que han hablado sus asociados más cercanos y los hijos de éstos, ha quedado claro ex post facto, que lo que vimos pasar delante de las narices de los peruanos era verdad. Que quien parecía en algún momento en la década del 90 ser un hombre con una gran fortuna con casas en Bogotá y Paris; propiedades en Lima (sin ingresos de jubilación presidencial) y familias diversas, era nomás un hombre con una gran fortuna. Del origen de la fortuna de la década del 90 hubo acusaciones pero los casos prescribieron por la fuga del país del ex presidente en 1992.

Luego se supo de su establecimiento en Madrid al final de su segundo gobierno, con una familia nueva mientras en simultáneo mantenía a su otra familia en Lima en condiciones holgadas. Todo eso con 5,800 dólares mensuales no es posible, ni siquiera con el triple de eso. En México dicen que “un político pobre es un pobre político” y García era, a todas luces, de esa corriente teórica. La manera como los militantes apristas encubrieron a García es notable. ¿Fue solo por fe partidaria o también por miedo? Según Sergio Tejada, joven legislador que presidió la Comisión investigadora de los delitos del gobierno de Garcia 2006-2011, fue asediado, y amenazado en numerosas ocasiones, su esposa e hijos también, mientras duraron las investigaciones. De ser el caso, estaríamos ante encubrimientos por miedo y no por fe partidaria. Quizás las revelaciones tras su muerte sean una expresión de esto.

Durkheim sobre los suicidios señala que, aunque personas con locura pueden suicidarse, el suicidio no es una enfermedad de la locura. No hay relación estadística entre la enfermedad mental y el suicidio. Tampoco hay una correlación entre alcoholismo y suicidio, aunque ahora se sabe que el alcoholismo tiene que ver con depresión y que la depresión podría propulsar un suicidio. La imitación es un factor presente. Esto sin embargo opera en el inmediato. El suicida copia la acción que otra persona cercana hizo previamente hace poco tiempo. Luego Durkheim revisa tres tipos sociales del suicidio: el egoísta, el altruista y el anómico. (Prólogo p. IX)

Finalmente, visto desde el punto de vista de Durkheim y su anticuado pero importante tratado sobre el suicidio, visto desde el ángulo de la personalidad de García pudo haber sido un acto de deber. Si bien es una fuga de la justicia visto desde afuera, para miembros de un partido político que no quieren ver mancillado el nombre del mismo podría ser un acto de deber, como lo fue la renuncia al partido de Mantilla y Chinguel en su momento. La verdad es que, tras este gesto simbólico, la política peruana ha entrado en una nueva etapa. En ese sentido quizás se parezca al suicidio de Getulio Vargas.

1 Durkheim, Emile, El suicidio: estudio de sociología: traducción y estudio preliminar sobre Etiología del suicidio en España por Mariano Ruiz-Funes, Madrid : Reus, 1928.

2 O. Ugarteche, Narcoestado en https://www.servindi.org/actualidad/103815, 2 de abril, 2014

3 https://jaimebaylyblog.blogspot.com/2010/12/la-plata-llega-sola.html

Oscar Ugarteche es coordinador del Instituto de Investigaciones Económicas UNAM.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.