A propósito del centenario de Margot Loyola, rescatamos este obituario escribo por Luis Merino Montero, musicólogo y académico de la Universidad de Chile, para el número 224 de la Revista Musical Chilena, publicado en diciembre de 2015. El original puede leerse acá.
Con sabiduría y prudencia Margot Loyola Palacios supo equilibrar la investigación y el estudio de la música y la danza de tradición oral de nuestro país, desde el extremo norte hasta el sur, pasando por Rapa Nui, con una recreación personal que mantuvo intacto ese espíritu recóndito que hace vibrar lo más profundo de nuestra alma, cuando Margot comunicara su obra tanto en Chile como en el exterior. Ella alcanzó este equilibrio imbuida de un profundo respeto por el Otro, junto a un gran amor y empatía por el ser humano además de un enorme compromiso ético y social, haciendo gala de la sencillez de una persona que estuvo siempre aprendiendo. De este modo nos brinda un ejemplo de cómo la cultura letrada y la cultura popular pueden converger en Chile con sencillez, belleza y con gracia, como en una tonada chilena.
Su familia tuvo gran importancia en su formación y en su ulterior quehacer. Esto a su vez se engarza con la importancia que ha tenido la familia en la vida artística de importantes creadoras o creadores de nuestro país, hasta el punto de llegar a erigirse en un rasgo de la historia y de la cultura chilenas. Aparte de Margot se pueden mencionar los casos de la familia de Federico Guzmán en el siglo XIX, o el de las familias de Alfonso Letelier y de Violeta Parra durante el siglo XX, entre otros.
El entorno familiar linarense de Margot le permitió embeberse, casi de manera simultánea, de la cultura musical denominada docta, así como de la cultura campesina tradicional de Chile, por medio de su señora madre Ana María Palacios Herrera como de su señor padre don Recaredo Loyola Marabolí. Gracias a ellos Margot tuvo una sólida base para enfrentar la dicotomía decimonónica entre civilización y barbarie que en cierta manera se proyectó en Chile al siglo XX. En una entrevista realizada por Agustín Ruiz [RMCh, XLIX/183 (enero-junio, 1995), pp. 11-41] Margot señaló que su familia por el lado de su padre la constituían “chinganeros puros… Los galleros más importantes de toda la zona de Putú eran los Loyola. Tres generaciones de galleros y cantoras. Yo creo que de ahí viene mi amor por las cosas de la tierra”. En lo que respecta a su madre, Margot señaló que “cantaba, tocaba guitarra y piano. También la tía tocaba piano y cítara. Eso era algo propio de los Palacios de Linares, todos eran aficionados a la música”.
La madre le enseñó a Margot y a su hermana Ruth Estela el canto de las primeras canciones de raigambre campesina chilena cultivadas por este dúo. En paralelo Margot realizó estudios de piano con aquella recordada artista que fuera Flora Guerra, los que complementó con estudios vespertinos en el Conservatorio Nacional de Música, con la dedicada educadora que fuera Elisa Gayán, en la época en que el Conservatorio estuviera bajo la dirección de una figura relevante de la historia de la música chilena: Armando Carvajal. Junto a sus estudios de piano Margot prosiguió ulteriormente, junto a su hermana Ruth Estela, estudios de canto con la gran soprano Blanca Hauser y de danza con Cristina Ventura.
Con todo este bagaje se inició una primera etapa de la vida creadora de Margot, caracterizada por las presentaciones, junto a su hermana Ruth Estela, en radios, teatros, rodeos e incluso películas.
Una segunda etapa se inició en 1944 con la participación de las hermanas Loyola en la grabación de los Aires tradicionales y folklóricos de Chile, realizado por un equipo de investigadores pertenecientes al entonces Instituto de Investigaciones Folklóricas de la Universidad de Chile, dirigido a la sazón por el historiador Eugenio Pereira Salas. El 2005 esta colección fue reeditada por otro equipo de trabajo dirigido por el musicólogo Rodrigo Torres bajo el alero del Centro de Documentación e Investigación Musical de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Tuvimos la fortuna de conocer a Margot como la última sobreviviente de los participantes en ese legendario proyecto.
Esta actividad marcó además el inicio de la fructífera colaboración de Margot con la Universidad de Chile. Entre 1949 y 1963 Margot fue una de las figuras descollantes en las Escuelas de Temporada de dicha Universidad, en el marco de una iniciativa visionaria de aquel gran Rector que fuera don Juvenal Hernández Jaque, quien dirigió, entre las prioridades de su rectorado, el proceso de materialización del concepto de la extensión universitaria que se planteara en el estatuto de 1931.
En 1951 se iniciaron los viajes de Margot, y con ellos una tercera etapa de su vida. Con su actitud sencilla y auténtica de aprender siempre, Margot conoció y estudió con figuras egregias de la intelectualidad latinoamericana de entonces: Carlos Vega, Augusto Raúl Cortázar e Isabel Aretz en Argentina; Lauro Ayestarán en Uruguay; José María Argüedas en el Perú, además de otros. La proyección de su obra se extendió más allá del continente americano, hasta el punto, según ella misma lo declarara, que su primera publicación no se hizo en castellano sino que en ruso en la entonces Unión Soviética.
Acogiendo un llamado que le hiciera en 1972 Fernando Rosas, Premio Nacional de Artes Musicales 2006, Margot se incorporó a la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Junto a su labor docente en cursos para estudiantes especializados en música, Margot publicó con el auspicio de esta universidad un conjunto de libros en los que decanta la suma de sus saberes acerca de la cultura tradicional chilena. Se puede mencionar a Bailes de tierra en Chile (1980), El cachimbo, danza tarapaqueña de pueblos y quebradas (1994), La tonada: testimonios para el futuro (2006), La cueca: danza de la vida y de la muerte (2010), Me niegan pero existo: la presencia e influencia del negro en la cultura chilena (2013) y 50 danzas tradicionales y populares en Chile (2014). La gran parte de ellos fue escrita en coautoría con Osvaldo Cádiz. El Dr. Carlos Miró Cortez, profesor y entonces director de programas de postgrado del Instituto de Música de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso afirma en las palabras previas del libro sobre la tonada, que “representa el estudio más completo y riguroso que hasta ahora se haya realizado en el país”, un juicio que perfectamente se puede aplicar a los restantes libros señalados. Además esta Universidad la distinguió con los grados honoríficos de Profesora Emérita y de Doctora Honoris Causa.
En la entrevista realizada por Agustín Ruiz Margot Loyola señaló que “la idea de la muerte me ha perseguido desde los seis años. La gente dice que soy muy alegre, pero no es así, la tónica en mí es la angustia”. Pero esta angustia en su caso se metamorfoseó en una fecunda vida. En su legado gigantesco de fonogramas y videos, con su repertorio y labor creativa; en sus artículos y libros, con su repertorio y sus estudios; en los estudiantes que formó, de los cuales ella declaró que aprendió mucho, al igual que lo señalado en su momento por el compositor austríaco Arnold Schoenberg; en los conjuntos que se formaron bajo su guía e inspiración, hay vida, hay pura vida, fruto de una actitud consecuente ante la creación, el país y la sociedad y de un camino fecundo que recorrió con Osvaldo Cádiz, su esposo y fiel compañero de toda su existencia.
Es por ello que la Revista Musical Chilena le rinde un homenaje postrero como una de las grandes figuras de referencia de toda la música chilena.