El circo no es sólo espectáculo con piruetas en el aire, narices de payaso, cachetadas y lentejuelas. El modo de vida de su comunidad y la particular forma de creación transmitida de generación en generación, consagra al circo como una valiosa expresión del patrimonio inmaterial de las naciones. En nuestro país, la Biblioteca Nacional elaboró una sección especial sobre la historia del circo en el sitio Memoriachilena.cl, dedicado a la preservación del patrimonio histórico y cultural del circo chileno. Con una cronología interactiva, fotografías inéditas y documentos históricos, este sitio web repasa los hitos de esta expresión itinerante.
Además, el Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares de la DIBAM adquirió para su acervo la novela inédita “La farándula trágica del circo” (1948), de Tony Fosforito, nombre artístico del payaso Luis Santibáñez, uno de los creadores del Sindicato Circense de Chile en 1935. Sin embargo, pese a estos esfuerzos, todo indica que esta actividad está en peligro de extinción: según un reporte de consumo cultural del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, las funciones de circo registradas en nuestro país están disminuyendo paulatinamente, pasando de 1.182 en 2007, a 385 en 2009, lo que nos permite vislumbrar un panorama nada alentador para el circo chileno. Ahora, el joven escritor nacional Andrés Montero (Santiago, 1990), toma la posta con la novela “Tony ninguno”, en la que fija su mirada en el mundo del circo y sus avatares, en su cotidianidad y sus personajes. De esta forma ingresamos al gran circo Garmendia y a esa fecunda tradición familiar del oficio heredada de generación en generación.
Mientras vuela de un extremo a otro a otro de la carpa, una joven trapecista observa desde el aire la mirada fija de un niño del público sobre ella, sobre su vuelo, sobre “su cuerpo suspendido en el tiempo” y su traje brillante que refleja las luces y otorga la magia a la escena. Luego, ella convencerá a su padre, Malaquías, el dueño del circo, que se quede con los dos tomos de “Las mil y una noches” que les ofrece un enigmático árabe, quién decide deshacerse de la obra haciendo eco de la maldición inscrita en el libro: leerlo hasta la última página significa la muerte. Junto a los tomos de la centenaria obra, también se quedará con ellos un silencioso niño al que la familia circense acogerá como una más del clan y al que pronto llamarán Tony ninguno, un huérfano sin historia, un ser particular que marcará el devenir del gran circo Garmendia durante diez años. Entonces, la niña se propone aprender de memoria esas historias y, como Sherazade, las irá narrando al público desde el centro de la pista. Contar historias para entretener, para mantener viva la magia, para endulzar la a veces amarga existencia, pero también para sobrevivir a esos dolorosos secretos que habitan en cada familia, esos escabrosos hechos ocultos por años, “sin que fuera descubierta la verdad o la ilusión de la verdad” hasta las últimas páginas, como el último acto de la función: un dramático e inesperado final.
“Tony ninguno” es una novela sobre la narración oral y el poder de las historias que escuchamos y reproducimos, pero también las que callamos. Una fábula sobre esos diálogos y conversaciones cotidianas en las que surge la literatura. Entonces, comprendemos que este cuarto libro publicado es también una extensión del oficio de cuentacuentos de su autor, Andrés Montero, quien junto a la compañía La Matrioska ha recorrido el continente entregando el milenario arte de trasmitir relatos. Como dice el escritor argentino Ricardo Piglia en “El arte de narrar”, “contar historias es una de las prácticas más estables de la vida social”, porque la narración “nos ayuda a incorporar la historia en nuestra propia vida y a vivirla como algo personal”, pues “un relato es algo que nos da a entender, no nos da por hecho el sentido, nos permite imaginarlo”.
Tony ninguno
Andrés Montero
Editorial La pollera, 150 páginas.