Imagine que alguien tuvo la loca idea de dormirse dos años antes y se despierta hoy, justo en vísperas de la segunda vuelta presidencial.
Lo primero que vería sería a dos candidatos más que conocidos, uno que desde antes de dormirse ya hacía campaña y otro que fue presidente, pero que se le notaba a legua quería serlo de nuevo. Para él, las cosas están claras: nuevamente se vota por los conocidos de siempre. La política sigue siendo ese lugar detestable, donde se intercambian los puestos, los poderes se mantienen en Olimpo y pocas veces bajan a enterarse de las necesidades de los ciudadanos.
Entonces, si este personaje va a votar el domingo, lo más probable es que lo haga desganado, para evitar que no le pasen una multa – por eso que llaman “deber cívico” – y marque su opción más por inercia que por convicción.
Y lamentablemente, hay varios que piensan así. He conversado con mucha gente este tema: familiares, amigos, periodistas, analistas y hasta políticos. Todos reconocen que hay una deuda. Pasaron cuatro años y llegamos a los mismos rostros de siempre, diciendo lo mismo de siempre.
Sin embargo, a este dormilón de dos años habrá que contarle algo. Que durante la campaña presidencial sí ocurrieron algunas cosas. Que además de los actuales candidatos aparecieron otros dos, uno que no tuvo mucha adhesión, pero que elevó el nivel del debate, y otro que marcó toda la primera vuelta presidencial y que por momentos mantuvo bajo cuerdas a los que ahora se miden en segunda vuelta. Que apareció una fuerza política nueva, que no tenía cómo llegar a La Moneda, pero que cristalizó muy bien el descontento de la gente y que generó en los ciudadanos un hambre de cambios difícil de contener.
Pero contarle eso quizás no sirva de mucho, porque la inmensa ola de cambios que busca la sociedad en estos momentos no es representado por los candidatos. Sólo darse cuenta que este domingo las únicas opciones presidenciales son el mejor ejemplo de lo que la ciudadanía critica. Ambos poderosos de siempre, de familias ligadas al poder, con claros méritos, pero al final “apitutados” en política y que pueden encarnar muchas cosas, pero no renovación.
La campaña de segunda vuelta sólo fue una patética cacería de votos de Marco Enríquez – Ominami. Uno que dijo escuchar realmente a las personas cambió las caras pero no los corazones de su candidatura, renunciaron algunos presidentes de partidos, pero no los más emblemáticos. Y el otro, al verse cómodamente aventajado, prefirió no arriesgar tanto y sólo dar pequeños gestos para no quedarse fuera del debate.
Si el dormilón escucha todo esto irá sufragar con cierta decepción, pero al menos con una esperanza. Que esta será la última vez que votará por los de siempre. Que la gente ya no comprará las cantinelas conocidas, que vienen cambios importantes, pero que saldrán desde abajo, desde los ciudadanos y la clase política deberá escucharlas para mantenerse. Los de este domingo ya no lo hicieron.