Bendito mercado

  • 01-09-2014

Al parecer, las diferencias entre la Concertación y la Nueva Mayoría son más significativas de lo que se creía. Así lo ha dejado al descubierto el ex presidente Ricardo Lagos. Y no es cuestión de que la presencia del Partido Comunista haya inclinado la balanza hacia la izquierda. El PC no tiene peso político suficiente para hacerlo. La explicación parece más simple. Después de veinte años de administración concertacionista, la ciudadanía exhibe claras muestras de cansancio ante un sistema que habla de éxitos económicos, pero ahonda las inequidades. Y éstas se dan desde la calidad de la educación, hasta los índices de natalidad -2 niños muertos por mil nacimientos para la pudiente comuna de Vitacura y 43 por mil, en Puerto Saavedra-, pasando por el nivel de endeudamiento, la discriminación por etnia o preferencias sexuales, la aplicación de la justicia, las pensiones. El interregno que significó la administración de Sebastián Piñera sirvió para dejar en claro que la derecha tampoco era una solución. Y allí reapareció la arrebatadora imagen de la actual presidenta Bachelet.

Pero no era cuestión de resolver los problemas con carisma. Había que hacer otras cosas y ya en el programa se notó que la propuesta debía contener cambios estructurales. Cambios que afectarían, quiérase o no, el statu quo que pretendió dejar sólidamente impuesto -y por los siglos de los siglo- la dictadura. Se conoció el anuncio de la reforma tributaria y la derecha salió a hacer contra propaganda a las calles. Igual escándalo se armó con la reforma educacional. Hasta que llegó el ex presidente Ricardo Lagos y acusó que todos, después de él, habían dejado de hacer las cosas bien. Les había faltado decisión política para mirar al país a 30 años plazo, para lo cual era necesario unir criterios. Lo dijo ante la asamblea de Icare, donde se reúne la flor y nata del empresariado chileno, que lo aplaudió a rabiar. El ex presidente abogaba por seguir con la democracia de los acuerdos. Esa que sólo pude avanzar si el poder económico dice si. Y generalmente ha dicho no.

Hábilmente, sus críticas las orientó hacia lo que él estima es el abandono de las obras de infraestructura en aras de paliativos que son pasajeros. También condenó el nulo avance en materia de energía. Y, en una entrevista posterior con el diario vocero de la derecha, “El Mercurio”, abogó por el avance en el área de las hidroeléctricas. Entre ellas se destaca Hidroaysén, proyecto que contó con su respaldo y que hoy se encuentra detenido por los daños ambientales que provocaría en la Patagonia.

Claramente, el gobierno de Michelle Bachelet muestra otra línea a que la exhibió la Concertación de Partido por la Democracia. Pese a haber sido ella su última presidenta, hoy responde a nuevas necesidades. Los movimientos sociales son los que han obligado a la coalición gubernamental a comprometer cambios más profundos. Y eso ha generado un distanciamiento que tiene ribetes ideológicos. La vieja guardia concertacionista no desea soltar la manija del poder político. Sobre todo ahora que la Nueva Mayoría logró una sólida ventaja en el Parlamento, cuestión que debiera ser un apoyo determinante para los cambios estructurales.

Pero para llegar al punto de los hechos, deben darse varios pasos previos. Uno de ellos es recuperar al Estado como eje central del desarrollo del país. Y eso significa dejar de lado la condición de “subsidiario” que le impuso la dictadura empujada por los Chicago boys, inventores del esquema neo liberal que opera en el país desde los años 70. Además, bajar al mercado del sitial de elemento dirimente en el sistema económico en que hoy se encuentra. Dos cuestiones que son relevantes y que la derecha empresarial y política no aceptará de buenas a primeras.

Para hacer aún más complejo el panorama, el sistema presidencial chileno es de cuatro años. Un período obviamente corto para desarrollar proyectos tan ambiciosos como las reformas propuestas, sin que un gobiernos posteriores decida cambiarlas. Ese es un argumento que utiliza la derecha y quienes apoyan la democracia de los acuerdos para frenar los cambios que la ciudadanía exige. Sin embargo, la democracia es el gobierno de la mayoría y hoy en Chile esa mayoría no ha sido escuchada.

Lo que hoy está saliendo a la superficie es una realidad que, tarde o temprano, tendría que colisionar con la acción política. Es lo que ha ocurrido con quienes piensan como el ex presidente Lagos. Su visión socialdemócrata neo liberal es la que está en entredicho. Por ello es que ha aparecido a hacer cuestionamientos, en forma sibilina, claro. Su capital político sufriría un duro golpe si desautorizara abiertamente a Bachelet.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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