Un dispositivo de seguridad como los que se ven en las películas de los grandes estudios hollywoodenses es lo que se aprecia en Washington estas horas. Con la declaración de estado de emergencia para el distrito y la atención del país y del mundo centrada en la capital federal, los más de cinco mil efectivos de la Policía Metropolitana y del Capitolio, se vieron reforzados con la llegada de 25 mil efectivos de la Guardia Nacional, un despliegue mayor incluso que el de soldados estadounidenses en guerras externas.
Todas las fuerzas de seguridad van fuertemente armadas lo que ha levantado algunas alarmas internas y externas por la información de inteligencia que pueda tener el FBI respecto de una suerte de enemigo interno que amenace la institucionalidad en Estados Unidos durante la toma de juramento de la dupla demócrata Biden-Harris para ocupar la Casa Blanca.
“Quiero destacar una cosa por sobre otras: nuestros efectivos están entrenados con técnicas de desescalamiento, por eso, siempre intentaremos disuadir cualquier tipo de situación en la que debamos intervenir. Cuando se trata del uso de armas, esa decisión le compete al jefe de las Fuerzas de Orden y Seguridad con quien estamos coordinados de modo de asegurar que, sea lo que sea que pidamos a nuestros soldados que hagan, están entrenados y listos para ello, por lo tanto, ese tipo de decisiones se basan en ello”, dijo en una entrevista con NBC News el jefe de la Guardia Nacional, general Daniel Hokanson.
Fue la violencia mostrada el 6 de enero pasado, para la certificación de las elecciones presidenciales por parte del Congreso, la que elevó los estándares de seguridad de un evento que se planifica con meses de antelación y que tiene una vieja raigambre republicana a la que el presidente electo Joe Biden no quiso restarse, pese a las advertencias de seguridad y las restricciones por la pandemia.
Para el analista internacional, Gilberto Aranda, académico del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile hay un asunto sobre el que es necesario reflexionar luego de lo ocurrido el 6 de enero: la fuerza que acabó demostrando la extrema derecha con el salto al Capitolio, algo que las élites políticas estadounidenses no supieron sopesar a tiempo.
“Para muchos políticos e interesados en política, los países se dividen en amigos y enemigos internos. Tengo reparos a esa visión, pero reconozco que hay riesgos de amenazas en determinados colectivos u organizaciones que han decidido dirimir sus diferencias desde el interior o exterior de un estado de manera violenta.
Ciertamente, los estados, frente a esos colectivos tienen la responsabilidad de defender a la sociedad, no a las élites, sino a la sociedad, por lo tanto, todo lo que ha pasado en Estados Unidos es una muestra de toda la inversión en términos discursivos y materiales: campañas bélicas exteriores que se construían sobre mitos como la posesión de armas de destrucción masiva, una narrativa de los enemigos o de adversarios como ISIS o Al Qaeda que plantean más que un desafío, una amenaza a ciertas sociedades occidentales. Pero no todas las organizaciones que están en la lista de Estados Unidos son necesariamente adversarios que intentan perpetrar atentados contra la sociedad civil”.
Para el académico esto tiene una contraparte que dice relación con haber subestimado al enemigo interno, sin embargo, el Magíster en Estudios Internacionales relevó la necesidad de entender que no todos los partidarios de Donald Trump forman parte de estos grupos.
“Se infravaloró a los adversarios locales que tienen una historia no menos larga que el radicalismo islámico en el exterior, como es el supremacismo blanco o el racismo extremista que se inició con el Ku Klux Klan en la última parte del siglo XIX. Esos grupos son amenazas para las instituciones norteamericanas y deben ser atendidas, pero, de ahí a pensar que todos los trumpistas son adversarios o enemigos, me parece tremendo”.
Los primeros cien días de Biden: a la sombra del impeachment
Según el anuncio del mismo presidente electo, su primera decisión dice relación con la implementación de un ambicioso plan para atacar los devastadores efectos que la pandemia de COVID-19 ha dejado en Estados Unidos. Son medidas cuyo costo fiscal alcanza los 1,9 billones de dólares, de los que 20 mil millones de dólares están destinados exclusivamente a acelerar el proceso de vacunación masiva desde el gobierno federal.
