El renombrado psiquiatra asegura que “el sistema de educación superior falló por no prever que la fe pública depende de las personas” y que si bien el conocimiento es un bien público, no todas las universidades en el país lo crean y difunden.
Acerca de nuestra casa de estudios, Lolas, quien además es Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y es autor numerosas publicaciones, asegura que se trata de una Universidad que pertenece, representa y custodia la cultura de la Nación, lo que trasciende al Estado y a los gobiernos, por lo que la discusión sobre ella “no es un problema sólo de gestión, es un problema de conciencia moral”.
¿Qué diagnóstico tiene de la Universidad que lo motiva a presentar una candidatura a la Rectoría?
Durante los años 93 y 98 yo me desempeñé como Vicerrector de Asuntos Académicos y Estudiantiles, acompañando al rector Jaime Lavados, también fui director de la Clínica Psiquiátrica del Hospital, y he estado toda mi vida académica en la Universidad de Chile, como estudiante, como dirigente, como académico en todos los niveles y en varias facultades. Creo que nosotros hemos persistido en pedir a un Estado, que consideramos idealizado, unas cosas que realmente merecemos y que creemos tener, pero la respuesta no ha sido del todo como la esperábamos. Es sorprendente que el mismo argumento que usábamos con el rector Lavados, en el sentido de para qué existen y qué son las universidades estatales, si las podemos mantener en su dignidad y en su decoro, son los mismos argumentos de hoy.
He dicho que mi candidatura no es una alternativa a ninguna otra, sino que más bien quiero contribuir a que la persona escogida sea la persona que haya deliberado con todos los sectores de la Universidad. Nuestra postura, sin ser antagónica a nada, creo que se caracteriza porque siento que el entorno que rodea a la Universidad de Chile ha cambiado mucho más rápido que nosotros. Nuestra postura, en muchos casos, es de exitismo -qué bien estamos todavía-, y en otros es de derrotismo -qué mal estamos- porque no nos dan las condiciones de privilegio que nos merecemos. Esa situación lleva a un cierto aislamiento de la gente, las personas sienten que la institución está fragmentada, que no hay una coherencia, que nuestra cultura institucional merecería ser refrescada por una especie de hálito unificador. Por eso, después que muchas personas de gran valía intelectual y académica me insistieron que hiciera esto, me decidí a hacerlo.
Creo que llegó el momento de contribuir al debate. Más que la elección de una persona, creo que es una oportunidad excelente para que conversemos todos.
Considerando su vasta experiencia al interior de la Universidad, especialmente en el Hospital, quisiera conocer su opinión sobre su situación económica y administrativa. Recordemos que se había planteado la posibilidad de hacer una operación de lease back para solventar la deuda de cerca de 46 mil millones de pesos que lo aqueja, pero esta opción fue desechada por el Senado Universitario, pues ponía en riesgo la propiedad del hospital. ¿Cómo se resuelve la deuda? ¿Cree usted que el Hospital debe seguir siendo administrado por la Universidad, debe pasar a manos del Estado o se debe privatizar?
Si utilizamos la palabra “hospital” imagino algo primariamente asistencial, y yo diría que el Hospital Clínico de la Universidad de Chile es también un centro docente y de investigación. Es más, en la época en que desempeñábamos funciones en el organismo central de la Universidad pensamos en destacar su papel de instituto de investigaciones biomédicas avanzadas. El que tenga una deuda mayor o menor no debería ser la principal preocupación hoy en día porque todas las instituciones tienen deudas, salvo si no hay posibilidades de solventarlas. Por cierto, la situación se ve magnificada en la prensa, que hace mucho escándalo acerca si tiene deudas mayores o menores. En los años que me desempeñé como director de la Clínica Psiquiátrica, me di cuenta que las posibilidades del Hospital no se reducen a ser uno más sino que a tener una posición de liderazgo, especialmente por la calidad humana de sus integrantes, no tanto por la parafernalia tecnológica, porque también en eso el entorno ha cambiado. Las clínicas privadas tienen equipamiento de gran tecnología que tal vez podrían, en algunos casos, compararse ventajosamente con las nuestras, pero la principal razón es que las personas que allí trabajan, por sus rendimientos académicos, de investigación y de docencia, son superiores a los de un médico común y corriente en el sistema público de salud. El camino a seguir, por cierto, no quiero presumir de conocer la situación íntimamente, pero una de las propuestas que se han hecho es integrarlo a la red de servicios públicos de servicios de salud. Lo que sí creo es que el destino debiera ser decidido por la propia unidad académica. Yo soy uno de los profesores titulares del Hospital. Tal vez, una reunión entre los profesores titulares y los profesores asociados, podría darle al rector, quien todavía es quien designa al director del Hospital, los nombres más idóneos para interpretar a la comunidad.
