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Un elefante en pleno Castro

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Lunes 5 de marzo 2012 9:18 hrs.


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El mismo día en que el Ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, celebraba la reapertura de la restaurada Iglesia de la Gratitud Nacional destruida por el terremoto del Bicentenario, los ojos de las ciudadanos atentos estaban a otro templo, de mayor rango eclesiástico: la Catedral de Castro a través de una fotografía ampliamente difundida en los medios sociales en la que parece eclipsada por la estructura de un centro comercial de elefantiásicas proporciones que está en construcción a solo unos cuantos metros de ella.

El secretario de estado glorificaba el esfuerzo que implicó la inversión de más de 400 millones de pesos, casi cien de los cuales habían salido del bolsillo del Consejo de la Cultura y de las Artes, para restaurar uno de los edificios patrimoniales más emblemáticos del siglo XIX, como lo es templo construido en honor a los héroes de la Guerra del Pacífico. Uno de los 62 inmuebles de alto valor patrimonial a los que el Consejo de la Cultura les entrega la mitad de los recursos que implican su restauración, pero que requieren también la participación del sector privado y de la comunidad dentro del Programa de Reconstrucción Patrimonial para su concreción. En definitiva, mientras se vestía en Santiago de Chile a un santo, a mil kilómetros de distancia, se desvestía a otro, a una Catedral que ya aparece violentada de manera irreparable en su calidad de Patrimonio de la Humanidad debido a la soberbia del dinero y a la falta de una legislación que permita proteger  y conservar nuestro patrimonio cultural material e inmaterial.

No pareciera estar mejor bautizada la empresa promotora del proyecto, cuando PASMAR, una grupo familiar ligado al sector de los supermercados y de los rubros inmobiliario y turístico, ha dejado a medio Chile “pasmado” con su colosal intervención urbanística en pleno Castro, con su falta de respeto a los habitantes y autoridades de esa ciudad construyendo la friolera de casi 10 mil metros cuadrados más de los que se les habían aprobado inicialmente, además de estacionamientos y más plantas. La legislación permisiva y anacrónica que entrega a instancias no especializadas, como lo es el Municipio y su departamento de obras, la aprobación de proyectos de esta magnitud en espacios de alto y sensible valor cultural es la “fantasmagórica culpable”, pero que a modo de Fuenteovejuna, no termina nunca con un responsable del crimen permitiendo que la carga del daño causado se diluya hasta el olvido.

La violación de la que han sido objeto los chilotes duele a toda una chilenidad que lucha a tientas por conservar lo que le es propio, aunque los mensajes publicitarios busquen despistarla con palabras en inglés, comprarla en módicas cuotas o hastiarla de hot-dogs hasta dejarla mórbida, aséptica.

La Catedral de Castro tiene como patrono al Apóstol Santiago y fue levantada en el año 1910 por carpinteros chilotes bajo los códigos de construcción vernácula y siguiendo las líneas arquitectónicas dictadas por el italiano Eduardo Provasoli. Se le permitieron sólo 112 años de reinado, hasta que la nueva catedral del siglo XXI, un enorme cubo de cemento construido bajo el poder del patrono llamado dinero la sucumbió.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.