Por otra parte, se planteó la relevancia de realizar transferencias directas a la población, las que ascenderían a 1400 dólares para gran parte de los residentes del territorio, además de un aumento del salario mínimo a 15 dólares la hora. Los demócratas también incluyeron a las escuelas, ya que la meta de Biden-Harris es retomar cuanto antes las clases presenciales y para ello destinaron parte importante de ese presupuesto en testeos periódicos de detección del virus tanto para profesores como para estudiantes.
En el ámbito internacional ya ha dado señales de recomponer los lazos rotos durante la administración Trump, mientras busca dar señales de unidad que generen confianza en los aliados.
Para Gilberto Aranda, eso se podrá observar durante su discurso inaugural del miércoles.
“Joe Biden hablará de los valores estadounidenses, pero de todas formas aludirá al rol de su país en el mundo. Los norteamericanos votan pensando en la cuestión doméstica, sin embargo, las élites y liderazgos, que son existentes y necesarios en todas las sociedades del mundo, tienen diversos grados de relación con el globo. Biden y Harris, como buenos representantes de la élite uno por la costa este y la otra por la oeste, están muy conectados con el lugar de Estados Unidos en el mundo”.
“La primera medida es enfrentarse a la crisis sanitaria domésticamente y luego la reactivación económica en orden a expandir el gasto público e inyectar fuerza a una economía absolutamente alicaída, subrayando que el principal desafío es la cuestión sanitaria”, agrega el académico de nuestra casa de estudios.
Los primeros cien días, sin embargo, estarán indisolublemente ligados a la inminencia del juicio político a Donald Trump y así lo ratifica Gilberto Aranda en su análisis.
“Si bien a esas alturas Donald Trump ya será ex presidente, si es juzgado y la imputación se aprueba entonces nunca más podrá optar a un cargo público ni recibir su pensión de expresidente ni tendrá la custodia del Servicio Secreto, por lo tanto, hay consecuencias más allá de lo simbólico que van a significar un desgaste a su carrera personal. Otro asunto fundamental de analizar es si eso es deseable para el Partido Demócrata que está buscando una reconciliación, como ha dicho el presidente electo Biden, ya que un acto de este tipo podría incrementar la separación que hay al interior del país. Los demócratas deben pensar bien si van a llegar a las últimas consecuencias porque dividir más a Estados Unidos puede resultar riesgoso, entonces, deben calcular si prefieren el consenso bipartidario o si están dispuestos a seguir hasta el final con este juicio político”.
Respecto del escenario político que deberán enfrentar los demócratas una vez que estén instalados en el salón Oval de la Casa Blanca, el profesor Aranda avizora una situación muy compleja de enfrentar, especialmente luego de lo demostrado por los partidarios más extremos del aún presidente republicano durante el asalto al Capitolio.
“Hay que tener muy claro que el trumpismo no se acaba, así como el chavismo no se murió con Chávez, ni el peronismo se sepultó con Perón. Eso, entre otras cosas, porque hay raíces que desembocaron en el trumpismo que son muy anteriores al fenómeno Trump. Hablamos de una derecha alternativa que encontró en internet su medio ideal para repartir teorías conspirativas; de extremismos políticos como el KKK, de otros grupos supremacistas blancos o del Partido Nacional Socialista de Estados Unidos, que plantearon una ruptura directa con la institucionalidad norteamericana, saliéndose de las reglas del juego de la convivencia social. Nada de eso es nuevo, lo original es que con Trump encontraron un representante que, a través de un discurso muy atractivo para mucha gente, logró canalizar sus anhelos en una candidatura exitosa el 2017. Por eso creo que el trumpismo va a seguir, pero la duda es si será dentro del partido republicano o si se escindirá de él para formar una nueva tienda política”.
“Tanto la campaña y como el mensaje nativista del 2017 fueron exitosos y, si bien evidentemente no todos quienes votaron por Trump son extremistas, porque votantes de él que se sintieron abandonados por el Partido Demócrata y la globalización neoliberal de los noventa u otros que creen en los valores tradicionales de la familia, ciertamente estos grupos de derecha alternativa y los supremacistas blancos se canalizaron en la candidatura y presidencia de Donald Trump, y eso va a continuar cuando él deje el poder.
Hay que tener cuidado con la victimización de Trump y si se le castiga con todo el rigor de la ley, puede transformarse en una especie de mártir que le recuerde a ese mundo extremo que es necesaria una insurrección clandestina contra el sistema”, concluye el analista.