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Análisis internacional

Vuelve la Social Democracia a Europa ¿Para qué?

El triunfo de François Hollande en Francia deja dos interrogantes para los tiempos que vienen. La primera es el destino de la alianza Alemania-Francia y, por ende, el modo de enfrentar la crisis en Europa. La segunda: el futuro de la socialdemocracia luego de fracasar en su promesa histórica de combatir la desigualdad.

Patricio López

  Domingo 6 de mayo 2012 21:03 hrs. 
hollande

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“No somos cualquier país del mundo, somos la Francia y hemos de llevar los valores de la República más allá de nuestras fronteras”. Estas palabras fueron parte del celebrado discurso victorioso de François Hollande e hicieron recordar los de otros grandes líderes franceses en circunstancias similares, como François Miterrand y Jacques Chirac, al tiempo que hicieron aparecer como un paréntesis los frívolos años de gobierno de Nicolás Sarkozy.

Estas palabras, entroncadas con los valores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad que dieron origen a las aspiraciones de la Modernidad en Occidente, demuestran el sentido histórico que el presidente electo tiene de su desafío en el gobierno. Y es que, de alguna manera, no sólo la socialdemocracia que antes fracasó en buena parte de Europa parece aferrarse al nuevo líder como una tabla de salvación. También lo hacen todos aquellos que ven cómo el sistema de protección social lentamente construido en el Viejo Continente ha empezado a desmoronarse, luego de los duros ajustes hechos por la Unión Europea pero sostenidos por la canciller alemana, Angela Merkel, y por el derrotado por Hollande, Nicolás Sarkozy.

Este capítulo de la historia, inaugurado luego de la crisis financiera del 2008 y considerado el episodio macroeconómico más grave desde la Gran Depresión de 1929, significó la debacle electoral para los partidos socialdemócratas en la mayoría de la región. Las imputaciones a los gobiernos de este sector fueron fundamentalmente dos: incapacidad para gestionar la crisis y fiasco en el ofrecimiento de una alternativa real a la derecha, especialmente en el combate de la desigualdad. Volvió a imponerse entonces una tesis que cada cierto tiempo se formulan los pueblos: si hemos de gobernar con políticas de derecha, mejor recurrir al original y no a la copia.

De este modo, Europa se fue poblando de dirigentes de derecha jóvenes y ejecutivos, menos conservadores en lo valórico y menos ideológicos, pero enérgicos en su adhesión al mercado. Con ellos se habló de la “Nueva Derecha” que incluso fue citada como inspiración por los círculos cercanos al actual presidente de Chile, Sebastián Piñera ¿qué fue de ellos? A la luz de la debacle de Cameron en las Municipales y la de Sarkozy en la Presidencial, es una buena pregunta para ser respondida mientras se escucha la canción del inmigrante armenio-francés Charles Aznavour, llamada C´est Fini.

Ciertamente, el caso de Francia es especial y no sólo por los aspectos simbólicos e históricos citados por Hollande. Este país es la segunda economía más fuerte de la zona euro y un bastión de resistencia del Estado de Bienestar, donde entre otras rarezas para países como el nuestro se propicia la vida digna a los cesantes y artistas, mientras los 65 millones de franceses que componen el poderoso sector público trabajan 35 horas semanales. Ronda la pregunta entonces de si el nuevo presidente logrará salvarlo o hundirá aún más en el descrédito histórico a su sector, del cual por el momento son excepción los socialdemócratas escandinavos.

Un ejemplo del microclima francés es que las reformas laborales basadas en la llamada flexibilidad, que ya se aplican en el resto de la región partiendo por Alemania, ni siquiera fueron insinuadas en Francia en esta campaña presidencial.  Esto se debe, en buena parte, al poder de los sindicatos, los que no estarán dispuestos a callar como si lo hicieron en Italia y, en buena medida, en España.

Por de pronto, de Hollande se sabe que es un dirigente moderado y pragmático, del cual no serían esperables medidas como las tomadas desde 1981 por Miterrand, el primer socialista en dirigir la República luego de la Segunda Guerra Mundial y que, entre otras decisiones, ordenó la nacionalización de la Banca. Su problema es de otra naturaleza: por decirlo de alguna manera, deberá gestionar las acreencias de sus correligionarios del continente y las de su antecesor en el cargo, que entrega una Francia sin triple A, con una deuda pública del 89% del PIB, con un aumento en la cesantía de un millón de personas y un crecimiento anual de sólo 1%.

Pero no sólo de políticas económicas y justicia social será el desafío. Hollande también deberá lidiar con el miedo colectivo al otro, al distinto, gracias al cual se ha alimentado a una ultraderecha europea que crece elección a elección, como se pudo apreciar este fin de semana en Grecia. Habiendo sido tan políticamente insustanciales los años de Sarkozy, otra pregunta que ronda a Hollande es si después de un eventual fracaso volverá a Francia la derecha, o bien habrá que esperar que la amenaza fantasma se materialice en la ultraderecha bien articulada de Marine Le Pen.

En lo que respecta a la alianza conocida como Merkozy o Merkelzy, Hollande ya ha dicho que “Alemania no puede gobernar en nombre de toda Europa”. Luego de implicarse personalmente en la campaña de Sarkozy con una visita a Francia incluida, la canciller Angela Merkel ha realizado un retroceso en las últimas semanas junto con mandar señales de buena voluntad al que se ya se perfilaba como ganador. Entre ellas, apoyar dos de las cinco medidas propuestas por Hollande y que ya anunció que enviará a los jefes de gobierno europeos: reforzar la capacidad del Banco Europeo de Inversión y utilizar los Fondos Estructurales de la Unión Europea para favorecer el crecimiento.

No habría, por lo tanto, una ruptura entre Francia y Alemania, sino una renegociación que necesariamente cambiaría las fórmulas de todo el continente para salir de la crisis. En tal caso, podría repetirse una dupla de signos contrarios, como la que pactaran otrora François Miterrand y Helmut Kohl y que influyó positivamente en la articulación de Europa.

Veremos si ese nuevo cuadro será suficiente para reponer los tintes keynesianos borrados del mapa europeo en los últimos años. Y si de esa manera se honrará de algún modo, como lo prometió Hollande, el legado del La Libertad Guiando al Pueblo de la pintura de la Delacroix.

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