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El hombre que dejaba volar a los halcones

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 12 de noviembre 2010 19:00 hrs.


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El líder sindical Cristián Cuevas nos decía en reciente entrevista para el Diario Electrónico de Radio Universidad de Chile que  “este país está edificado sobre cimientos de impunidad”. Desgraciadamente para el género humano ello es algo que favorece en todo el mundo a quienes ejercen grandes porciones de poder, mediante el dinero y la dirección del Estado y la sociedad, sin que los políticos sean necesariamente tiranos y no cumplan con los ritos de las democracias y la separación de poderes.

Es el caso del ex presidente George Bush, quien después de ser ocho años “el hombre más poderoso del planeta” se permite volver al escenario con la publicación de sus memorias. El cree que aunque confiese que era cierto lo que sus críticos le achacaban, puede quedar impune. Y es lo más probable que  ocurra, pese a que Amnesty International pidió oficialmente que se le enjuicie por torturador, y que varios manifestantes exigieran su evacuación de la tienda de Dallas donde firmó ejemplares. Como no es posible lograrlo con el escoltado ex Mandatario,  los antibelicistas llamaron a poner las copias del libro en la sección “crimen” de las librerías.

¿Por qué decidió reaparecer Bush? Si dijo que lo tienen sin cuidado las críticas a su gestión, la más impopular en las últimas décadas en su país y si por esto mismo no puede volver a la política, y por  ningún motivo a la Presidencia, por impedimento constitucional, ¿es entonces por el placer de tirar 1 millón  y medio de ejemplares, de los cuales se han vendido 220 mil el primer día? De todos modos, no existen los cadáveres políticos y los candidatos a serlo tienen múltiples maneras de reinventarse.

La inquina mundial contra Bush no es por su catadura intelectual – o falta de ella- ni por su inconsciente simpleza. El mismo dice que su libro “Puntos decisivos” demuestra que  él sabe no sólo leer, también escribir (aunque se lo haya escrito su redactor de discursos en la Presidencia). Tan franco llega a ser que relata una cena  con Tony Blair, su fiel aliado británico, y familiares. Entonces se trabó en una áspera discusión sobre la pena a de muerte con la señora Blair, y ella destrozó fácilmente sus argumentos a favor del homicidio legal. La  embarazosa situación remató con un pedido del hijo del Primer Ministro: “Mamá, dale un respiro a este hombre”.

Bush quedó admirado del talento de Cherie,  como respeta los de su propia señora Laura, de su Secretaria de Estado Condoleeza Rice, y de Ricardo Lagos, sobre quien tiende un pequeño manto de duda respecto de su rechazo a la invasión de Irak. Como lo hemos dicho varias veces, Lagos sólo le pidió darle más tiempo a Sadam Hussein, unas dos o tres semanas, pero cuando el estadounidense le preguntó si contaba con su apoyo, simplemente le dijo “No”.

Con la justificación de Bush de las torturas de sumergimiento que ordenó en Guantánamo y del golpe contra Irak -pese a su decepción por no encontrar armas ocultas en ese país- es mejor que el mundo se asegure que un hombre así no vuelva al redil político. Porque al considerarse un “disidente”, un moderado,  dentro de su gabinete de halcones y guerreros, está envalentonando a agentes  ultra bien posicionados, como podrían ser ahora los del “Tea Party”. Aunque el permisivo  supuesto mandamás sienta otra cosa, ellos pueden llevar al mundo a las puertas del peligro si apuntan a los objetivos de Irán, Corea, Pakistán, Siria y –como lo permite Obama hoy- Afganistán.

Para esto los “neo conservadores compasivos” sólo necesitan volver a validar la guerra preventiva y el terrorismo de Estado, con torturas y asesinatos,  como los mejores métodos para neutralizar al enemigo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.