“Todos sonamos igual a través del correo”, afirma Sebastián Lizama, “muy formal y todo, pero llegas y te das cuenta de que en persona es diferente y se expresa de forma totalmente distinta a lo que pensaste”. Diseñador de profesión y profesor universitario de 28 años, Lizama siempre tuvo gente a su costado. Enfrentó la llegada del COVID-19 a Chile en la casa de sus padres y, posteriormente, en plena cuarentena, se mudó a vivir con un par de amigos.
—Creo que mi vida social era de esas cosas que se dan por naturalidad, que pasan desapercibidas —dice a través de la webcam. Solo hasta que, después de meses encerrado, le tocó acudir por primera vez a su centro de trabajo. —Era una sensación extraña. No sabía cómo enfrentarme a la gente con la que solo había hablado por correo.
Con las cifras del COVID-19 a la baja, la desconfianza en el abordaje a nuevas personas, la sobreprotección del espacio personal y las inseguridades para comunicar nuestras posturas, son algunas de las características que, advierten algunos especialistas, están marcando la pauta de las interacciones sociales. En el caso de Chile, para la educadora diferencial especialista en autismo e inteligencia emocional, Viviana Valenzuela, el punto de inflexión que determinó estos cambios va un poco más atrás de marzo de 2020 y encuentra su génesis en el estallido social.
—Claro que nos está costando volver. Venimos de vivir dos situaciones tan estresantes, como nunca habíamos vivido en nuestra existencia, y hoy tenemos a un grupo de personas que se atrincheraron y se acostumbraron a su espacio, frente a otro grupo que lo único que quería era volver —explica Valenzuela desde Nueva York.
El tema es tal importancia que incluso en el Centro de Neurología y Salud Mental de Maipú, donde Valenzuela trabaja de forma remota, se llevó a cabo talleres de habilidades sociales durante la pandemia enfocados principalmente en niños y adolescentes con problemas para interactuar con sus pares. Se trata de grupos armados de acuerdo a rangos etarios en donde, según dice Valenzuela, se intenta desarrollar la “empatía por el otro”. Una técnica basada en el diagnóstico por observación que no descarta se pueda replicar en el caso de los adultos, solo que, en este grupo, estar atento a las señales de alerta casi siempre dependerá de uno mismo.
—Lo que más hemos observado es a muchas personas adultas con depresión, angustiadas porque en la pandemia empezaron a ver heridas emocionales que no pudieron expresar antes. Esto de haberles permitido tiempo consigo mismo, les dio cuenta de que el sigo mismo no les caía tan bien y que necesitaban mejorar algunas cosas.
—Entonces, no le podemos echar toda la culpa a la pandemia por lo que está pasando con nuestras interacciones…
—Exacto, creo que es multifactorial.
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Las habilidades sociales van más allá del mero hecho de relacionarnos con otras personas. Para el Doctor en Psicología y académico de la Universidad de Chile, Juan Yáñez, “se trata del estado más natural de todos, un contexto en el cual fortalecemos nuestra identidad a través de micromundos interpersonales y en los que tomamos identidades transitorias”.
—En pandemia solo cumplimos el rol de dueño de casa, marido, papá y trabajador o trabajadora. Se restringió mucho nuestro mundo experiencial —explica Yáñez, un riesgo que países como Japón decidieron no mirar de soslayo, apostando incluso por la creación del Ministerio de la Soledad, en marzo de 2021. La noticia en Latinoamérica generó ese ruido mediático por la rimbombancia del nombre, pero también porque, en palabras del primer ministro japonés, Yoshihide Suga, la soledad era “la lacra del siglo”.
Ese mismo año, el tema de la salud mental empezó a tener mayor relevancia por estos lares, dado el abrumador aumento de consultas psicológicas que reportaron entidades como el Colegio de Psicólogos y Psicólogas de Chile. Solo en abril de 2020, por ejemplo, a un mes de la llegada de la pandemia, 36 por ciento de las licencias médicas estaban relacionadas a la salud mental. No obstante, no hay cifras exactas respecto de consultas que tengan que ver directamente con la pérdida de las habilidades sociales, más que los propios testimonios de trabajadores que estuvieron en esa otra primera línea.
—Desde el punto de vista conceptual uno podría haber anticipado esta situación— afirma Yáñez. —El sujeto es explorador, abre nuevas relaciones. En general, disfruta estar con los demás. Eso se ha perdido y, más bien, hay una respuesta de alerta, de cuidado, de que algo puede pasar —agrega y además coincide con Viviana Valenzuela sobre el origen de este problema en Chile. —Es parte del fenómeno que ha traído la pandemia, pero también el estallido social, que es la incertidumbre.
