El mundo de la música clásica puede llegar a tener reglas tan rígidas, que un detalle que las exponga llama la atención. Si un pianista deja de lado los trajes sobrios y aparece con coloridos calcetines rojos, con zapatillas o con el pelo ensortijado y revuelto en un escenario como el Carnegie Hall o la Filarmónica de Berlín, no pasa desapercibido.
Eso es lo que ocurre en parte con Simon Ghraichy, el músico que el próximo jueves 30 actuará junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile en el teatro de la Fundación Corpartes, en su debut en Santiago. Hijo de un padre libanés y de una madre mexicana, criado como francés, formado en el Conservatorio de París y la Academia Sibelius de Finlandia, su aproximación a la música es, a lo menos, singular. Hace menos de un mes, por ejemplo, tocó en la playa de Saint-Tropez y si el piano estaba en un muelle sobre el mar, él llegó aclimatado: con pantalones cortos, una camisa en plan veraniego y una chaqueta multicolor.
A Santiago llegará en el final de una gira que también contemplaba presentaciones en Bogotá, Lima, Quito y Guayaquil, desde donde responde esta entrevista: “Será mi primera visita musical, pero he visitado Chile de vacaciones”, cuenta en perfecto español. “Hace dos años, cuando toqué en el Gran Teatro Nacional de Lima, tomé dos semanas de vacaciones, visité el desierto de Atacama y tenía muchas ganas de volver para descubrir más del país, para visitar Santiago y tal vez tocar allá”.
Junto a la Sinfónica, dirigida por José Luis Domínguez, Ghraichy abordará el Concierto para piano y orquesta en La menor del compositor noruego Edvard Grieg y la Rapsodia en azul del estadounidense George Gershwin, en un programa que tiene acento norteamericano, con otras obras de Leonard Bernstein y Aaron Copland. “El de Grieg es uno de mis conciertos para piano y orquesta preferidos, porque lo conozco desde que tengo nueve años, por los dedos del pianista (Krystian) Zimerman y dirigido por el maestro Bernstein. Es una de mis versiones preferidas y para mí es una manera de homenajear al maestro Bernstein, que también lo tocó con la Filarmónica de Nueva York”, adelanta.
“Es una obra romántica, pero que tiene elementos populares noruegos: el final, por ejemplo, es una danza que podría parecerse a una danza latinoamericana, por los acentos, por el swing. Por otro lado, la Rapsodia en azul de Gershwin es una de las primeras obras con el idioma jazz totalmente escrito sobre la partitura y me interesa esa mezcla de géneros”, añade.
La excusa para la gira latinoamericana, sin embargo, es el disco que Simon Ghraichy editó el año pasado con el sello Deutsche Grammophon, el más prestigioso del mundo en la música clásica. Se llama Heritages (Herencias) y en él conviven piezas de compositores como el francés Claude Debussy, los españoles Isaac Albéniz y Manuel de Falla, el cubano Ernesto Lecuona, el mexicano Arturo Márquez y el brasileño Heitor Villa-Lobos.
“El disco es un carnet de identidad triple”, es una frase que el pianista ha usado en variadas ocasiones para vincular ese repertorio con su propia historia, cruzada por la cultura francesa, libanesa y mexicana. “Aunque sean muy distintas y lejanas, hay muchos puntos comunes y lo que quise fue construir puentes entre mis culturas, mientras otros construyen fronteras y muros”, sostiene.
“Tengo mucho cariño por mi cultura latinoamericana y mexicana, así que incluí varios compositores de allí y otros que se han inspirado en el idioma de su música. Debussy nunca viajó fuera de Francia, pero soñó la cultura española tan fuerte, que escribió más música española que los mismos españoles; y en la música española también hay muchos elementos árabes, entonces en el disco están presentes todas mis culturas”, explica.
Es muy llamativa la inclusión de dos versiones del Danzón No. 2 de Arturo Márquez. ¿Por qué quisiste hacerlo?
Hice dos transcripciones de esa obra, una de mis preferidas de todos los tiempos. Creo que es una obra de genio y que es el clímax de un compositor que mezcla elementos populares, que podrían ser bailes de la calle en México o en Cuba, con elementos más complejos de la música clásica, porque al final se vuelve a escuchar un poco más como Stravinsky. Quería tocarla al piano y cuando lo hice me di cuenta que faltaba algo, porque en esa música hay mucho ritmo, entonces incluí las percusiones de la orquesta e hice esa segunda versión.
Que tiene un sonido muy agresivo, más cercano a la música popular…
Era lo que quería destacar, porque cuando escuchas la obra con la orquesta hay una complicidad entre todos los instrumentos. Si ves videos de (Gustavo) Dudamel dirigiéndola, hay unos 120 músicos y no puede destacarse solo un instrumento. Mi decisión fue hacer algo totalmente diferente, como si fuera un piano de jazz, un piano un poco ácido, y las percusiones ayudan a encontrar eso.
