Para aquellos que creyeron que la primera elección democrática en la que podían participar todos los militantes de la Unión Demócrata Independiente para elegir a su nueva directiva podría traer tibios aires de renovación, los comicios internos del pasado domingo fueron una decepción.
La senadora Jacqueline van Rysselberghe, respaldada por los liderazgos tradicionales del partido, obtuvo un 62 por ciento de los votos, mientras que el diputado de 36 años, Jaime Bellolio, consiguió poco menos del 38. A sus 36 años, Bellolio era visto como la carta del recambio generacional en el partido. Después de todo, era un niño de 10 años cuando asesinaron a Jaime Guzmán. Van Rysselberghe, a quienes sus amigos llaman “Coca” (porque le decían “chicoca” de niña), sólo tiene 15 años más que el diputado y tenía 26 años cuando murió el padre fundador de la UDI.
Sin embargo, la política de la Octava Región fue la carta de los viejos coroneles. Se trata de aquella camada que se crió al calor de las antorchas del Acto de Chacarillas en julio de 1977 en que la “juventud chilena” juró lealtad eterna al dictador, y que en los años siguientes creció bajo la estricta orientación ideológica de Guzmán. Se trata de los Pablo Longueira, Jovino Novoa, Joaquín Lavín, Patricio Melero, Andrés Chadwick y Juan Antonio Coloma (quien desfiló esa noche de invierno hace casi 40 años). Los mismos que en el plebiscito de 1989 para reformar la Constitución estuvieron en contra de derogar las disposiciones que declaraban ilegales y antipatrióticos a los partidos de inspiración marxista. Ellos fueron los padrinos de Jacqueline van Rysselberghe.
La disputa por la presidencia del partido más derechista del espectro político local (fundado en plena dictadura por Jaime Guzmán para proyectar el legado político y económico de Augusto Pinochet) fue seguido con interés por la prensa, en especial por los medios tradicionales y más conservadores. Así, informaron que durante la campaña interna Bellolio se mostró a favor de revisar la declaración de principios de la UDI, que elogia la intervención de las fuerzas armadas en septiembre de 1973. La ex alcaldesa de Concepción estaba en contra de tocar ese texto fundamental redactado por Jaime Guzmán. El diputado se mostró partidario de congelar la militancia de aquellos miembros del partido que sean formalizados por la justicia en casos de financiamiento irregular. No así la senadora de 51 años.
Y van Rysselberghe tuvo buenos motivos para oponerse a esto último. Dos de sus padrinos, los súper coroneles y ex dirigentes y senadores de la UDI, Novoa y Longueira, están metidos en graves problemas. El primero fue condenado en el marco del caso Penta, y el segundo está formalizado por la fiscalía por cohecho y delitos tributarios en el caso Corpesca. A ellos se suman varios notables dirigentes de la UDI que también están siendo investigados. Uno es Jaime Orpis y la otra la senadora Ena von Baer, la cual, por cierto, salió electa como una de los vicepresidentes de la colectividad en los comicios del domingo. El segundo vicepresidente electo fue Juan Antonio Coloma.
Es más, la propia van Rysselberghe no está libre de pecados. Como, por lo general, la memoria de nuestra prensa abarca apenas una semana, sería bueno recordar algunos episodios de la flamante presidente de la UDI. Por ejemplo, las circunstancias que obligaron al gobierno de Sebastián Piñera a pedirle la renuncia a la intendencia de la Octava Región.
A comienzos de 2011 se filtró un audio de una reunión que la entonces intendenta sostuvo con algunos habitantes de Concepción en los que les aseguró haber obtenido beneficios para ellos, pese a no ser todos afectados por el terremoto de febrero de 2010. “En el grupo de ustedes hay cerca de 60% de las personas que no tiene certificados de inhabitabilidad, que no están terremoteadas, y que sin embargo van a ser beneficiadas por el proyecto porque logramos convencer en Santiago de que sí estaban afectadas”, les dijo, según ese audio dado a conocer. “En fin, inventamos una historia y pudimos hacer que este proyecto no se nos escapara de las manos”.
