– No le tuve miedo a la muerte, más bien al desconcierto- me dijo hará unos 33 años cuando, en el pequeño estudio de la Radio Chilena lo entrevisté por primera vez. Era para mi programa nocturno “El Último Café” que, gracias a las potentes ondas AM de esa querida emisora, nos permitían sintonía nacional en directo.
A partir de entonces, le invité a ser panelista del espacio, donde, sin perder un ápice de su bonhomía, no hablaba de humor sino de las cosas profundas de la vida. Así, nos fuimos haciendo amigos, de esos de asados de domingo en las respectivas casas, con las familias, donde nuestro/as hijo/as jugaban hasta agotarse y agotarnos, pero donde también cabía el espacio para conversar y desnudar el alma. Junto con la Martita, su amor de toda la vida, y sus hermosas retoñas Almendra y Rocío.
Entonces, al calor de sobremesas, fui sabiendo de su detención -como estudiante universitario de Filosofía- en Valparaíso, después del golpe cívico-militar de 1973, de cómo los transportaron sin ninguna contemplación a mar abierta sobre la cubierta del vapor “Maipo” hasta el norte, donde sería uno más de los presos políticos internados en el campo de concentración de Pisagua.
De ahí la frase inicial. No tuvo miedo, pero sí se sumaba en su interior el temible desconcierto por lo que vendría. Y lo que vino es que Jorge Navarrete sacó lo mejor de sí para alegrar la vida de sus compañeros detenidos por la soldadesca, especialmente después de escuchar las ráfagas que terminaban con la vida de los condenados a muerte que habían dormido con ellos en el calabozo la noche anterior. Divertir, contar chistes y después, llorar. Eso, a los 23 años, te marca para siempre.
Pero Jorge Chino Navarrete decidió vivir. Y bien que lo hizo. Por la época que lo conocí, andaba con la inquietud de crear un lugar maravillosos y especial para los niños, por lo cual alquiló una parcela en Buin, junto a la Ruta 5 Sur, con el propósito de instalar allí aquel idílico lugar que tendría juegos, títeres, diversiones, muchas golosinas, grandes figuras de los cuentos de infancia, entretenciones, etc., de modo que los amados enanos tuvieran un espacio propio. Lo llamó “La Dulce Edad” y, en la publicidad con que se daba a conocer su emprendimiento a través de Radio Chilena, dos voces pequeñitas me acompañaron en la locución para invitar a la infancia a concurrir hasta ese lugar mágico: eran las de mis hijos, niños aún, Paulina y Rodrigo.
Hace ya algunos años nos encontramos casualmente en el mismo edificio de calle Excequiel Fernández donde, ya adulta y profesional, mi hija mayor había adquirido su propio departamento. “Ven a verme, m´jito” -me dijo- te tengo que contar que ya soy psicólogo”. Pues sí, en 2011, a los 61 años, se había titulado en la Universidad UNIACC, cuando el cáncer de próstata terminal le había sido diagnosticado. ¡Qué magnífico ejemplo!
Durante nuestro breve encuentro me explicó que su enfermedad había entrado en fase de remisión y agregó que creía firmemente que la sentía de manera diferente, lo que implicaba todo un proceso interno, dijo entonces. Es que Jorge se había convertido en experto en temas de empatía, resiliencia, sentido del humor, motivación y cambio de actitud. Y de ahí en adelante, alejado de las candilejas y las luces del espectáculo, se dedicó a ayudar a las personas a través de charlas motivacionales y de resiliencia.
“¿Qué hago yo? Le pongo armonía. ¿Y cómo le pongo armonía? Amando lo que hago. Y empiezo a desactivarlo, que es lo que hice cuando estuve prisionero”, agregó, abrazándome.
P.S.: Querido Chinito, junto con agradecerte la alegría que nos dejas, debo confesarte que descubrí un lugar donde todavía venden nuestro perfume, ese que a ti y a mí nos identificaba en los años ´90. Porque la única persona en que lo percibí de forma exclusiva -y me lo confesaste- fue en ti. Ya sabes, los perfumes son como las empatías: somos todos porque somos uno. ¡Que Bogart te acompañe en tan aromosa y amorosa travesía! Te quiero mucho.