Has tocado música de compositores latinoamericanos en escenarios dominados por obras europeas, ¿qué valor le das a la difusión de este repertorio?
Hay dos pistas diferentes. La primera es que creo que estos compositores latinoamericanos son menos conocidos en Europa solo por tener menos oportunidad de ser tocados, no por tener menos genio. Como tengo mucho cariño a esta música, creo que es mi deber programarla. Además, creo que presentar un repertorio un poco más moderno y diferente contribuye a la renovación del público, a sensibilizar públicos nuevos y jóvenes. A la juventud le gusta más descubrir este repertorio antes que lo que ya ha escuchado un millón de veces. Como joven músico, para mí es importante crecer con mi propio público.
Lo que tiene sentido con esta idea de apartarse de las reglas no escritas de la música clásica, tocando en lugares poco habituales o usando una ropa distinta…
Está muy bien la precisión de reglas no escritas, porque en realidad no hay reglas. Esto debería ser la regla: que cada uno haga su propia regla sobre la vestimenta, por ejemplo. Soy un hombre moderno, de 32 años, viviendo en el año 2018. A pesar de tocar obras que tienen 200 ó 300 años, sigo viviendo en mi siglo y no quiero vivir en el pasado. Quiero vivir hacia el futuro. Eso no se hace solo con la programación, es todo un package: es el estilo, el look, el vestido, también la comunicación. Tenemos mucha suerte de vivir en el siglo XXI, con todas las facilidades de conexión con el público por las redes sociales y por todas las tecnologías que no teníamos hace 20 años, así que hay que aprovecharlo. No es obligatorio, pero creo que todo eso participa mucho del futuro de la música clásica.
Sin embargo, hay músicos, teatros o instituciones que se resisten a salir de esos marcos. ¿Por qué crees que ocurre eso?
Porque es más fácil quedarse con un solo modelo, que ha funcionado muy bien en los años ‘50 y ‘60, pero el mundo ha cambiado muchísimo y ha visto una evolución fenomenal, así que hay que adaptarse. Hay que estar en permanente cambio y movimiento, siguiendo las tendencias y la actualidad. Por eso vivimos en el presente y hacia el futuro, no hacia el pasado.
Esta pregunta sí te llevará al pasado: como pianista, ¿qué aproximación tienes a la figura de Claudio Arrau?
La primera grabación de Claudio Arrau que escuché fueron los Estudios trascendentales de Franz Liszt y durante mucho tiempo fue mi versión preferida. Todo el mundo piensa que (el pianista húngaro) György Cziffra es el mejor intérprete de Liszt, pero hay algo más poético en la versión de Arrau.
Me lleva al pasado, pero es necesario, porque hay que asimilar la tradición para cambiarla y escuchar las interpretaciones de Claudio Arrau es parte de esa tradición. Lo respeto y me gusta mucho. También me gusta su manera de tocar las sonatas de Beethoven, con mucha poesía, muy lento. Aunque sea un gran virtuoso, no destaca eso, sino la poesía.
Tu compositor favorito es Liszt, ¿te atrae también por su personalidad, porque era como un pianista estrella de su época?
Era como un rockstar del siglo XIX. Antes que todo, me gusta porque su obra me habla mucho, está muy cerca de mi corazón. También por su virtuosismo, porque cuando era más joven, Liszt era un challenge, siempre agarraba sus obras como algo que me ayudaría a avanzar en mi técnica. También me gusta por su lado europeo, porque hizo giras por toda Europa, lo que hoy conocemos como la Zona Schengen. Era un futurista en ese aspecto, en su manera de ver los países. No conocía fronteras y hablaba mil idiomas.
A ti también te han llamado un “rockstar del piano”. ¿Te sientes realmente así?
Mmmm… (duda y ríe un poco) no creo que me sienta así. A muchos medios les gusta mencionarlo por esto de atraer a la juventud y cambiar un poco la música clásica, pero yo no soy un rockstar. Me identifico como un músico clásico moderno, viviendo en su tiempo y ya.
Así de simple.
Debe ser simple, porque no hago ningún esfuerzo, aparte del esfuerzo de vivir en mi propio tiempo, tener la curiosidad de mirar a lo que le interesa a la gente en mi propio tiempo y no a la gente del tiempo pasado.
En Santiago
Simon Ghraichy y la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile se presentarán a las 20 horas del jueves 30 en Corpartes (Rosario Norte 660, Metro Manquehue). Las entradas tienen valores entre $28.800 y $69.000. Más información en Corpartes.