Una suerte de barómetro del comportamiento de los públicos respecto a las manifestaciones artísticas y el estado de éstas a nivel país son los resultados del Informe Anual de Cultura y Tiempo Libre, estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA). En su más reciente entrega, ocurrida en Diciembre de 2013, el informe arrojó cifras que en términos generales pueden considerarse positivas, ya que salvo algunas excepciones, los índices de asistencia a las distintas manifestaciones crecieron.
Hay áreas que impactan, ya sea por enormes alzas o por bruscas caídas. Uno de esos casos es el del cine chileno, que según los datos entregados el año 2012 registra un crecimiento de más de un millón de espectadores respecto al año anterior, lo que indicaría que un mayor número de personas se volcó a ver las más de 25 películas que ese año se estrenaron. ¿Fue eso lo que efectivamente ocurrió? No, ya que esta alza se explica fundamentalmente por el exitoso estreno de la cinta Stefan v/s Kramer que de manera individual consiguió que más de dos millones de personas fueran al cine a verla. Sin esta película, los números habrían sido incluso peores que el año anterior.
¿Cómo interpretan los creadores estos números? ¿Hay concordancia entre las cifras y la realidad diaria que enfrentan? ¿Efectivamente los públicos aumentaron? ¿Cuáles son los puntos débiles de mediciones como esta? Un grupo de académicos de la Facultad de Artes analizó el estudio y, desde su quehacer, contrastó los números con la realidad de cada una de las disciplinas en cuestión. A continuación sus reflexiones.
Para el profesor y coordinador del Magíster en Gestión Cultural de la U. de Chile, Gabriel Matthey, el informe parte desde una premisa errónea ya que “se sigue usando el concepto cultura en un sentido reducido, a la par con el de tiempo libre, siendo que la cultura en su alcance antropológico implica todo el quehacer humano, el modo de ser de cada pueblo y país, durante las 24 horas del día y los 365 días del año. Este reduccionismo, acaso asociado al entretenimiento al estilo estadounidense, sesga enormemente la visión e información que trasmite el Informe”.
Para la bailarina y académica del Departamento de Danza, prof. Claudia Vicuña, la metodología de la medición también es un punto de reflexión. “El problema del informe es que entrega datos y no los contextualiza. Sin las circunstancias de la disciplina, del país en ese momento, no se puede hacer reflexiones que se traduzcan en alguna política o balance”. Añade que “sin contexto, las cifras no sirven de nada”.
Mauricio Barría, dramaturgo y académico del Departamento de Teatro, enfatiza que al realizar una medición general, algunos eventos episódicos de alto interés aumentan los números, pero no por ello dan cuenta de la realidad permanente de las disciplinas. “La famosa Pequeña Gigante, que además de ser una noticia no fue una contribución para el mundo teatral chileno ni para una experiencia real del público, sirvió para remontar las cifras porque congregó a muchas personas. Hay que incluir en los análisis esos factores porque dichos trabajos perturban estadísticamente la medición”. Claudia Vicuña coincide y manifiesta que una situación similar ocurre con los recintos que se incluyen en las estadísticas. “En lo relativo a la danza, los datos que se contemplan corresponden a espacios que tienen más visibilidad y no necesariamente a los más independientes, que es donde mayoritariamente se desarrolla la danza. Si se contemplan en la misma categorías espacios como el Centro Gabriela Mistral, que es un lugar con una cartelera y visibilidad importante, sus números elevan los demás”.
Otro los errores del estudio, según el profesor Barría, es que no aborda el problema central que es generar una política de fidelización de los públicos. “No nos sirve de nada que este año haya más personas, porque esas mismas personas el próximo año no van a asistir porque se aburrieron o porque el arte no es algo permanente ni importante en sus vidas. Lo que nos sirve saber es si efectivamente hubo un aumento cualitativo de esas audiencias. Este tipo de mediciones entrega información para las memorias de fin de año de las diferentes instituciones, pero no está dando una radiografía real de lo que ocurre en nuestro país”.
Una de las grandes premisas que ratificó el estudio es la enorme diferencia que existe entre Santiago y el resto de las regiones respecto a manifestaciones artísticas. Esta desigualdad no sólo se evidencia en relación a los espectadores sino también respecto a la cantidad de funciones a las que tienen acceso quienes no viven en la Región Metropolitana. Mientras en Santiago son más de doce millones las personas que asisten a eventos culturales al año, en regiones como Arica y Parinacota la cifra alcanza sólo a 120.641 espectadores.
