Lo ideal sería que los países del mundo borren sus fronteras artificiales y permitan el libre tránsito por ellas a todos los seres humanos del Planeta. Sin embargo, la legislación internacional, contrariando los propios principios de la misma Carta Universal de los DDHH, permite que los gobiernos puedan disponer a su arbitrio a quiénes entran o salen de sus territorios. Nuestro país vivió durante diecisiete años bajo un régimen en que el Dictador no sólo le impidió la entrada al país a cientos o miles de personas sino que, además, expulsó al extranjero a cientos de miles de chilenos. Ello sin la protesta de aquellos sectores afines o más bien con el consentimiento de quienes hoy “rasgan vestiduras” por la decisión del gobierno cubano de negarle el ingreso a la hija del ex presidente Aylwin, quien –como se sabe- fuera uno de los principales promotores del Golpe Militar de 1973 que justificara por muy largo tiempo esta acción ante el mundo.
Mariana Aylwin se proponía viajar a la Isla para participar de un homenaje, justamente, a su padre. En la misma tierra que acogió a miles de chilenos exiliados por la Dictadura que el ex presidente y líder de la Democracia Cristiana condescendió. Y ello provoca la furia de demócrata cristianos, derechistas y otros políticos hipócritas que en nuestros tiempos difíciles fueron a limosnear apoyo y recursos del régimen de Fidel Castro que ahora encabeza su hermano Raúl. ¡Vaya qué contradicción!
¡Y vaya que cínica rabieta en quienes todavía no levantan palabra alguna en contra de las intenciones de Donald Trump de expulsar de Estados Unidos a cientos de miles de emigrantes, así como cerrarle el acceso a su país a otros ciento der miles de habitantes del mundo! Así sea con la construcción de un oneroso y absurdo muro a lo largo de toda su frontera con México.
Las palabras sobran. Simplemente, lo que apreciamos es una nueva incongruencia entre lo que se vocifera y se practica.