Es tan divertido… me quieren destituir, quieren hacer cosas aún peores. Por cierto, por cierto, realmente no parece que nos estén destituyendo.”
El presidente Trump menospreciaba el histórico proceso de destitución que le afecta consciente que el senado lo absolverá a principios del 2020 de los delitos de abuso de poder y obstrucción al congreso de que le acusa la oposición demócrata. La previsible absolución no evita una mancha histórica sobre la presidencia de un Trump que interpreta este episodio como una traición.
“Su profundo odio y menosprecio por el votante americano. Esta destitución ilegal y partidista es una marcha política suicida del partido demócrata.”
Esta retórica ha alimentado una división social ya muy profunda y que se antoja irreparable escuchando a los seguidores del presidente en un acto electoral en Hershey, Pennsylvania.
Otros 70 millones, los que votaron demócrata en las últimas elecciones, basculan entre la necesidad de destituir ya a Trump o dejar que lo hagan las urnas en los comicios presidenciales de noviembre.
“Mi resultado soñado en el proceso de destitución implicaría que la verdad aflorase, y que al final sean las urnas las que lo aparten del poder“, dice una votante demócrata en Washington. “Quiero que nuestros políticos recuperen su poder, agrega otra mujer. Creo que se les ha retirado este rol, creo que se podría restaurar su representación y su reputación. Y así el país se calmaría.” Y una tercera concluye que “al final es la gente quien tiene la responsabilidad. Y no se la deberíamos quitar.”
Esta dispersión del voto demócrata alimenta la tesis que la muy fiel base electoral de Trump lo impulsará a la reelección. Más que perjudicarle, a día de hoy, el proceso de destitución parece fortalecer políticamente al presidente.