Usted mencionaba que llevamos muchos años debatiendo acerca del rol de las universidades estatales, pero en este último tiempo se ha integrado también al debate el rol de las universidades privadas. También está sobre la mesa el porcentaje de financiamiento real que reciben algunos planteles sin ser del Estado. ¿Qué opina de estas distinciones?
Una universidad es pública no porque su propiedad esté en manos de un ente público sino porque produce bienes públicos. El conocimiento es típicamente un bien público, que son aquellos bienes que goza la comunidad, con acceso libre y para tenerlo para sí. Por lo tanto, produce bienes públicos siendo de propiedad del Estado o de privados. Lo público antecede con mucho a la formación de los Estados. Es una majadería decir que estatal es igual a público, no, los bienes públicos pueden ser producidos por cualquiera.
Hemos tenido siempre universidades privadas en Chile, las universidades católicas son privadas, y cuando vino esa poderosa reforma del año 81 recibían ya subsidios del Estado, y eran privadas, en el sentido distinto a lo que fueron las universidades que después se crearon, que llamábamos particulares, porque no recibían aportes del Estado.
Durante ocho años fui consejero, en representación del Instituto de Chile, en lo que se llamó Consejo Superior de Educación, que hoy día se llama Consejo Nacional de Educación. Su composición ha variado, en aquella época el Consejo se autogeneraba, era muy independiente y teníamos la obligación de velar por las condiciones necesarias para dar la autonomía a las nuevas organizaciones. A mí me tocó examinar a muchas y fuimos bastante estrictos. El Consejo cumplió un papel en frenar muchas autonomías que no debieron concederse y, por cierto, el legislador no previó que una institución inmediatamente después de hacer autónoma podía hacer lo que se le antojara. Entonces, nosotros llamábamos a las universidades y les pedíamos prometer que no iban a cometer ligerezas. Lamentablemente, veíamos que al otro día de obtener la autonomía hubo instituciones que no habían incursionado en el campo y abrían, por ejemplo, una escuela de psicología, hubo otras que abrieron sedes en todo el país, unas que crearon escuelas de medicina sin tener ninguna base. Entonces, el sistema falló por no prever que la fe pública depende de las personas.
En esos ochos años me di cuenta que algunas eran instituciones de fachada, que no cumplían un papel educativo sino de negocios, pero otras evolucionaron en una forma positiva, pero creo que algunas de ellas en pocos años van a tener una jerarquía con cierta respetabilidad, en ciertos campos, como la investigación científica. Hay que tener en cuenta que cuando se crearon instituciones como la nuestra pasaron algunos años antes que tuvieran una solidez suficiente. Es posible que algunas de ellas se desarrollen hacia universidades de investigación. Una universidad no sólo es una institución de enseñanza, es aquella que crea conocimiento, lo difunde y lo perfecciona. Es parte de una cultura nacional, por lo tanto, si uno equipara, como simplistamente veo en el debate, a la universidad con una institución de enseñanza terciaria, como un colegio, y una universidad es aquella que crea conocimiento, y no todas lo hacen.
La anunciada Reforma Educacional buscaría enmendar este rumbo. Si usted fuera elegido rector tendría un rol fundamental en el diálogo con el gobierno para la elaboración y la ejecución de esta reforma. ¿Debiera enfocarse sólo en conseguir la gratuidad en un primer momento? ¿Qué papel debe cumplir la Universidad de Chile en el marco de esta reforma?
Evidentemente, todos tienen que participar, los estudiantes, el personal de las instituciones, no sólo el académico. Nosotros necesitamos una cultura institucional que proteja lo que es esencial en una universidad, que es una inserción en el ámbito de la cultura. Yo veo que la postura de nuestra Universidad no ha sido respetada por los sucesivos gobiernos, incluso después del restablecimiento de la democracia. Son loss mismos argumentos que nosotros nos planteábamos en los años 95, 96, 97.
Cosas como la gratuidad, la calidad, el liderazgo institucional, son temas que están en posición de rediscutirse. Los debates que vamos a sostener son muy valiosos. No hay que poner demasiadas expectativas de que todo cambie de la noche a la mañana, vivimos en una maraña de legislaciones contradictorias.