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“Fue la primera restricción que tuve”, dice María Jesús Zamora al recordar los meses del estallido. Peruana residente en Chile, ingeniera en administración de empresas de 28 años, afirma que se vio despojada de pronto de sus principales círculos sociales. “Dejé de ver a mis compañeros de la universidad. No tuvimos despedida ni nada. Acabamos la universidad online, como después ya lo han hecho los demás”. Zamora, además, viajó a su país en 2020, para pasar las vacaciones y terminó quedándose allí por los años en los que duraron las cuarentenas. Actualmente, de regreso a Chile, describe una pérdida casi absoluta de su entorno, además de otras características que forman parte de sus interacciones.
—Me cuesta involucrarme con las personas. A raíz de todo esto, me estreso más fácilmente, pierdo la paciencia y de repente tengo formas fuertes de reaccionar. Quizás antes era más amable, más llevadera, más alegre, y eso lo he ido perdiendo.
En el contexto actual, afirma el psicólogo Juan Yáñez, “la tendencia a la soledad está muy facilitada”. Las puertas de escape como “no voy”, “no lo hago”, explica, están tan a la mano que, “no nos damos cuenta del alto costo psíquico que significa abstenerse de las situaciones sociales”.
Frente a esto, el especialista insiste en estar atento a las señales que pueden dar cuenta de este tipo de problemas. Según dice, lo primero es identificar cuánto de lo que nos pasa nos duele y cómo lo proyectamos al futuro. Después, tendríamos que evaluar en qué nivel se encuentra nuestra realización personal, y tercero, el nivel de goce que nos genera las relaciones con el mundo.
—¿Y puede uno llegar a sentirse cómodo con este aislamiento? Capaz nos hemos vuelto una sociedad más solitaria…
—Creo que nos estamos convirtiendo en una sociedad más aburrida. Pero podría concordar con ese análisis en el hecho de que haya una tendencia mayor hacia a lo individual. Hoy está facilitado el aislamiento porque todo en la sociedad, desde el modelo económico incluso, tiende al individualismo —contesta Yáñez.
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Contrario a los testimonios anteriores, hay casos en los que identificar cambios en las interacciones sociales termina otorgándoles mayor prioridad en meses en los que las restricciones poco a poco parecen esfumarse. Marla Pulgar —comunicadora audiovisual, 26 años— dice haber gozado siempre de una alta inteligencia emocional en su contacto con el mundo externo. Podía abordar a una persona desconocida en el transporte público, por ejemplo, y terminar intercambiando redes y descubriendo más puntos en común de los que creía tenían al principio.
Esto, claramente, se vio menoscabado a propósito del COVID-19. —Fue cuando empecé a salir de nuevo —dice sobre el momento en que lo notó. —Tuve que empezar a salir porque había conseguido un trabajo y era cien por ciento presencial porque eran grabaciones. Yo era la productora y en producción tienes que conseguir cosas conversando con gente. Entonces, me di cuenta de que me costaba mucho, pero, como era parte de mi pega, me estaba obligando a mí misma a volver a hablar.
Las dificultades en el habla, un factor relacionado directamente con las habilidades cognitivas, es parte de un caso que la psicóloga clínica, Camila Contreras, se encuentra abordando en la actualidad. No obstante, la profesional acota que muchos de estos problemas no necesariamente están relacionados con el encierro y que este, más bien, fue un contexto en el cual “muchas personas se dieron cuenta de que se estaban siento mal, de que algo que les estaba ocurriendo y que se tendrían que hacer cargo de ello porque si no la pandemia se los iba a comer”.
Para el profesor Yáñez, un sujeto puede estar disponible para enfrentar una situación de reclusión, siempre y cuanto goce de una salud mental adecuada. “A las personas que estaban en una situación inestable personalmente”, explica, “la pandemia terminó arrasándolos. Esos son los factores que agravaron la salud mental pública y que implicaron un aumento de las consultas y de las estrategias para resolverlas”.
—Gracias a la pandemia me di cuenta que disfruto harto las interacciones. Ahora me di cuenta de que me gusta hablar en persona y que no me gusta estar chateando. Prefiero mostrar las cosas que vi, hablar sobre mi día y cosas así —responde Marla Pulgar cuando se le pregunta por cómo se encuentran hoy sus habilidades sociales en esta suerte de “nueva normalidad”.
A la misma pregunta, Sebastián Lizama, quien actualmente reside en España, asegura encontrar sensaciones de temeridad en sus interacciones.
—No en el sentido del miedo a relacionarme, sino en pensar que, si hago esto o lo otro, cómo se va a sentir la otra persona. Es casi como andar con un freno todo el tiempo —explica.
—Ahora estoy en un nuevo trabajo y estoy tratando de sociabilizar más, de ser más amena, pero no te voy a negar que me cuesta —agrega María Jesús Zamora. —Yo misma he tratado de salir de eso, pero en pocas palabras, siento que me aburre la gente.