Los hechos de violencia ocurridos en el Estadio Sausalito de Viña del Mar antes del juego entre Santiago Wanderers y Everton, como en Talca durante el partido entre Rangers y la U, han abierto otra vez el debate sobre la violencia en los estadios. La suspensión de los encuentros deportivos, la amenaza de paro de Sindicato de Futbolistas Profesionales y el clamor institucional por el regreso de carabineros a los estadios han reabierto una discusión antigua, pero en la cual hemos avanzado realmente poco.
Frente a lo sucedido, hay voces que exigen las peores condenas contra los culpables, aunque bien sabemos que eso no resolvería el problema. Hay quienes enarbolan radiantes discursos sobre la familia y el fútbol y la necesidad de recuperar los estadios, pero ese concepto ambiguo tampoco da pie para solucionar nada. Otros, entre los que me imagino se encuentra el Subsecretario Aleuy, están convencidos de que el 30 por ciento de los asistentes a los estadios son delincuentes y que se solucionará prohibiendo el ingreso de los mismos a los recintos deportivos.
El nuevo marco legal y su plan para el cumplimiento de la misma mediante “el estadio seguro” han atentado contra el espectáculo y la fiesta deportiva trocando en armas bombos, instrumentos, banderas y lienzos. La prohibición no ha mejorado absolutamente nada y ha generado, en cambio, desgano e irritabilidad en el público. Hoy, para ingresar a un estadio en Chile y ver un buen partido, debes someterte a un verdadero ultraje. Primero, la revisión de identidad y el toqueteo; después, ser dirigido entre un mar de personas por filas bien dispuestas de caballos y perros dirigidos por uniformados violentos y dispuestos a la violencia (es difícil no irritarse frente a la constante presunción de que uno actuará violentamente tarde o temprano). Una vez terminado el partido, comenzará la expulsión o desalojo porque siempre debe hacerse rápido y a la pinta de la seguridad o la policía. ¿Por qué ya no va la gente a los estadios? La respuesta resulta obvia aunque algunos prefieran proclamar que la violencia viene de un único sector. El plan del estadio seguro y la ley de violencia en los estadios no funcionan porque criminalizan sin atender la raíz del problema. Es cierto que algunas barras funcionan como verdaderos grupos delictivos y compartimos la búsqueda de soluciones tendientes a erradicar esa forma nefasta de organización. Sin embargo, dudamos que esto explique la amplitud del conflicto. Sobre todo cuando esa violencia se observa en casi cualquier ámbito de nuestra vida diaria.
Podemos dar testimonio de que la violencia en el fútbol viene de mucho más abajo. En los barrios, en las poblaciones, en los pueblos rurales a lo largo de todo nuestro país el fútbol es la actividad deportiva más practicada. A nivel amateur, ahora es común ver las canchas llenas de jugadores pero con las gradas vacías. Dicen que etas competencias se ha vuelto muy violentas. Los pocos que asisten se entretienen bebiendo alcohol e insultando a los rivales (con o sin motivos) y, si los resultados van mal ,por lo general, terminan insultando a los propios. También es típico que ahora las canchas populares sean cerradas por rejas, lo que conlleva una cuantiosa inversión, pero es la única forma de garantizar que las barras no entren y agredan físicamente a los árbitros o jugadores. Lo normal es que haya alguna pelea aislada que avive los partidos pero algunas veces, se vuelven batallas campales con armas improvisadas y formales donde la confusión y el terror suelen terminar con muchos heridos y ocasionalmente algún muerto. Sin importar lo que pase todos volverán el siguiente domingo, porque así es la historia y porque para muchos es el único espacio de participación y expresión social.
Lo que sucede en los estadios profesionales no es diferente a lo que sucede en las canchas de muchos rincones del país. Tampoco es distinto a la violencia que se genera en las marchas, en los conciertos masivos, en las tocatas, en las fiestas y en otros eventos. Ganemos o perdamos siempre algunos terminan a los zarpazos y eso es, al menos, peculiar. Algunos dicen que es una forma de escape, de soltar la rabia acumulada, de cobrársela a alguien…
¿Pero de dónde viene esta ira? Pensamos, ciertamente, que esta se explica en la vergonzosa transición democrática, la educación elitista y competitiva, la ineficiente salud pública, las precarias condiciones de vivienda, el abuso de las grandes compañías, la falta de oportunidades laborales dignas, la colusión de los empresarios, la corrupción de los políticos, el desprecio a nuestros pueblos originarios, el arribismo, el chovinismo exaltado, las insultantes diferencias económicas, el abultado presupuesto militar y el represivo, como también en la represión policial…. Ojalá que pronto en Chile dejemos de creer que de lo podrido nacen flores y hagamos bien el trabajo en cada área del quehacer nacional.
En el fútbol (asunto bastante menor, pero que nos convoca) la solución pasará entonces por una transformación nacional consensuada y por organizar bien y responsablemente las instituciones dedicadas a su promoción y práctica. No basta con construir canchas y estadios, también se debe fomentar estructuras organizativas que garanticen el uso público y correcto de las instalaciones; que sean responsables de poner en funcionamiento escuelas formativas y campeonatos para todos los grupos, géneros, edades y niveles; que trasmitan, a través de la disputa deportiva, el respeto al otro, la justa y leal competencia, la diversión y la actividad física.
Por otra parte, debemos premiar el buen comportamiento y el juego limpio en todas las canchas y no permitir que se celebren únicamente los resultados ganadores. Podrá ser redundante y evidente, pero si no atendemos las grandes desigualdades sociales y si no trabajamos de forma responsable para superar la desintegración de lo común, no esperemos que la violencia en los estadios, ni en las calles ni en ninguna otra parte se termine.