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Cuando vuelve septiembre

Columna de opinión por Antonia García C.
Viernes 7 de septiembre 2012 9:53 hrs.


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Septiembre, inevitablemente, invita a recordar. Es una manera de decir. Para recordar, en rigor, primero hay que haber estado, vivido, participado. Si no estuvimos, ¿Podemos recordar? Algunos dirán que sí, otros que no. Me inclino por el no pero con matices.

Pongamos un ejemplo: yo no recuerdo el 4 de septiembre de 1970, no estuve. Por razones literalmente biográficas no me era posible presenciar la victoria de Salvador Allende, la victoria de la Unidad Popular. Sin embargo, puedo evocar ese pasado, hacerlo presente aún en ausencia de recuerdos personales. Primero porque conozco a otros que sí recuerdan: gente que estuvo, que fue parte. Segundo porque más allá de estos recuerdos, hoy disponemos de gran cantidad de documentos a partir de los cuales es posible “volver al pasado”, en el sentido de interrogar, de dialogar, de comprender, de conocer.

Es cierto que recordar y conocer no es lo mismo. Pero no se oponen. Se complementan. El conocimiento autoriza un vínculo específico con el pasado para todos aquellos que carecemos de recuerdos propios. No estuvimos. Sin embargo, somos parte de una historia que nos precede y nos contempla. Por eso debemos conocer. ¿Quién podría sentirse ajeno a ese pasado que conmemoramos –como pueblo– cada mes de septiembre?

Que la palabra haya quedado en la papelera de la Historia no es razón para abandonarla del todo a su suerte. Pueblo. Me resisto a la nota al pie. A entrar en la cuestión de saber si la palabra sigue teniendo validez o si alguna vez la tuvo. Lo bueno de la palabra pueblo es que la entienden los que la tienen que entender. Pero es cierto que ha caído en desuso, junto con otras palabras que cayeron en desuso. Hasta se podría pensar en un glosario de expresiones que tuvieron sentido durante el siglo XX y que a duras penas han llegado a éste. Pueblo. Compañero. Lealtad. Lucha. