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Universidades para Ser y Parecer

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Domingo 8 de abril 2012 15:26 hrs.


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Además de formar profesionales y cumplir una importante tarea en la investigación, las universidades deben estar atentas y comprometidas con el progreso integral del país, aportando conocimientos y sentido ético a las grandes directrices políticas. En el pasado, buena parte los lineamientos estratégicos de Chile tenían fundamento en las propuestas de su comunidad científica e intelectual y, por cierto, en el vigor de un estudiantado comprometido con las grandes demandas de nuestra población. El desarrollo republicano estuvo desde sus albores iluminado por la reflexión universitaria, así como los programas y referentes ideológicos tenían génesis en el aula, muy particularmente en nuestro Plantel.

Al mismo tiempo que colaboraban estrechamente al desarrollo nacional, cada carrera, cada asignatura y actividad ejecutada por éstas tenía en cuenta las necesidades del país, el campo ocupacional, pero muy importantemente, el propósito que sus egresados adoptaran el compromiso profesional y moral de retribuirle a Chile el esfuerzo realizado por todos los chilenos en su formación, en un país que tenía mucho más limitaciones que las actuales. Los maestros, los médicos, los ingenieros y tantos otros profesionales titulados por ésta y otras universidades llevaron al país a emprender y lograr enormes avances en salud, escolaridad, así como en la ejecución de los más ambiciosos proyectos productivos que, por lo demás, generalmente iban acompañados de la iniciativa y la inversión estatal.

Cultores de la literatura, las representaciones escénicas, la música, la pintura y el cine se formaban en las universidades y eran parte sustancial del conjunto de la actividad artística nacional. Las universidades fueron pioneras en el desarrollo de la radio, la televisión y, por supuesto, de la irrupción del internet. Todo ello, cuando la extensión universitaria no era el pariente pobre de la Educación Superior, sino un ingrediente fundamental de la actividad académica y parte de aquellos recursos bien gastados para integrar a las universidades a sus comunidades regionales y nacionales. Nuestras compañías artísticas, museos, medios de comunicación eran tan importantes como las facultades, institutos y centros, cuanto ampliaban el aula al conjunto del país y ponían el pensamiento y la creación científica al alcance de todos. En el compromiso real con  las necesidades y demandas populares, y siempre atentas a lo que sucedía en el mundo, nuestra docencia e investigación se renovaba constantemente y cobraba bríos en esta estrecha relación.

Las grandes transformaciones políticas y sociales estuvieron iluminadas desde las aulas. La reforma del agro, la nacionalización del cobre y la consolidación de tantos derechos cívicos fueron concebidos desde la universidad y por quienes se formaban en ella. De la misma forma es que el país sorteaba ejemplarmente, los desastres naturales que siempre acompañaron nuestra geografía, destacándose nuestros expertos en la construcción, las predicciones climáticas, las mediciones sismológicas, como asimismo en esos grandes objetivos, como superar la desnutrición infantil, las epidemias y el analfabetismo, entre otros grandes rezagos .

La educación fiscal gratuita y el carácter genuinamente estatal del sistema le trajeron al país mucho más dividendos que la actual condición en que éstas deben autosustentarse o están completamente condicionadas por el afán de lucro. En la competencia por conseguir recursos, hasta las universidades tradicionales han desnaturalizado su quehacer y, en ciertas disciplinas, francamente empobrecido sus niveles. Ya no es el interés del país sino el de las grandes empresas e inversionistas el propósito que rige la orientación “académica” de nuestras facultades de economía, al grado que sus instalaciones ya toman más el aspecto de multitiendas, por la cantidad de logotipos comerciales que rotulan sus diversos y holgados espacios, como sus propias salas de clases. Al mismo tiempo, en nuestra propia Universidad de Chile se multiplican las vacantes estudiantiles en el ánimo cierto, aunque disimulado, de aumentar ingresos, prodigarse en el otorgamiento de títulos y diplomas, importando un bledo si  dichos cartones acreditan la excelencia debida. Todo se vale en el mercado universitario donde los más eficientes son los que recaudan más dinero en matrículas, como proyectos de investigación que importen o no al desarrollo del país o, incluso, atenten contra la sustentabilidad ambiental. Como vergonzosamente ha ocurrido con la certificación que algunas universidades han entregado a iniciativas ecocídas y productos de consumo humano y animal.

