Alberto Délano, “El Choclo”, fue autor de la idea de que los más destacados empresarios chilenos deberían figurar en la Teletón “Chile Ayuda a Chile”. Así se les vio en pantalla haciendo de telefonistas, felices, sonrientes. “El Choclo”, recordemos, fue también asesor creativo clave en la publicidad de las candidaturas presidenciales de los empresarios Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, de modo que sabía bien de qué hablaba.
Los empresarios salieron con favorable imagen. El propuesta marketera del “Choclo” funcionó. Los “capitanes de la industria” que aparecieron en el último segmento de la noche final conformaron un desfile impresionante. Sacaban del bolsillo cheques de 300 millones de pesos para arriba, llegando a los 2.500 millones, en el caso de los Luksic. El dinero recaudado por la campaña alcanzó –resultado oficial- a casi 46 mil millones de pesos. El público aportó un 44,1% del total, mientras la contribución de las empresas alcanzó el 55,9%, lo que significa alrededor de 48 y medio millones de dólares.
Los empresarios practicaron en esa cruzada de la solidaridad algo que en los antiguos tiempos era designado como “caridad”. Por ejemplo: en el Chile de fines del siglo XIX y los albores del siglo XX, la cómoda aristocracia de Chile se preocupaba poco, como política, de mejorar los estándares de vida de los más pobres. Se inquietaba ante cualquier viso de reclamo, rebelión o “arribismo”. A lo más que llegaba era a practicar la caridad, movida por el sentimiento religioso y el temor de Dios, otorgando algunos beneficios y dádivas a quienes dependían de su patronazgo.
Tras el “Chile Ayuda a Chile” emergió el propósito del nuevo gobierno de estudiar un alza temporal o limitada de los impuestos a las empresas a fin de contribuir al financiamiento de la reconstrucción del país. Pero la iniciativa se ha encontrado con una negativa de los grandes empresarios y las organizaciones que los agrupan. Los productores ya no usaron el teléfono como durante la Teletón, para inquirir sobre el monto de las donaciones, sino para consultarse sobre la amenaza. Todos sus lobbys (incluidos los de la minería) comenzaron a funcionar. En cambio, el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, en un seminario en Casa Piedra, el templo del empresariado, señaló a esos emprendedores a quienes tan bien conoce que si sentían que con su aporte a la Teletón la mano que tenían que darle al gobierno se había satisfecho, “estamos en un problema. (…) Vamos a necesitar de los empresarios mayor compromiso y generosidad”.
Los gestos solidarios o caritativos no son suficientes. Más que pedir una manito, Lo que se pide a los empresarios es que se avengan a no ganar tanto como lo hacen actualmente y no a donar episódicamente. Esa renuncia se haría en aras del bien común. Chile es una de las naciones más retrógradas en lo que se refiere a la distribución del ingreso. Para reducir esa injusticia, una de las formas esenciales es revisar la estructura impositiva. En cada oportunidad en que se ha hablado de alzar los impuestos en la era post Pinochet la derecha económica, secundada por sus representantes en el Parlamento, ha reaccionado como un cuerpo atacado por algún virus que va directo contra su corazón. Empresarios y congresistas de la derecha hicieron una concesión bastante medida al gobierno de Patricio Aylwin al aceptar una reforma tributaria que parecía impostergable, pero después les retornaron todos sus temores. Tampoco ayudan a la reconstrucción ciertos empresarios que han aprovechado la coyuntura del terremoto para despedir personal.
Si el gobierno de Sebastián Piñera persiste en la idea de alzar algunos impuestos, pero no hasta el punto de que “duela”, se abre la oportunidad para que la Concertación reivindique sus ideas de una verdadera reforma tributaria. Para algo existe la negociación política. No se trata de lograr de los empresarios algún desembolso (o caridad) un tanto más cuantioso que en la Teletón, sino de modificar la estructura impositiva en toda la medida que se pueda obtener.
Hasta el momento, no está claro lo que el gobierno pretende en materia impositiva. Hay ministros derechamente contrarios a la idea del alza de tributos. No se puede esperar que los empresarios, si ven tan dramática la perspectiva de redistribuir algunas de sus ganancias, suban cantando a la guillotina. Sólo se les pide tener cierto realismo. Por lo demás, en caso de que el nuevo régimen resuelva proponer el alza de los gravámenes a las empresas –lo que no está del todo aclarado-, los “capitanes de la industria” deberían considerar que se los solicita un gobierno conformado por personas de su misma ocupación.