“La diferencia es abismante. Una de las razones que explica esta situación es que precisamente los productores y los lugares de formación están también centralizados. Hay una relación muy directa entre espacios de formación artísticos y cantidad de espectáculos de esa índole”, dice el profesor Barría. Ello explicaría el hecho que tras la Santiago sean ciudades como Concepción y Viña del Mar los que registran los números más altos.
“El tema del centralismo no es un problema solamente de Santiago hacia las regiones. La conciencia identitaria que tienen los habitantes de las regiones, a veces, no coincide precisamente con la aspiración de una descentralización, siguen siendo dependientes culturalmente. Este país seguirá siendo centralizado en la medida que la cabeza siga estando centralizada, es decir, creyendo que las cosas importantes suceden en Santiago, aunque paralelamente distribuyamos más recursos” afirma el académico.
¿Son representativos los números arrojados por el informe representativos del quehacer artístico del país?. Para la profesora Claudia Vicuña no lo son. “Pienso que en el quehacer diario de los artistas este supuesto crecimiento no se ve muy reflejado. Al menos en lo referente al teatro y danza independiente, los públicos se mantienen constantes, las mismas cantidades, las mismas funciones y los mismos problemas de acceso”.
Mauricio Barría indica que “efectivamente se puede hablar de un aumento en los espectadores porque estadísticamente hay un crecimiento de números, pero el problema del alza o baja de los públicos no es un asunto numérico sino que es un tema cualitativo. Por ejemplo si se cuantifica las personas que asisten a un espectáculo gratuito, su participación no implica que ese público quiera seguir asistiendo al teatro o al cine. Significa que, por distintas razones, de manera ocasional decide ir, pero ello no implica que ha crecido culturalmente de modo a que ahora es un consumidor de cultura”.
Añade que en esta discusión es fundamental definir qué se entiende por espectadores. “El público no es una cierta cantidad de asistentes, sino que es un sujeto que establece un vínculo con un proceso creativo, de modo que construye una relación permanente con eso”, explica Barría.
Gabriel Matthey aporta indicando que el comportamiento de los espectadores está fuertemente influenciado por lógicas de consumo. “Hay cambios culturales, sin duda, pero no son por un interés especial por las artes, sino por necesidades más sociológicas y psicológicas. El aumento se debe al fuerte marketing que diariamente se realiza para fomentar el consumo, del mismo modo que hoy la gente compra más autos, más ropa, más electrodomésticos, etc. Si en las encuestas no se habla de contenidos, las cantidades sólo miden tendencias generales, principalmente económicas y sociales, aunque no artísticas necesariamente. Una cosa es el interés por las artes y otra es ser parte de la cultura del consumo”, dice.
¿Cuánto inciden las políticas culturales del Estado en esta disparidad? El hecho de que disciplinas con realidades tan disímiles como la danza y la música sean medidas de la misma forma podría develar que en el trabajo de promoción y desarrollo no se contemplan las particularidades de cada una.
Al respecto la profesora Claudia Vicuña sentencia “Primero que todo, ni el teatro ni la danza son industrias, la música sí lo es”. Para la académica, han sido varias las decisiones que se han tomado a nivel gubernamental sin considerar los criterios propios de cada disciplina, evidenciando la poca efectividad de las mismas. “Se toman decisiones contradictorias. Por ejemplo en Fondart antes las disciplinas de artes escénicas estaban separadas, ahora están todas juntas y la misma cantidad de dinero hay que dividirla entre cinco áreas, tampoco hay transversalidad en políticas educacionales entre el Mineduc y el CNCA”.
Mauricio Barría refuerza la idea indicando que “Las políticas de público no deben ser genéricas. No puedo pretender que los espectáculos teatrales tengan la misma cantidad de público que festivales masivos como Lollapalooza. En la medida que creas que el desarrollo cultural y artístico de un país, tiene que ver con la lógica de un bien de consumo, lo único que conseguirás es tener un país cada vez más ignorante”. Y en defintiva, “nadie podría ser feliz con estas cifras”, concluye.