Vestida completamente de negro mientras muestra sus manos con pintura roja, la senadora aborigen del Partido Verde, Lidia Thorpe, pronunció un discurso en una calle de Melbourne. “La Corona tiene sangre en sus manos”, dice con dolor en sus facciones. “Nuestro pueblo sigue muriendo en este país cada día… Tenemos la bota de la Corona pisándonos el cuello y estamos hartos de ello”, recalca con fuerza la parlamentaria. Es la misma senadora indígena que hace poco más de un mes debió repetir el juramento para ser parlamentaria por llamar a Isabel II. “reina colonizadora”. Y que, una vez ungida senadora, reconoció que su intención de ocupar una banca en el Senado era una sola: “cuestionar la ocupación ilegítima del sistema colonial en este país”
En la mayor urbe de la isla-continente, centenares de manifestantes encabezados por la senadora recorrieron las calles con pancartas en las que se leían mensajes como “Abolición de la monarquía o “La vida de los negros sí importa”, en referencia al movimiento Black Lives Matter.
Las protestas coincidieron con el llamado “Servicio Nacional de Conmemoración” realizado en el Parlamento de Canberra en el Día de Luto Nacional y decretado oficialmente para rendir tributo a Isabel II, jefa de Estado del país oceánico durante sus 70 años de reinado. En la ceremonia oficial, el Gobernador General, David John Hurley, representante de la corona británica en Australia, debió reconocer el descontento de los australianos con la hegemonía impuesta por Londres. “Al considerar el papel unificador que desempeñó Su Majestad, reconozco que su fallecimiento ha provocado reacciones diferentes en algunos miembros de nuestra comunidad”, admitió.
Pese a ello y con tradicional flema británica, insistió en su discurso la necesidad de dar continuidad a la obligada unidad del curso histórico entre Gran Bretaña y Australia: “soy consciente de que muchos australianos de las Primeras Naciones, marcados por la historia colonial, han emprendido un viaje de reconciliación. Es un viaje que, como nación, debemos completar”, afirmó impertérrito David John Hurley. Este ex oficial del ejército fue nombrado por la Reina Isabel II como su representante personal siguiendo el consejo del entonces primer ministro, el liberal Scott Morrison. Anteriormente, Hurley había ocupado el cargo de 38º gobernador de Nueva Gales del Sur entre 2014 a 2019.
Por su parte, el movimiento Warriors of the Aboriginal Resistance (Guerreros de la Resistencia aborigen), una de las organizaciones que convocaron a las protestas, exigió el fin del “imperialismo racista colonial y sus efectos continuos” en los pueblos aborígenes y de los isleños del Estrecho de Torres, que representan el 3,3 por ciento de los 25 millones de habitantes del país. “Mientras ellos lloran a su reina, nosotros lloramos todo lo que su régimen nos robó: nuestros hijos, nuestras tierras, las vidas de nuestros seres queridos, nuestros lugares sagrados, nuestra historia”, rezaba la convocatoria a la marcha callejera.
Igualmente se realizaron protestas en otras ciudades australianas, como Canberra, Brisbane, Sídney y Adelaida, donde imperaron cánticos cuya letra y estribillo no dejaron a nadie indiferente especialmente por sus contenidos y significación: “Australia siempre fue y siempre será tierra aborigen” coreaba este mediodía la muchedumbre de manifestantes. Asimismo, algunos participantes quemaron la bandera australiana, según imágenes transmitidas por la televisión.
El conflicto se basa fundamentalmente en el hecho de que la Constitución australiana -de influencia netamente colonial pues data de 1901- no reconoce a los aborígenes australianos. Estos pueblos ancestrales han sido víctimas de constante maltrato desde la colonización, pues además del despojo de sus tierras y de sufrir discriminación de forma sistemática, muchos de ellos fueron condenados a vivir en situación de pobreza y desigualdad.
Australia fue una colonia británica durante más de 100 años, periodo en el que miles de australianos aborígenes fueron asesinados y las comunidades obligadas a desplazamientos hacia territorios de ínfima calidad. Finalmente, el país obtuvo la independencia de facto en 1901, pero nunca se convirtió en una república de pleno derecho. En 1999, por escaso margen, los australianos votaron a favor de continuar bajo la férula de la Reina y la Corona británica, pero en medio de una disputa sobre si quien la sustituyera sería elegido por los miembros del Parlamento o por voto universal. Hoy, más de veinte años después, las encuestas muestran que la mayoría de las y los australianos están a favor de convertirse en república, pero continúan marcando el mismo desacuerdo de hace dos décadas acerca de cómo debe elegirse al jefe de Estado.
El Gobierno del actual primer ministro australiano, el laborista Anthony Albanese, ha prometido celebrar un referendum durante su mandato para realizar un cambio constitucional que permita reconocer los derechos de los indígenas australianos y permitirles que definitivamente tengan voz y voto en el Parlamento del país.