“Es bastante promedio”.“Hay mucho movimiento”. “Un colegio normal, normal para bien”. Estas son algunas de las respuestas que entregan adolescentes de entre 13 y 15 años cuando se les pide definir su escuela. Se trata de un establecimiento ubicado en el extremo norte de la comuna de Recoleta. Su nombre, España.
Pero, ¿qué es normal en una escuela? Quizás los dos patios y colores monocromos que lucen las paredes, esquinas colindantes con avenidas anchas y almacenes de golosinas al por mayor, la vista lejana hacia la ladera norte del cerro San Cristóbal, la cúspide del Costanera Center que apenas se deja ver por esmog, la nubosidad de las mañanas y que parece estar de espaldas para otorgarles lo que algunos llaman “progreso”.
La Escuela España está oficialmente considerada por el Ministerio de Educación como un establecimiento vulnerable, una categoría que acoge a estudiantes que provienen de familias que, al igual que las escuelas, también son tipificadas y que están integradas por segmentos socioeconómicos bajo y medio bajo.
Joaquín Leiva, profesor de dicha escuela y con una experiencia de más de veinte años trabajando en estos espacios, se aleja de los tecnicismos y explica que, en la práctica, significa estar en un lugar límite. “Siempre propenso a algo”, repite.
“Las escuelas vulnerables se identifican por estudiantes que tienen problemas en la familia. No tienen papá, mamá, viven en un ambiente de drogadicción o delincuencia, a veces no tienen para comer. Ellos llegan acá con toda esa carga emocional y el profesor tiene que contenerlos para que puedan lograr los objetivos planificados por el Ministerio de Educación. Allí hay una dicotomía”, asegura.
De lejos, Leiva parece ser un tipo que no trabajaría con niños. A su favor, sin embargo, le queda el respeto que ha sabido ganarse de parte de los estudiantes, sobre todo los de los cursos superiores y con quienes ha planificado una singular estrategia para mostrar su escuela más allá de la definición en la que les encasilla el Mineduc.
Hace algunas semanas, él mismo envió una carta que redactó de puño y letra a diversos medios, en la que contaba acerca de una feria que se realizaría en su escuela. Se trataba de una iniciativa que intentaría inculcar en los estudiantes una mirada medioambiental extraída de los saberes ancestrales y pueblos originarios, sumando también la multiculturalidad aportada por la variedad de países de los que provienen los alumnos de la escuela.
“Queríamos dar a conocer que, en esta escuela llamada vulnerable se hacen cosas importantes. Además, mostrar la cosmovisión que tenían nuestros pueblos originarios, un llamado dado que el ser humano se ha alejado de esa sabiduría ancestral, donde había una relación con la madre tierra y un respeto por todas las formas de vida”, dice Leiva.
Esta idea se logró concretar el viernes 27 de septiembre, a través de una feria en donde los estudiantes ejemplificaron de diversas formas visuales, la relevancia cultural y tecnológica de los pueblos originarios de América y que iba de la mano con un compromiso directo con el cuidado del medio ambiente.
Para Leiva, este último detalle será valioso en cualquier actividad que realicen a futuro los niños y niñas de este colegio, ya que demuestra que las iniciativas de cambio y entendimiento con la tierra no son exclusividad de la adolescente sueca, Greta Thunberg, aunque sin duda, muchos allí la admiran y la ven como un ejemplo.
Además, los niños que al inicio se les encargó definir a su escuela, son los mismos que aquí entregan sus opiniones luego de observar una ceremonia de pago a la tierra, ofrecida tanto por una familia mapuche como por una aymara.
“Es importante ver sus tradiciones y el respeto que le tienen a la naturaleza”, dice Cristopher Arana -venezolano, 13 años-. Le sigue Jesús Pizarro -chileno, 14 años-: “Diría que nos sirve para conocer a nuestros antepasados, ya que no seríamos nada sin ellos”.
Poco antes del fin de la ceremonia, el ambiente huele a ramas secas, incienso y legumbres. Detrás del vaho dejado por el tributo, Joaquín Leiva les recalca a sus alumnos que son el futuro y que de ellos dependerá la supervivencia del planeta.
En la cosmovisión cristiana occidental, un grito de “amén” podría dejar esa sentencia en el aire y supeditada a la suerte de los dioses y del destino. Sin embargo, el invitado aymara le da un último soplido al pago presentado y exclama: “¡Jallalla!”, una palabra que significa que algo se concretará, pero que no se hará de la nada, sino con el esfuerzo que se le pueda entregar.
Sobrevivir a una escuela vulnerable y a sus propias vidas debe ser quizás tan relevante como revivir a este planeta. Los niños también gritan “jallalla”, sobre todo los más pequeños parecen convencidos.