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Año XVI, 29 de marzo de 2024


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¿Vamos hacia la construcción de un nuevo Chile?

Columna de opinión por Pablo Salvat B.
Viernes 25 de octubre 2019 17:45 hrs.


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¿Se puede creer nuevamente? ¿Se pueden tener sueños y utopías otra vez?  Uno de los objetivos exitosos del neoliberalismo y la derecha chilena ha sido hasta ahora convencer –por la fuerza, por la propaganda, el endeudamiento, la corrupción- que no, no se puede soñar ni en alternativas, ni en eventuales utopías.  Porque uno de los ingredientes de su “religión” es el de afirmar que no hay alternativas a su modelo.  Nosotros creemos que estas protestas deberían encaminarse hacia un proceso de revolución  democratizante en el país, sus estructuras e instituciones, así como también su cultura, su  ethos  y  eticidad cotidiana.  Una revolución democratizante que afecte al subsistema económico-productivo, el jurídico-político, y también, el sociocultural. Por cierto, nada de esto se obtiene de un día para otro. Es un proceso. Claro, solo si lo queremos, hacemos y hacerlo  realidad. Tenemos que transitar de una “democracia” de los abusos a una democracia radical.

Por eso  la dicotomía que escucho por ahí,  no es la que habría entre igualdad versus mercado desregulado. Es importante, como no.  Tampoco aquella que habría entre abusos y agenda social.   No son las únicas dicotomías. Quizá la principal ha venido siendo entre la imposición de una democracia protegida-vigilada  versus el anhelo de una democracia real. O, dicho de otra forma, entre un republicanismo democrático inexistente y una política elitizada y oligarquizada, como hemos tenido el país hace ya más de 40 años.   Las elites de poder y muchos de sus intelectuales se han empecinado –por cierto, de manera aséptica y pretendidamente “técnica”-  en  no adjetivar el tipo de régimen político que tenemos. Para qué?  Para hacernos creer que democracia significa ausencia de conflictos; desaparición de las clases, liquidación de los antagonismos,  alternancia de dos bloques de poder que se turnan para  profitar  del Estado  y  de las conexiones  de negocio con el 1% más rico, y que pueden diferir  solamente en asuntos menores.   Todo ello con el objeto de hacernos creer que la política que tenemos es realmente democrática  y además, la única posible. Pero ya lo pudimos ver por ejemplo en España, donde el movimiento de Indignados reclamaba por una democracia “real”.

Los indignados de allá, como los de acá, se percatan que lo que se enuncia como “democracia”, en la realidad de todos los días, y en la estructuración del orden social, económico y político, no es tal. Es –acá-  lo más cercano a lo que alguna vez enunció Jaime Guzmán:  la necesidad de implementar en Chile una permanente democracia “protegida” desde la Constitución.  Protegida contra quienes? Contra nosotros mismos pues. Los ciudadanos no deben ser plenamente soberanos y tener mecanismos para expresarlo. Tampoco pueden ser  capaces de dirimir ni decidir nada muy importante, y por lo mismo, tenemos que delegar de manera permanente nuestro poder social en los que saben, los expertos y las elites, cada cierto número de años. Y después de esa delegación, volver a nuestro privatismo, al endeudamiento y el consumo,  al  individualismo narciso, a  desentendernos del otro y  su vida.  La dictadura cívico-militar tenía como objetivo general que nunca más intentemos crear y levantar otro proyecto de sociedad y  vida en común, distinto al  que ellos dejaron impuesto.

Usted cree, lector/lectora, que podemos tener un Estado y una sociedad que respete y promueva los derechos sociales y los del medio ambiente, por ejemplo, manteniendo  intacto el orden jurídico-político neoliberalista existente?  Será que la elite del 1%,  que maneja todos los poderes importantes en el país, puede sufrir una conversión  repentina y contribuir a una radicalización de la democracia?

Por ello, el camino  para repensar el orden sociopolítico, económico y cultural, hace necesario entre otros ingredientes,  abordar críticamente y recrear las formas y patrones normativos del vivir juntos: tanto de nuestra ética ciudadana y pública (colectivo-comunitaria),  como nuestro horizonte  normativo  orientado hacia una democracia radical y republicanista. Como señala en algún lugar el intelectual mexicano Díaz-Polanco “Los nuevos desafíos de hoy (…) plantean problemas normativos que no existían antes, o que no tenían la importancia política que cobran en la actualidad”.

 

*El autor es Doctor en Filosofía Política y académico de la Universidad Alberto Hurtado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.