“Fue toda una sorpresa. Estaba en mi casa cuando recibí la llamada de la Ministra de las Culturas. No entendía de qué se trataba, porque pensé que el premio se daba en octubre. Fue un golpe emotivo muy grande”.
De esta forma, Ramón Griffero (1954), dramaturgo y director del Teatro Nacional Chileno de la Universidad de Chile, relata cómo se enfrentó a la determinación del Ministerio de las Culturas que, este viernes, lo reconoció con el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2019.
Y es que lejos de sentirse seguro, Griffero sabía que alcanzar el galardón era difícil. En total, había más de siete nombres en carrera, entre los que estaban Alicia Vega, Joan Turner y Miguel Littin. No obstante, nuevamente el premio fue dedicado al teatro, lo que, según Griffero, es complejo si se consideran las distintas disciplinas que pueden ser destacadas con este galardón.
“Habría que separar los reconocimientos, porque ahora hay sólo un premio para el teatro, la danza, la coreografía, la ópera, el cine. No puede haber tantos creadores y un solo premio que se da cada dos años y, obviamente, todos eran merecedores del reconocimiento”, comenta Griffero, quien contó con un apoyo de más de 900 firmas.
En esta oportunidad, el jurado tomó la decisión de manera unánime y destacó la “versatilidad, pluralidad y excelencia del director teatral”. De acuerdo a ello, la comisión evaluadora subrayó cómo Griffero, en plena dictadura, lideró un movimiento contracultural desde el galpón Troley y cómo, posteriormente, contribuyó a la disciplina con la propuesta estética conocida como “dramaturgia del espacio”. A partir de esta idea, el director teatral dio un giro al teatro contemporáneo, proponiendo una narrativa visual donde música, escenografía e iluminación eran elementos esenciales.
“Nos produce una profunda alegría entregar este galardón que, por primera vez, otorgamos como Ministerio, pues es un reconocimiento a la trayectoria de Ramón Griffero tanto en el ámbito formativo como en su propia producción, y también en la diversidad de su temática, que a veces fue muy de vanguardia”, sostuvo la ministra Consuelo Valdés, quien lideró el jurado integrado por el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi; el actor Alejandro Sieveking, ganador de la última edición; el arquitecto y escenógrafo Ramón López, representante de la Academia de la Academia de Bellas Artes; la investigadora María de la Luz Hurtado Merino y la dramaturga Manuela Infante.
¿Cómo cambia su rol como dramaturgo y director teatral luego del premio?
Sin duda, le da un empuje al teatro, le da más espacio para dialogar, para convocar. Además, creo que a uno lo empiezan a escuchar un poco más y eso es bueno para el teatro.
Usted ha sido muy crítico respecto de la difusión de las artes escénicas en el país. ¿Cómo ve su desarrollo actualmente?
Las artes escénicas están en un excelente lugar. Lo que pasa es que siempre tiene mayor difusión el teatro de mercado en desmedro del teatro artístico, pero estamos llenos de dramaturgos y directores de muy buen nivel. Hay mucha demanda, lo que significa que hay mucha gente creando y que quiere mostrar su manifestación. Entonces, para mí las artes escénicas están en un muy buen lugar y creo que el público está acudiendo más. Además, estoy feliz de que haya más virtualidad, porque entre más virtualidad, más necesidad hay de ir a ver algo en vivo.
El Teatro Nacional Chileno ha sido toda una experiencia, incrementando su audiencia. ¿Cuál ha sido la receta?
Tener un programa de un teatro para todos, donde se hacen muchas invitaciones a municipalidades, a grupos y a establecimientos educacionales. También creamos un acceso gratuito a las obras y lo otro es la diversidad que se está mostrando. Hay un repertorio, muy inclusivo y muy amplio.
¿Cómo recuerda los años del Troley en dictadura?
Lo recuerdo como un tiempo de gran solidaridad, donde se logró trabajar, pese al riesgo. Llegaron muchos grupos a trabajar, como Los Prisioneros, Electrodomésticos, Javiera Parra. También estaba el teatro de Alfredo Castro. Todo el mundo que se conjugó en las artes visuales, la literatura, para construir este espacio de resistencia y de forma clandestina. Fue un momento en que el arte se unió para decir que manteníamos vivos nuestro espíritu, que aquí se podía reprimir, pero que seguiríamos escribiendo obras de teatro y componiendo música. Eso es algo que lo supe con el tiempo, porque en el momento no teníamos esa conciencia sobre cómo los creadores se juntan en un momento específico de su historia para decir: “aquí resistimos”.
¿Cuál es la mayor alegría que le ha dado el teatro?
La mayor alegría que me ha dado el teatro es encontrar actores y diseñadores que me han permitido trabajar y la respuesta del público, porque no hay nada más bello que una sala de teatro llena, porque realmente yo no hago la obra para mí, no la hago para la gente de teatro, lo hago para mi país, mi territorio, y cuando esa gente para la cual uno hace la obra viene, le damos validez a lo que hacemos.