Una conversación intergeneracional es la base del próximo estreno de Matucana 100, como parte de su programación por el mes de las disidencias sexuales. Se trata de Yeguas Sueltas de la compañía Teatro Sur. Dirigida por Ernesto Orellana, la obra está basada en la primera protesta homosexual registrada en Chile, de la cual este año también se cumplen 50 años.
También director y actor, Sebastián Ayala es parte del elenco de la puesta en escena, compartiendo escenario con Lorenza Quezada, Ymar Fuentes, Mala Drag y Bruna Ramirez; todo un elenco disidente sexual que va a encarnar las experiencias de Marcela Dimonti, Raquel Troncoso y Eva “La medallita”, probablemente las únicas sobrevivientes de aquella protesta.
Inspirada en entrevistas, archivos de prensa, imaginarios visuales, musicales y audiovisuales de la cultura popular travesti de la década de los setenta, la obra indaga en las causas y consecuencias de aquella icónica protesta, reconociendo su carácter histórico en la trayectoria del Movimiento Homosexual en Chile, y preguntándose por las memorias sexuales inconclusas, por las vidas de las comunidades trans-travestis, y por las cicatrices de la discriminación acumuladas.
De memorias maricas, oportunidades laborales, reparación histórica y vejez queer habla en esta entrevista con Radio y Diario Universidad de Chile.
¿Cuán importante es que las nuevas generaciones puedan ser parte de proyectos de memoria crítica, en este caso, referentes a la comunidad trans/travesti?
Siempre he pensado que nuestras voces son como una especie de puente o bisagra entre una generación pasada que seguramente no tuvo las posibilidades que tenemos hoy día de ser críticos y hablar y pensar más abiertamente, más públicamente, versus las otras generaciones, más jóvenes aún que nosotres, que sienten una libertad plena de sus identidades. Por eso, esta obra aporta en la medida de que podemos mirarnos. Hablar de la memoria es una forma de mirarse y de conservar cosas en común, de crear comunidad, de re entender la historia. Es una buena forma de volver a comprender el pasado.
El hito de la protesta de Plaza de Armas dialoga con la conmemoración de los 50 años del golpe de estado. ¿Qué aporta a este marco lo que ustedes están relevando con Yeguas Sueltas?
Creo que es interesante porque nos muestra la distancia histórica que vivieron nuestros personaje protagónicos en ese contexto histórico. Nuestras protagonistas fueron testigos de este suceso, también, víctimas de la represión de la dictadura, meses después de que ellas organizaron su manifestación. Aunque ellas no tuvieran tanta conciencia política tan clara -porque la mayoría eran menores de edad- en el mundo entero se respiraba la necesidad de expresarse, de denunciar, por todo lo que estaba pasando en el mundo con la guerra de Vietnam e incluso las manifestación de Stonewall y otros movimientos LGBTIQ+ en el mundo, hicieron que de alguna manera el clima de manifestación no fuera una casualidad.
Lo que siguió la dictadura en adelante se endureció para muchas de nuestras protagonistas. Algunas desaparecieron, pero otras vivieron la represión, otras estuvieron detenidas en el Estadio Nacional. Sin duda que después de esta manifestación la represión vino con mayor crudeza.
Están trabajando con un elenco disidente sexual. ¿Cómo influye esa decisión de la compañía considerando las cuotas de representación de la comunidad LGBTIQ+?
Creo que puede tener múltiples efectos. Hay una cosa testimonial y autoral que es propia del elenco, donde cada quien va a aportar su cuerpa y su historia a la obra. Creo que una obra como esta sería muy distinta con personas que no pertenecieran a la disidencia sexual, en muchos sentidos. Si bien Ernesto Orellana, el director, llega con un texto que es un borrador de la dramaturgia, muchas de las escenas surgen a partir de improvisaciones, de nuestras propias narrativas, de nuestra mirada sobre la investigación, sobre las personas que vivieron esta historia, que no me gusta llamarlas personajes porque en realidad son personas que la vivieron y que la siguen viviendo.
Para nosotras es interesante saber que hay un aporte al fondo de la obra, pero también a la forma, porque nuestras presencias, nuestros cuerpos, nuestras habilidades, cada una en lo suyo, en el transformismo, en el drag, desde la danza o desde la escritura -yo que escribo y que dirijo- fue aportando su historia para esta obra.
¿Cómo te posicionas en el contexto del mes de las disidencias/diversidades sexuales?
Yo no vivo en Santiago, vivo en Valpo. y desde que crecí para mí el mes del orgullo era septiembre, porque acá se conmemora el incendio de la discoteca Divine, una tragedia donde murieron más de 17 personas, que después de años de investigación, se llegó a la conclusión que fue un accidente, cosa que a la comunidad nunca la dejó conforme. Luego, con los años, empecé a conmemorarlo también en junio y a veces en marzo. Nunca ha sido para mí una fecha o un mes único.
