Tenía 30 años y estaba en la cima de su carrera como educadora. El 14 de mayo de 1921 Gabriela Mistral se transformaba en la directora del naciente Liceo 6 de Niñas de Santiago (actual liceo N° 7 Teresa Prats de Sarratea), un proyecto que iniciaba con ansias, tras haber dirigido escuelas en Temuco y Punta Arenas. Sin embargo, la élite capitalina la miraba con recelo, al tratarse del ascenso de una mujer soltera, de clase media baja, provinciana, profesora normalista y sin título universitario.
El asedio para que abandonara el cargo fue constante y así lo hizo un año después, pero aceptando un desafío aún mayor: colaborar en la reforma educativa mexicana. “He tenido siempre un gran cariño a México, y la oportunidad de conocerlo, que tan generosamente me brinda su gobierno, no puedo perderla, no tengo esperanza de viajar enviada por Chile, porque no poseo un título pedagógico”, escribió la educadora justo antes de embarcarse en el vapor Orcoma, el 23 de junio de 1922, para cumplir con el llamado que le hiciera el secretario de Educación de México, José Vasconcelos.
Al enterarse de la invitación, el Presidente chileno Arturo Alessandri le envío como recado que “había otras chilenas más inteligentes y dignas de ser invitadas a semejante labor”. Vasconcelos, en un telegrama respondió: “Más convencido que nunca de que lo mejor de Chile está en México”. No se equivocaba. Mistral se convirtió en piedra angular de su “cruzada educacional”, siendo parte de las Misiones Culturales para alfabetizar a la población indígena.
La poeta recorrió el país fundando escuelas rurales inspirada en las ideas educativas de Tagore y Tolstoi, pregonando la educación al aire libre y la importancia de las bibliotecas, escribiendo textos de estudios y componiendo himnos escolares. También publicó el libro Lecturas para mujeres‘, editado por la Secretaría de Educación Mexicana, con un tiraje de 20 mil ejemplares, donde reunió textos de escritores latinoamericanos y europeos, dedicados a la educación de las niñas.
Hoy, a 99 años de ese viaje, la Sala Museo Gabriela Mistral de la U. de Chile, recuerda a la poeta que nunca más residió en el país y que sólo volvió en cuatro ocasiones: en 1925 por algunos meses, en 1938 por semanas, en 1954 por apenas unos días. La última fue en 1957, ya fallecida.
“Nos interesa instalar a Mistral como una figura pública, como una voz particular y a partir de este hito reflexionar de qué manera nuestro país y su contexto político cultural, nos hizo perder a una figura como ella, que podría haber tenido una incidencia mucho más relevante en las políticas educativas locales”, señala la directora del Archivo Central Andrés Bello, Alejandra Araya.
En 2016, el núcleo patrimonial de nuestro plantel inauguró el proyecto de la Sala Museo Gabriela Mistral, para justamente recordar el multitudinario velatorio que tuvo la poeta en la Casa Central de la U. de Chile, al que concurrieron unas 120 mil personas.
En esa ocasión, la artista visual Cecilia Vicuña realizó la performance “Patipelaos”, en alusión a un grupo de niños vagabundos y descalzos, que en 1957 irrumpieron en el edificio para despedir a Mistral durante su rito funerario. Hoy, se exhibe el registro editado de esa acción poética, donde participaron más de 90 personas, quienes caminaron también descalzas y unidas por un vellón de lana azul, guiados por la propia Vicuña, quien hoy, en el marco de este nuevo hito, vuelve a saludar a la poeta.
“Gabriela Mistral fue una niña iluminada, con una inteligencia y una creatividad sobrenatural que creció en un medio enemigo, un medio donde ella era despreciada por su sola existencia. Esa violencia contra la niña indígena, mestiza, y provinciana, más hermosa y más inteligente, es la que ha vivido toda mujer creadora chilena y latinoamericana y de hecho en la mayor parte del mundo”, dice Vicuña, quien durante su trayectoria ha homenajeado varias veces a Mistral, como el óleo de 1979 donde la pintó desnuda, que fue exhibido para la apertura de la Sala Museo y ahora es parte de la colección de la Tate Modern de Londres.
“A pesar de que Mistral está en el billete de cinco lucas, la mayoría de los ciudadanos que usa ese billete no tiene idea quién es ella”, agrega Vicuña. “Por un lado, hay una oficialidad que se apoderó de Gabriela y por otro hay un nuevo conglomerado de mujeres feministas que la están revalorando. Mi performance en la sala museo es un puente entre esas dos visiones”.
