“Vino del Desierto”: el proyecto que rescata la tradición vitivinícola de la Región de Tarapacá

Comenzaron en 2003 como un proyecto de investigación e innovación y en la actualidad son un referente en el sector, sobre todo, por su trabajo con la primera cepa 100% chilena registrada, conocida como Tamarugal. De esa manera, el proyecto liderado por un equipo de agrónomos de la Universidad Arturo Prat (UNAP), hoy posee distintas líneas de acción que van desde la capacitación de agricultores a la difusión de la historia vitivinícola de la zona.

Comenzaron en 2003 como un proyecto de investigación e innovación y en la actualidad son un referente en el sector, sobre todo, por su trabajo con la primera cepa 100% chilena registrada, conocida como Tamarugal. De esa manera, el proyecto liderado por un equipo de agrónomos de la Universidad Arturo Prat (UNAP), hoy posee distintas líneas de acción que van desde la capacitación de agricultores a la difusión de la historia vitivinícola de la zona.

Entre 1937 y 1949, la Región de Tarapacá dejó atrás la producción del vino, principalmente, por la expropiación de aguas hacia Iquique, lo que conllevó a que se arrancaran y abandonaran algunas de las plantas que habían logrado sobrevivir a uno de los desiertos más áridos del mundo. 

Sin embargo, 50 años después, un grupo de agrónomos de la Universidad Arturo Prat (UNAP) retomaron dicho trabajo con el objetivo de recuperar la tradición vitivinícola de la zona mediante el desarrollo de cepas patrimoniales.

Fue así como, luego de un largo proceso de investigación, surgió el proyecto Vino del Desierto”, iniciativa hoy cuenta con distintas líneas de acción, entre ellas, la producción de vino, la capacitación de agricultores y la difusión de la historia vitivinícola de la zona. Esto, principalmente, gracias a su trabajo con la primera cepa 100% chilena registrada, conocida como Tamarugal. 

Marcelo Lanino, ingeniero agrónomo y director de “Vino del Desierto”, indicó que el proyecto surgió, principalmente, a partir de las investigaciones que se efectuaron en la Estación Experimental Canchones de la Universidad Arturo Prat (UNAP),  ubicada a 97 km. de la ciudad de Iquique, en la comuna de Pozo Almonte y a unos mil metros sobre el nivel del mar.

Según dijo, allí comenzaron las experimentaciones que decantaron en la producción de un vino artesanal. No obstante, siempre existía un impedimento: cómo dar con una planta que fuese resistente a las condiciones extremas del territorio. Esta interrogante los llevó a buscar cepas antiguas, lo que le abrió una perspectiva patrimonial a todo el proceso.

“Siempre tuvimos presente que en la Región de Tarapacá se produjo vino durante mucho tiempo. Eso es algo que siempre resaltamos. Esta era una zona vitícola importante, especialmente, en los sectores de Pica y Matilla. Entonces, con esa información comenzamos a probar y hacer un vino tipo artesanal, pensando en poder trabajar con los estudiantes de la carrera de agronomía de la universidad”, comentó el investigador. 

“La vid tiene una particularidad que uno no lo asocia inmediatamente, pero si uno piensa que en la uva de mesa tenemos un montón de variedades y en la uva de vino tenemos otro montón más de variedades, eso indica que la planta tiene una capacidad importante de poder generar individuos que tengan características particulares. Eso es muy interesante, porque te muestra cómo el caso específico de la vid tiene la capacidad de adaptarse a condiciones particulares y puede generar individuos que respondan a estas condiciones”, explicó.  

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Ingrid Poblete, ingeniera agrónoma e investigadora del proyecto “Vino del Desierto”, señaló que siempre fue complejo dar con una opción frutícola de hoja caduca para la zona. Ya habían probado con especies introducidas a Chile, sin embargo, era difícil dar con una planta capaz de sobreponerse a las temperaturas extremas de la región. 

“Comenzamos a rescatar material de estas plantas que quedaron olvidadas en el tiempo y buscamos plantas que visualmente eran añosas, es decir, que habían permanecido mucho tiempo bajo estas condiciones adversas. Recorrimos distintas localidades y llegamos, por una información oral, a unas plantas que lograron sobrevivir, lo más probable, por subirrigación. Eran plantas totalmente aisladas y abandonadas”, dijo. 

Luego de ello, los investigadores procedieron a la investigación molecular de estas plantas. Esto, de la mano de centros como INIA La Platina en Santiago y el Instituto madrileño de Investigación de desarrollo agrario y alimentario (IMIDRA). De esa manera, los investigadores dieron con distintas cepas, entre ellas, País, que fue introducida por los españoles; Gros Colman de origen de Georgia de la antigua Unión Soviética y Ahmeur bou Ahmeur de origen argelino. 

Sin embargo, un genotipo de baya grande quedó sin identificar. Esto, después de haberlo contrastado con, aproximadamente, 7 mil genotipos. Con estos antecedentes se procedió al registro de la variedad ante el Servicio Agrícola y Ganadero de Santiago, que, luego de una evaluación en terreno, entregó el registro definitivo, por lo que se transformó en la primera cepa vinífera chilena, originaria de la región de Tarapacá, denominándose Tamarugal.

A partir de ello, “Vino del Desierto” se convirtió en un referente del sector en términos de la producción de vino a partir de una cepa patrimonial. Esta labor le ha valido distintas distinciones tanto a nivel nacional como internacional.  

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“Lo importante de esto es que como país nos hemos vuelto hacia el interior. Dejamos de mirar las variedades importadas que son la mayoría de las variedades que tenemos en Chile y estamos rescatando aquello que tiene historia, que constituye un patrimonio genético”, recalcó Ingrid Poblete. 

Este proyecto ha generado tal interés en la zona que, hoy la iniciativa apuesta por la capacitación de los agricultores. Asimismo, busca consolidarse como una alternativa turística. “No sólo queremos producir fruta para tener vino, sino que también entrelazar esto con el turismo, por lo tanto, nuestro modelo de negocios no sólo es producir vino, sino que también recibir visitas”, cerró Marcelo Lanino. 

En definitiva, se trata de un proyecto que no sólo busca generar un rescate patrimonial, sino que también, fomentar la innovación y el emprendimiento.

Más información sobre el proyecto aquí.





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