Este año, en tanto, el diario electrónico El Mostrador reveló un intercambio de emails realizado en noviembre de 2014 entre Juan Paulo Morales, jefe de gabinete de la senadora van Rysselberghe, y Luis Felipe Moncada, presidente de la Asociación de Industriales Pesqueros (Asipes), con sede en Concepción, donde ambos afinan detalles en torno a una ley sobre la extracción del jurel.
Y a mediados de este año la fiscal Ximena Chong abrió una investigación en contra de la senadora después de que Joel Chávez, un asesor suyo, afirmara haber emitido una boleta falsa por nueve millones de pesos para cubrir algunos gastos de campaña de la contienda senatorial de van Rysselberghe. La senadora anunció hace más de cuatro meses una querella en contra de su ex asesor, cosa que, hasta donde se sabe, aún no ha sucedido.
El sentido común dictaría que personas como ellas, sobre todo en el actual contexto de escándalos de corrupción y financiamiento irregular de campañas políticas, jamás deberían ser electas por las bases. Pero el sentido común no sólo escasea en nuestra clase política, sino que es contraproducente, ya que los incentivos del sistema político van –aún- en la dirección contraria. Es más, entre los votos por alcaldes y concejales, la UDI fue junto a Renovación Nacional el partido que más votos obtuvo en los comicios municipales de octubre de este año. Cuando muchos analistas presagiaban un derrumbe de la UDI, por ser el partido más involucrado en los escándalos de corrupción, la realidad electoral mostró lo contrario. ¿Por qué? En parte debido a la abstención de más de 65%.
Así, contrario a lo que muchos piensan, la UDI ha mostrado ser un partido pragmático que, además, sabe leer los signos de nuestros tiempos. Pragmático porque sabe que en un contexto de alta abstención, el valor del voto de los militantes partidistas se multiplica, adquiere mayor importancia. Es más, basta con analizar la elección interna del domingo, en la que votaron exactamente 6.828 militantes de los 73.234 miembros que, según el propio partido, están inscritos en ese conglomerado. Ello equivale a una participación electoral de 9,5%. Por lo tanto, el lema de “un militante – un voto” suena bien, pero está lejos de la realidad electoral. Los dirigentes de la UDI bajaron el perfil a esta baja participación y también al hecho de que han perdido más de 2.500 militantes en los últimos cuatro años. Por no hablar de que en el grupo etario de entre 18 y 24 años, ese partido sólo cuenta con 148 militantes en todo el país, lo que equivale a 0,2% de toda su militancia. En cambio, un 93% de sus miembros tiene entre 40 años y 80 y más. Por lo tanto, la apuesta del “recambio generacional” de Bellolio era, demográficamente hablando, una misión suicida (todos estos datos provienen del propio partido).
Pero la UDI también ha sabido leer los cambios de ánimo de nuestra época. Su derechización, si es que ello es posible, corresponde a aunar sus bases, pero también a evitar el surgimiento de movimientos aún más ultra en su flanco derecho. La hemorragia por el lado de la “izquierda” de la derecha corre por cuenta de Renovación Nacional y movimientos menores como Amplitud y Evópoli. Pero resguardar la trinchera derechista es una tarea fundamental para la UDI en la época de Donald Trump en Estados Unidos, el Brexit en Gran Bretaña, Marine Le Pen en Francia y el AfD de Alemania. Por ello, en parte, la UDI y algunos de sus colegas en Renovación Nacional levantaron el fantasma de la inmigración en Chile.
De esta manera, la miembro del movimiento ultra-conservador católico Opus Dei y futura presidenta de la UDI –la primera mujer en dirigir ese partido- encarna el atrincheramiento de la derecha chilena y también occidental. En el nombre de Jaime Guzmán y sus coroneles, van Rysselberghe tiene la tarea de asegurarse de que a la UDI no le saldrán rivales por el flanco ultra derechista. Por mucho que cueste concebir tal escenario.