En la Universidad de Chile, durante muchos años hemos tenido una actitud de petición, cuando nosotros podemos exhibir una larga tradición de compromiso con la cultura nacional, por eso mi lema no es Universidad estatal, es universidad nacional, es la Nación chilena la que debe estar corporizada con todas sus variantes y corrientes en esta institución. Tal vez, nos hemos ensimismado en darnos a nosotros mismos más regulaciones, en crear nuevas instituciones, como el Senado Universitario en el año 2006, y no estamos viendo hacia afuera, que hemos entrado en ese juego costoso de que hemos destacado la competencia en estado gerencial, cuando el nivel es un nivel moral, mucho más avanzado que si gestionamos los dineros mejor o peor. Por lo demás, tenemos dificultades administrativas grandes por la naturaleza estatal de nuestra propiedad. Nosotros debemos sufrir fiscalizaciones ex – antes. No es un problema sólo de gestión, es un problema de conciencia moral, por qué una Universidad de la Nación chilena debiera existir, por qué debiera ser un instrumento al servicio de la comunidad.
¿Y cree que se debate lograría un espacio, considerando los plazos de discusión que se proponen para esta reforma y, por otra parte, en el ambiente en que se está generando este diálogo nacional, con un sistema de educación superior cooptado por el “negocio de la educación”?
La burocratización extrema que tienen nuestro sistema de administración del Estado hace que las personas que asumen cargos de responsabilidad política sufran una curiosa mutación. He conocido senadores que después fueron Presidentes que visitaron la Universidad, conversamos con ellos, y cuando se convirtieron en gobernantes nos delegaron a conversar con una serie de funcionarios de distintos ministerios, se diluía en una maraña. Probablemente porque nosotros ignoramos las complejidades de una función pública y que tomar las decisiones con tanta velocidad. Por eso, en los tiempos, me parece que tenemos que ser pacientes, pero perseverantes.
Usted mencionaba los problemas administrativos de la Universidad. Quizás, una de sus mayores dificultades es que sólo el diez por ciento de su financiamiento proviene de aportes directos del Estado, y muchas facultades deben autogestionar sus recursos, generando lo que se conoce como “facultades ricas” y “facultades pobres”, y la consiguiente desigualdad que se produce al interior del plantel ¿Tiene alguna propuesta en esta materia?
Una de las características esenciales de una universidad compleja es que son heterogéneas en su interior. Es cierto que algunas áreas de estudios tienen más posibilidades de autogestionar recursos. En la institución tenemos que respetar la diversidad de disciplinas, de talentos y de procesos internos, pienso que en algunas partes nos hemos enredado en una maraña de disposiciones que tal vez fuera conveniente revisar y simplificar. La toma de decisiones en nuestra institución también es fragmentaria, cada facultad es una especie de feudo. Como en otras instituciones, el problema del sistema central es que se queda anémico de recursos y las facultades o los centros pueden entrar en negociaciones directas, y el sistema central se queda sin la posibilidad de establecer lazos de esa naturaleza. Lo que yo creo es que al interior de la institución las personas debieran tener respeto, lo mismo en todas las facultades, por lo mismo, debieran tener remuneraciones equivalentes. La heterogeneidad interna se reduciría también si nuestra cultura interna fuera menos autoritaria. Para eso, no hay que confundir la autoridad con el liderazgo, nosotros necesitamos que el liderazgo uno lo reconozca porque piensa que las personas que están en una posición de autoridad lo son también en el ámbito intelectual.
Usted habla de establecer una cultura institucional más igualitaria, pero se generarían resistencias…
Obviamente, cualquier idea unificadora choca siempre con la resistencia propia de los intereses particulares. Uno piensa en la carrera del investigador científico y pasa a veces por usar de la institución para su propia carrera, que no es lo mismo que el interés del profesor, que enseña; o de la persona que administra. Una cultura institucional unificada reconoce que la institución es una sola. Nos hemos acostumbrado a un sistema bastante independiente y cuando alguien consigue recursos generalmente los mantiene en su sector. La gente de nuestra Universidad no siempre piensa que pertenece a una institución unitaria y que cada acto pone en tela de juicio, no solamente su trabajo personal o de su facultad, sino el de toda la institución. Por eso digo que esta es una empresa moral, en el sentido de emprendimiento, que si nos sentimos identificados y orgullosos de estar aquí no debiera ser porque gestionamos bien sino porque estamos felices de hacer un trabajo que nosotros mismos encontramos que es bueno, es por eso que tenemos que dar a la gente esa sensación, en lugar de estar criticando a otros.
¿Si fuera elegido rector, cómo planea relacionarse con la FECH, que es anarquista y no responde lineamientos políticos de partidos, y el movimiento estudiantil en general, en el marco de los debates o movilizaciones que se puedan generar a partir de la discusión de la reforma educacional?