La más reciente manifestación del imperio de las prácticas del mercado y la competencia es la planilla de sueldos y honorarios que los planteles de la Educación Superior se obligan ahora a exhibir gracias a la Ley de Transparencia. Una situación que demuestra la descomposición ética de nuestras comunidades por las graves inequidades que superan incluso los niveles de injusticia del país que, se sabe, son los más pronunciados del mundo. Profesores del mismo rango, la misma jornada y que hacen lo mismo, pero perciben hasta tres o cuatro veces más o menos que sus colegas de la facultad vecina. Decanos que se fijan a discreción sus sueldos dependiendo si pertenecen a facultades ABC 1, C 2 o C3 en la pronunciada estratificación de nuestras universidades. Y lo peor y más escandaloso: esa grotesca diferencia entre los ingresos del personal de colaboración y los docentes. Secretarias, auxiliares, enfermeros y tecnólogos que deben cumplir con una rígida jornada y en los cuales recae la responsabilidad de importantes funciones universitarias, pero perciben menos de la décima parte de lo que recibe ciertos académicos o esta nueva suerte de “ejecutivos”. Cuya  jornada laboral, casi siempre, es mucho más laxa que la de los que deben firmar registro de asistencia y horario fijo.

Un panorama escandaloso que se haría todavía más agraviante si se transparentaran los ingresos que algunos  añaden a sus sueldos mediante la creación de fundaciones y otras entidades vinculadas a las unidades académicas y de servicios para allegar más recursos. En esta curiosa realidad  de planteles estatales que, en su quehacer, ya están privatizados, pero todavía les reditúa el prestigio histórico de la universidad pública, sus instalaciones y equipos. Para para que unos pocos obtengan ingresos “de mercado”, mientras la mayoría mantiene un empleo precario.

Cuando lo lógico sería que la universidad fuera un faro y un ejemplo dentro de la sociedad desigual en que vivimos. Situación que es denunciada por los estudiantes y los universitarios dignos en sus movilizaciones, diagnósticos y publicaciones, desconociendo hasta ahora que los pagos y deudas que sirven para obtener una licencia universitaria tienen tan desigual destino. En efecto, sobre la falacia de que “las universidades privadas andan con una grúa llevándose los mejores académicos de las universidades públicas”  se acometen en nuestras casas de estudio despropósitos totalmente atentatorios contra la excelencia académica  y la justa distribución del ingreso universitario. Una prevención que entraña, por lo demás, un grave desprecio a la vocación demostrada por tantos profesores e investigadores que desde siempre han preferido trabajar en una entidad libre, tolerante y digna, en vez buscar mejor sustento económico en aquellas entidades en que el pensamiento y la iniciativa son regidos por el negocio educacional y/o los cometidos ideológicos de sus sostenedores.

Es preciso corregir severamente esta realidad que nos acucia con más democracia interna en que, por ejemplo, todos los tres estamentos concurran en la elección de sus autoridades máximas y en una participación  sistemática al momento de definir las políticas universitarias. En una interpelación de todos los universitarios al Estado de Chile y a sus autoridades a fin de que éste al menos concurra con el 50 por ciento del financiamiento de las entidades públicas. En la corrección urgente de estas inequidades y, sobre todo, en la recuperación ética de un quehacer que debe mirar al servicio público y al progreso del país por sobre cualquier otra consideración. Siendo y pareciendo. Con el ejemplo, la sobriedad y la elocuencia de sus acciones. En el espíritu de Andrés Bello y los grandes forjadores.

Envíanos tu carta al director a: patriciolopez@u.uchile.cl

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.