Mistral y la masonería
México no solo se convirtió en el lugar donde Mistral se consagró como el gran referente latinoamericano en materia educativa, sino también -según la académica de la U. de Chile Soledad Falabella– es donde “cuaja su identidad literaria”, que había iniciado en 1914, cuando gana los Juegos Florales de Santiago con sus “Sonetos de la muerte”, los que firma por primera vez como Gabriela Mistral.
“Es en ese viaje a México que ella queda reconocida como Gabriela Mistral para las audiencias a futuro e internacionales. En ese viaje, además, puede deshacerse de las cargas que llevaba en Chile, por no pertenecer a una cierta clase social, económica, política y cultural, también por ser mujer. Aquí se le cierran siempre todos los caminos, en cambio en México se le abren”, explica la académica y Magíster en Género y Cultura Latinoamericana.
Según Falabella, la explicación de por qué Mistral logra temprano reconocimiento en México, tiene que ver con sus lazos con la masonería. “Ella fue masona y participó de la logia de origen belga que había en Coquimbo. De ahí se explica que en medio del Valle del Elqui apareciera esta niña que sabía francés y se sabía a los autores franceses de memoria. Luego, en Santiago, es apadrinada por la logia llamada “Luz y esperanza”, y es en su biblioteca que Mistral conoce y lee a los rusos, a los filósofos de la Revolución francesa, a Schiller y a Goethe, a Hegel, todos masones”, revela la académica.
“Mistral comienza a publicar artículos en diarios masones, que eran luego replicados en diarios de movimientos obreros, sindicales y de profesores a nivel latinoamericano. Mistral llega a ojos de Vasconcelos porque él la lee, eso es lo relevante, no fueron pitutos”.
El tardío Premio Nacional
Un año después de su partida a México, en 1923, la Universidad de Chile le otorgó por gracia el título universitario de profesora. Mistral recibió, entonces, un telegrama con las felicitaciones de sus ex alumnas del Liceo 6, pero ella no se mostró entusiasta. “‘Qué importancia tiene eso ahora que ya no estoy ahí’, responde Mistral. Ella llegó a ver su sueño hecho realidad en México no en Chile”, comenta la historiadora y mistraliana, Alejandra Araya.
Algo similar sucedió con el Premio Nacional de Literatura, que le fue otorgado a Mistral seis años después de que ganara el Nobel. “No es que Chile sea atrasado, es que sufre de un auto-odio, sufre del desprecio de lo propio, de lo que se es nativo y originario de Chile”, plantea Cecilia Vicuña, quien en 2019 recibió el Premio Velázquez, uno de los más prestigiosos de España, y el Herb Alpert Award de las Artes 2019 por sus obras que “responden a las actuales realidades políticas, sociales y ecológicas”. Ahora una campaña la postula para el Premio Nacional de Artes Plásticas.
“Cuando me dijeron que me querían proponer al Premio Nacional de Arte, me pareció muy lindo, pero muy absurdo, porque yo sé que las posibilidades de aprecio de mi trabajo en Chile son todavía muy precarias, muy minoritarias. La apreciación de mi trabajo viene desde los jóvenes, de abajo para arriba y eso por supuesto me resulta profundamente conmovedor”, dice la artista.
En el caso de Mistral, los reconocimientos también vienen primero del pueblo y luego de la institucionalidad local. “Se la ha valorado, pero siempre de manera extraña. La conocemos poco, la leemos poco, aún su figura está muy mediada. Recordar el hito de su partida a México nos permite pensar en qué pasa hoy con nuestros proyecto de sociedad, y con esta frase tan manoseada que hay sobre ‘el pago de Chile’”, señala la directora Alejandra Araya.
Terminada su labor en México, Mistral es nombrada secretaria de una de las secciones de la Liga de Naciones y luego del Instituto de Cooperación Internacional, de la Sociedad de las Naciones, en Ginebra. Desde 1933 también ofició como cónsul de Chile en ciudades de Europa y América. “Era muy común que a las personas intelectuales que tenían problemas localmente, se les aplicara un especie de “exilio suave”. Para no darles la espalda, se las alejaba por la vía diplomática y eso es lo que sucede con Mistral”, resume Soledad Falabella.