Lo único que vale es la buena fe, como decía Kant. Se autodenomine uno como quiera, lo que interesa es qué metas tenemos en común y trabajar por ellas. La principal razón por la que creo que muchas personas hacen más demandas de las que son realistas es porque desconocen las posturas de los otros. Es por eso que, si bien todo el mundo prevé que la discusión va a ser ardua, siento que esta noción que todo se resuelve mediante la violencia, no es una noción que debiéramos tener por peligrosa. La violencia la justifican siempre las que están en poder bajo el principio del orden; los que no están en el poder, la justifican bajo el principio de la justicia, y todos los demás, lo que no somos poderosos ni estamos en el poder, la justificamos por la pasividad, nos quedamos tranquilos cuando vemos que la violencia se apodera de nuestras aulas, de nuestras calles. Nunca, ninguna violencia generó paz. Por lo tanto, lo que podría sugerir es aprender a ser tolerantes y moderar las expectativas, todos quisiéramos que los cambios que anhelamos se produjeran mañana, pero los tiempos históricos no son los tiempos del deseo, son los tiempos de las burocracias modernas, de los gobiernos, que son una transitoria manifestación del Estado. El principio universal del orden es algo que todos debiéramos tratar de respetar.
Quizás se podría asimilar a la habitual confusión entre gobierno y Estado lo que ocurre al interior de la Universidad. Podríamos decir que hemos estado intentando ser un Estado, permanente, impersonal, no partidistas, y no nos hemos preocupado por hacer un gobierno, que busque establecer sus ideas, instalar una marca.
Creo que la marca sigue valiendo mucho, pero no me preocupa hoy sino dentro de los próximos treinta años ¿Quiénes estamos pensando la Universidad de Chile en los próximos treinta años? Cuando en esta Universidad se instaló la cultura nacional con el teatro, el ballet, la radio, etc. Nosotros no tenemos que contentarnos con pequeños fragmentos de poder, tenemos que anticiparnos a ser más que una universidad. La Universidad de Chile es el crisol de donde han salido todas las otras instituciones de investigación y enseñanza de naturaleza universitaria en este país. Nuestro compromiso debiera ser con esta idea de universidad nacional, que es la Nación chilena a la que debemos preguntarle hoy, respetando la diversidad de culturas que hay en ellas. Lo que noto internamente es una cierta monotonía de discursos, me gustaría que se diversificara un poco más y tomara en cuenta sin hostilidades posturas que hoy probablemente consideramos que son adecuadas, pero que tendríamos que discutir para ser mejores conocedores de nuestro propio destino. Me refiero en particular a nuestra forma de gobernarnos. ¿Qué va a ser de la Universidad en otros treinta años más si nosotros internamente damos la impresión de desorden?
En otro ámbito del compromiso social del plantel, se ha criticado mucho la elitización de la Universidad de Chile, pues se dice que debido al sistema de selección de ingreso sólo pueden acceder a ella los alumnos provenientes de los sectores con mayores recursos. Ha habido una serie de iniciativas al interior de la Universidad para subsanar esta situación, pero su diagnóstico no es muy bueno. ¿Cuáles son sus propuestas para democratizar el acceso a una educación de excelencia y qué rol específico le cabe a nuestra casa de estudios en esta materia?
La segmentación social se produce antes que los estudiantes lleguen a la Universidad. Nuestro sistema de educación primaria y secundaria se ha configurado en base a un modelo que discrimina fuertemente en base a la condición socioeconómica. Muchas veces me he preguntado si es nuestra obligación compensar esa segmentación social de la cual no somos responsables. Es verdad que el talento debe ser reconocido donde quiera que esté, pero es verdad también que fomentar el ingreso irrestricto de una persona porque tiene un cierto menoscabo es perjudicial porque vamos a generar frustración, porque muchas de esas personas no van a ser capaces de sostener una vida académica de una manera exigente. La idea de permitir el ingreso debe complementarse con otra que permita la permanencia y, sobre todo, el éxito, porque si no vamos a crear más gente frustrada que tiene el derecho a recibir la mejor educación que podamos, pero también tenemos la obligación nosotros de asegurarle que va a tener un mercado laboral apropiado, si no creamos una casta de intelectuales resentidos, de personas que tienen un título profesional que después no tienen cabida en una sociedad como la nuestra.
Ser un país equitativo y justo es una tarea cultural más que económica. Toda la sociedad tiene que pensar que la educación, como bien público, debe ser equitativo desde los primeros niveles. Ojalá nosotros pudiéramos contribuir con todos nuestros expertos, de tal manera que no tuviéramos que compensar después algo que nos viene ya desigual.