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El círculo de la violencia

Columna de opinión por Sohad Houssein
Martes 10 de abril 2012 16:54 hrs.


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Mientras miles de fieles acudían a los vía crucis, las vigilias y las misas de Semana Santa, se dieron a conocer cifras aberrantes sobre nuestro comportamiento social, humano y espiritual.

Siete de cada diez niños chilenos es víctima de la violencia intrafamiliar y el año pasado doce menores murieron por esta causa, un 33 por ciento más que en 2010. Asimismo, las denuncias de maltrato a adultos mayores aumentaron en un 87 por ciento en un año. Peor aún, todo hace pensar que estas elevadas cifras esconden otras mayores, pues son precisamente los niños y los viejos los que tienen menos herramientas para denunciar a sus agresores, especialmente cuando se trata de sus familiares y cercanos, de quienes dependen.

Por simple estadística podemos suponer que muchos de los feligreses que este fin de semana dieron muestras públicas de beatitud, en privado son maltratadores de menores o de ancianos, o de ambos.

Y aunque la Iglesia Católica no se ha caracterizado por proteger a los niños, al haber permitido, encubierto y defendido violaciones a menores por parte de su curia, llama la atención lo rápido que surgen opiniones desde el clero cuando se debate para proteger o dar más derechos a homosexuales o a las mujeres y, en contraste, el silencio frente a estos verdaderos flagelos. La sexualidad parece ser el tema preferido de la iglesia, no así los abusos que se comenten contra los más desprotegidos.

Lo mismo ocurre con sectores conservadores. Nada o poco hacen en términos concretos por terminar con esta situación, pero no dudan en ponerse en primera plana a la hora de intentar imponer su moral, especialmente en temas de índole sexual, reproductivo o familiar, y privar a otros de sus libertades.

Públicamente se satanizan comportamientos individuales, que no ponen en riesgo la seguridad de otras personas, pero se hace vista gorda sobre el dolor que deben enfrentar los más desprotegidos al interior de sus propias familias.

Pero no es la religión ni la ideología política lo que determina nuestra responsabilidad sobre estos hechos. Todos, sin excepción, estamos involucrados con la violencia, directa o indirectamente.

Nos escandalizamos, y con razón, de las atrocidades cometidas en contra de un joven asesinado sólo por ser homosexual. Y entonces, todos tienen una opinión sobre la discriminación, y la ley, que llevaba años de tramitándose, se acelera mágicamente en el Congreso, aunque sin mucha reflexión sobre si es realmente necesario tipificar estos delitos en una especie de lista negra, que siempre se va a quedar corta, o impulsar un cambio cultural profundo.

Vivimos y nos regocijamos en la violencia. El maltrato real y simbólico es una constante en contra de las minorías, de los más débiles, de los que no pueden defenderse. Y culturalmente lo fomentamos: Es un mejor político el que lanza la frase más apabullante a su opositor. El mejor programa de televisión es el que provoca y muestra las más grandes peleas, las peores ofensas, los mayores pelambres. El más “choro” es el que deja sin palabras a su contrincante. El más “pillo” es el que gana a costa de los otros. Y así.

El círculo está definido. Les estamos enseñando a las generaciones futuras que la violencia es la mejor herramienta para resolver las situaciones. Los niños que hoy son víctimas serán agresores en el futuro. Y los adultos victimarios de hoy pronto seremos viejos en manos de nuestros violentos hijos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.