Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 23 de abril de 2024


Escritorio

Oír al consumidor, no al vendedor

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Sábado 16 de junio 2012 10:53 hrs.


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Contrariamente a lo que pensó la industria editorial española, las ediciones de bolsillo no se convirtieron en la solución para los cada vez más perjudicados lectores españoles. Por el contrario, la baja sostenida en las ventas viene, en el caso del libro económico, a ser más pronunciada que en el de los libros de factura más elegante.

¿Cómo explicar este comportamiento de los lectores hispanos? ¿Qué viene a decirnos a nosotros, que nos sentimos tan lejos de una crisis económica, pero con índices de lectura tan bajos como los de sus ventas hoy?

Primero. Constatar que el mercado editorial es una de las primeras actividades económicas que se comprimen cuando el dinero escasea. Una afirmación de perogrullo pero que al tener en consideración que vivimos en una de las sociedades más inequitativas del planeta, la compra de  libros en Chile, por tanto, pasó a ser desde hace mucho tiempo un producto de primer descarte.

Segundo. Que el lector prefiere comprar un libro de mejor elaboración a una edición más sencilla cuando está decidido y puede pagar por él. Lo que viene a confirmarnos lo que ya sabemos. Quienes compran libros en Chile son los  escasísimos lectores de los  grupos más acomodados… basta ver dónde están localizadas las librerías en Chile y el perfil de sus consumidores.

Tercero. Que en la misma medida que se produce la caída de las ventas de los libros en España, ha crecido el mercado de los libros electrónicos. Los lectores hispanos han optado por el formato digital antes de dejar de leer, lo que viene a ser un gran llamado de alerta para nosotros que pareciéramos estar en permanente crisis económica, al menos un sector mayoritario de la población chilena.

Con todo, lo más deseable es que se asiente en Chile cada vez más la idea de que los sueldos y salarios deben subir de manera proporcional a todas las frioleras de millones que danzan en las páginas económicas, de modo que la compra de un libro de 30 mil pesos por parte de un trabajador deje de equivaler al 10 por ciento de su ingreso total mensual.  Pero también es deseable un Estado eficiente en sus gastos, por lo que hacer un leve pero permanente giro en el tipo de compra de textos escolares, por ejemplo, podría ser una importante vía de recaudar recursos para fomentar la alicaída industria editorial nacional. Los textos escolares electrónicos permitirían a las nuevas generaciones relacionarse de manera activa y productiva con el lenguaje digital, que no es otra cosa sino el mundo que les toca vivir y de paso, dejar de alimentar las arcas de las editoriales foráneas. Porque estos libros electrónicos serían producidos por una editorial ligada a la principal universidad estatal que en alianza con otras universidades acreditadas y de calidad especialistas en el tema, tanto desde el punto de vista educativo como tecnológico, haciendo de la experiencia un círculo virtuoso en torno al texto escolar y su eficiencia. Y es que no tenemos porqué seguir los dictámenes de las poderosas y ricas editoriales españolas asentadas en suelo chileno que, prácticamente, obligan al Estado a comprar sus costosísimos textos de estudio de papel cuando podemos seguir el ejemplo del sensato ciudadano español que prefiere el formato digital, y el de mejor factura, cuando se puede dar el lujo.

Con el dinero que el Estado recaude, podría levantar la única editorial que posee, la Editorial Universitaria, con el catálogo de libros más valioso del mercado pero que ve desfallecer en lenta agonía sin ir a su rescate… y es que en Chile no estamos en crisis, dicen, aunque las cifras de la industria editorial indiquen lo contrario.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.