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Sudáfrica: la desigualdad y no Zuma causa la violencia

Julio ha sido el período más sangriento que ha vivido Sudáfrica desde el final del Apartheid hace ya 27 años con un saldo de 337 muertes durante las revueltas que han estremecido a la democracia más desarrollada del continente. 25 mil soldados en las calles para apoyar a una policía superada, no da cuenta exacta de lo que hay detrás del estallido social, aparentemente provocado por el encarcelamiento del ex presidente Jacob Zuma, de 79 años, el 8 de este mes, para muchos la chispa que encendió los disturbios.

Luis Hernán Schwaner

  Viernes 23 de julio 2021 16:26 hrs. 
protestas sudafrica

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Aunque el hecho es cierto: Zuma fue encarcelado por contumacia, al negarse reiteradamente a comparecer ante la Comisión Zondo, que investiga la corrupción sistemática de sus nueve años de mandato (2009-2018), período en que se habrían  malversado 39.000 millones de dólares de las arcas del Estado. Porque, pese a que finalmente este verdadero caudillo regional se entregara voluntariamente, el caos se desató de inmediato en Gauteng, la provincia más poblada del país, donde se asientan las ciudades más pobladas, Johannesburgo y Pretoria, así como en la provincia de KwaZulu-Natal, lugar de origen de Zuma y su el feudo. Precisamente allí  comenzó la protesta y allí también se levanta la cárcel a la que el ex presidente ingresó el jueves para cumplir su pena.

Según explica Oscar Van Herdeen, analista político y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Stellenbosch, la violencia incontrolable estuvo directamente ligada, en realidad, con la grave situación económica, agravada por la pandemia, con el 70% de cesantía entre los jóvenes y no tanto al encarcelamiento de Zuma. “No creía que los seguidores de Zuma fueran a instrumentalizar a los pobres hasta el punto de llegar a la violencia, el saqueo y el caos. La mayoría de las personas que estuvieron involucradas no tienen nada que ver con el ex presidente -señala Van Herdeen- . Lo hemos comprobado en las entrevistas en la prensa nacional, en las que, al preguntarles por Zuma, éste no les importaba. Lo que les motivó fue la pobreza, el desempleo y la desigualdad”, afirma.

El recorte en los presupuestos de la nación, las medidas de austeridad y los salarios congelados para los funcionarios púbicos, incluyendo a los policías, podrían también contarse entre las posibles razones de la ineficacia de las fuerzas del orden para atajar el caos. Ciertamente, los mensajes en las redes sociales de partidarios de Zuma y miembros de su familia instando a tumbar al Gobierno, así como la elección de centros de distribución estratégicos para sabotear y el corte de las comunicaciones  entre las provincias, apuntan a que tras la semana de descontrol hubo efectivamente algo más que una rebelión por hambre.

“Ha sido sin duda la protesta más fuerte, la peor y en la que se han registrado más muertos, según cifras oficiales, pero no es un fenómeno nuevo porque Sudáfrica ha seguido una trayectoria de protestas violentas contra todo aquello que no gusta o con lo cual se está en desacuerdo: desde el suministro de servicios eléctricos o de agua, hasta la gestión política, o las peleas entre facciones locales de los partidos”, afirma Ebrahim Fakir, director de programas del Instituto de Investigación Socioeconómica Auwal. Y coincide con Van Herdeen en que “la desigualdad y los niveles de pobreza” fueron manipulados por los seguidores de Zuma, porque no existió una relación de causa-efecto entre su encarcelación y los motivos reales de la protesta.

También resulta decidor el hecho de que el actual presidente, Cyril Ramaphosa, ordenara a las fuerzas del orden que actuasen sin usar munición real. “Esta vez, la pérdida de vidas no ha sido a manos de los agentes del orden (*en referencia a civiles armados NdeR). Aunque se ha comprobado por su lenta reacción que la policía no está equipada ni es capaz de gestionar una protesta de forma pacífica. La cultura en Sudáfrica es responder con más violencia y cuando niegas esa posibilidad, como ha ocurrido esta vez, es como atarles las manos”, acota Van Herdeen.

Es decir “hubo un plan trazado, calculado para romper los canales de suministro, destruir infraestructuras, para que la violencia tuviera un costo importante para la sociedad y para el fisco”, apunta Fakir “además de las amenazas realizadas por el entorno de Zuma tras su arresto, llamando a la movilización de un ejército privado y escudos humanos”, añade.

Lo que queda claro en todo este convulso panorama es que en Sudáfrica persiste la enorme brecha de desigualdad con un fuerte componente racial, por lo que la mayoría de los ricos son blancos y el grueso de los pobres, negros. En el país del respetado Mandela, durante el último cuarto de siglo, esos blancos ricos han incluso triplicado su riqueza, especialmente luego de lograr acceso a los mercados internacionales  cuando las sanciones internacionales que castigaban al país por el Apartheid fueron levantadas. Ello hace de esos blancos inmensamente ricos una clase social dominante que perpetúa su enorme poder económico, asidos a una mentalidad que sostiene el falso paradigma de que, como ellos pagan impuestos, es el Gobierno de los negros el que debe resolver los graves problemas sociales y económicos de un país que, sólo por ser mayoría, decidieron administrar.

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