Sé que con el tiempo, con los años el mercado ha tomado la bandera del orgullo durante junio como un día más del cual también las marcas se pueden colgar, pero sé que para las diversidades y disidencia el mes de junio es una oportunidad para hablar sobre las demandas que siguen estando presentes en la vida de nosotres respecto de las muertes, de la violencia, del secuestro, del asesinato, la imposibilidad del trabajo, el poco acceso al trabajo y a la vida en general. Sin ir más lejos, la comunidad trans en Latinoamérica tiene un acceso la educación superior de solo un 2%. Entonces, es una oportunidad para revertir algunas cosas, para encontrarse entre la comunidad y mostrar lo que muchas personas de la comunidad :reconocernos y encontrarse.
Tú llevas un buen tiempo en la actuación y también ahora en la dirección. ¿Qué aporte puede hacer el teatro en esta materia?
Creo que una cosa interesante que hace el teatro es sensibilizarnos. También, invitarnos a convivir en un espacio tiempo único durante lo que dure la obra, para olvidarnos un poco de lo que está ocurriendo afuera y conectarnos con una realidad que probablemente podría ser muy distante a la tuya, muy ajena, si no fuera está ocurriendo frente a tus ojos, entonces creo que el teatro nos puede llevar a ese lugar, a empatizar, a sensibilizarnos, a convivir, incluso en nuestra diferencia. Creo que el teatro nos invita a darnos oportunidad de escuchar e incluso a veces de aprender ciertos temas. A mí me gusta cuando el teatro te enseña también algo, incluso algo práctico.
La obra aborda el imaginario de los ‘70 de la comunidad LGBTIQ+. ¿Qué reflexión les deja en relación a las perspectivas de la izquierda y la derecha en ese momento?
Con el tiempo, es una cosa que la izquierda ha podido reflexionar, de pensar en ciertos errores que en realidad, incluso, estaban avalados por la ciencia de ese entonces. O sea, la ciencia, la OMS y todos estos manuales de psiquiatría decían que la homosexualidad era una enfermedad hasta no hace mucho tiempo. Sin ir más lejos, en Chile, recién en los años 90 se eliminó el delito de la sodomía. Todo tipo de persecución contra las cuerpas disidentes, no hegemónicas y las formas del deseo que se alejan de la norma heterosexual, estaban avaladas por la ciencia.
Recuerdo haber leído entrevistas de las sobrevivientes de la manifestación y más de alguna de ellas decía ‘nosotras somos enfermas’, entonces cuando se te denomina así también porque la ciencia lo dice, te denomina incluso esa autoidentificación. Frente a esto, también era complejo hacerles pensar al resto de la sociedad distinto que la ciencia lo decía. No es una forma, de justificarlo en ningún caso -ni de la izquierda ni de la derecha- pero creo que nuestra comunidad estaba inserta en un sistema del cual era muy difícil hacerse entender, hacerse escuchar.
¿Cuál es la invitación que tú le harías a los públicos a que se acerquen a Matucana 100 a ver Yeguas Sueltas?
Primero porque es un documento histórico. Si bien la obra no pretende ser un documental 100% fiel a la realidad, porque es una teatralidad, hay una cosa que dice Augusto Boal, que si bien el teatro no es la revolución, puede ser un ensayo de la revolución, y yo creo que esta obra es de esas que nos permite imaginar la revolución.
Quien quiera tomar esta obra y salir a la calle a decir algo o luego de esta obra se le despertó una idea y quiere hacer una investigación más profunda o quiere conocer a las sobrevivientes y quiere trabajar de otra manera con otras personas… genial. Creo que esta es una obra de tipo que te despierta a tu propio interés y te hace preguntas. También, que interpela directamente a nuestra comunidad a saber qué hicimos con nuestras adultas mayores. Si bien la obra no se trata precisamente de la adultez mayor, sí nos deja esas preguntas sobre qué hemos hecho y qué vamos a hacer con aquellas personas que han sido víctimas de violencia, víctimas de la dictadura en particular. En ese sentido, es una obra bien autocrítica.
Creo que esas preguntas son muy interesantes porque en los informes y las investigaciones muy poco o casi nada se ha hablado sobre la disidencia sexual en la dictadura y de nuestras sobrevivientes. Varias de ellas vivieron secuelas de la dictadura porque fueron torturadas y detenidas siendo menores de edad. En ese sentido, la invitación de la obra es hacernos esa pregunta sobre la adultez mayor y sobre la reparación de las personas de la comunidad que también sufrieron violencia.