Ngũgĩ wa Thiong’o nació hace 81 años en Kamiriithu, una aldea establecida en el centro de Kenia durante la colonización del país. Hoy es uno de los escritores africanos más reconocidos internacionalmente y candidato al Premio Nobel de Literatura, gracias a una trayectoria en la que destacan novelas como El brujo del cuervo y ensayos como Descolonizar la mente.
Además de editor, periodista y activista, es profesor de Inglés y Literatura Comparada en la Universidad de California.
Fue en esa calidad que estuvo en Santiago durante esta semana, cuando se realizó el encuentro internacional “Challenges of Translation. Translation’s theoretical issues, practical densities: violence, memory and the untranslatable”, organizado por el Centro Interdisciplinario de Estudios en Filosofía, Artes y Humanidades de la Universidad de Chile.
Además de participar del evento, Ngũgĩ wa Thiong’o llegó a la Casa Central de la Universidad de Chile para ofrecer la charla magistral “El poder de la traducción: uniendo el abismo entre culturas”.
Al comenzar su exposición, se mostró agradecido por su primera visita a Chile, un país que describió como una tierra de “gigantes” de la literatura, nombrando a Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Pablo Neruda, Víctor Jara, Isabel Allende y Ariel Dorfman.
Así, recordó haber conocido algunas traducciones de Dorfman al gikuyu, lengua propia de Kenia, y relató en detalle el encuentro que tuvo con Pablo Neruda en 1966, durante una conferencia de escritores en Nueva York.
Invitado como representante de África, Ngũgĩ wa Thiong’o se enfrentó en esa ocasión con una escritora italiana que defendió su idioma diciendo que no era una de esas “lenguas bantús con dos o tres palabras”.
“Dejé de disfrutar de la atmósfera literaria. El honor de un continente estaba bajo ataque y objeté el insulto contra África. Después de todo, yo era el invitado de honor regional y tenía que defender al continente, así que dije a la audiencia que los lenguajes africanos eran iguales a cualquier otro”, recordó. “Más tarde, en una concurrida recepción, Pablo Neruda caminó hacia mí y me estrechó la mano. Mi español era inexistente y él era vacilante con el inglés, pero siempre aprecié ese gesto, inmediatamente después de esa confrontación. Más que la atmósfera literaria, ese encuentro con Pablo Neruda fue lo que me dejó una impresión más duradera. Lo tomé como un gesto de solidaridad con mi angustiada pero desafiante reacción ante esa pregunta por el lenguaje”.
Ese incidente, contó Ngũgĩ wa Thiong’o, desencadenó una serie de cuestionamientos hacia su propio trabajo. Conocido a esa altura como James Ngugi, no solo había ingresado a estudiar un posgrado en la Universidad de Leeds (Inglaterra), sino que en 1964 también se había convertido en el primer escritor del este de África en publicar una novela en inglés, su debut Weep not, child.
Esas interrogantes volvieron años más tarde, cuando la dictadura de Daniel arap Moi lo había encarcelado en Kenia y decidió escribir en gikuyu, su lengua nativa. “Esta pregunta provocó una serie de pensamientos y dudas que, años más tarde, encerrado en una cárcel de máxima seguridad, me llevaron a abandonar el inglés como lenguaje de mi imaginación creativa. Más importante, me llevaron a pensar sobre la relación de poder entre idiomas. Finalmente, puse algunos de esos pensamientos en mi libro Descolonizando la mente, sobre los lenguajes africanos y su desigual relación de poder con los lenguajes del imperio”, detalló.
A partir de esas historias, Ngũgĩ wa Thiong’o desarrolló una conferencia en la que detalló cómo la imposición de un idioma ha sido una práctica habitual en procesos de colonización ocurridos no solo en África, sino también en Europa, América y Asia.
Asimismo, enfatizó que el aprendizaje de un idioma no debe implicar la supresión de otro, sino que una persona puede añadirlo en su forma de pensamiento.
Finalmente, dijo, se trata de una relación de poder que puede prolongar incluso cuando las condiciones de la dominación han cambiado, como ha ocurrido en África. “Es la normalización de la inequidad, incluso mucho después de que los atributos formales de la dominación han cambiado, como en la África poscolonial”, señaló.
“En el continente del que yo provengo, gastamos millones de dólares para crear una pequeña clase de perfectos hablantes de inglés, portugués y francés, y negamos el conocimiento a una mayoría que habla idiomas africanos. A veces resumo este problema en que los europeos le dieron a África los recursos de sus acentos, mientras África les dio acceso a los recursos del continente. Podemos hablar inglés o francés perfectamente y mientras profitamos de sus acentos, ellos tienen acceso a nuestro oro, nuestro cobre, nuestro petróleo, nuestras plantaciones, lo que sea”, añadió.
En la misma línea, el escritor enfatizó que no existe un idioma que sea mejor que otro para ser utilizado en el ámbito del conocimiento o la ciencia. Así como hoy el inglés es preponderante en esos campos, dijo, en el pasado era cuestionado como una herramienta adecuada, en favor del latín.
“Sin importar el número de hablantes, no hay un lenguaje que sea intrínsecamente más que otro. Cada lenguaje es igualmente el banco de memoria, de conocimiento, de información, de experiencias de una comunidad que lo ha creado. Cada lenguaje es el mejor y más detallado conocimiento de la región que lo ha producido. Cada lenguaje es igualmente capaz de expresar, de abrazar nuevas experiencias, información y conocimiento”, agregó.
Como lo adelantaba el título de su conferencia, Ngũgĩ wa Thiong’o abogó finalmente por la traducción como una forma en que las culturas pueden comunicarse entre sí. “El monolingüismo es el monóxido de carbono de la cultura”, afirmó. “Y el multilingüismo es el oxígeno”.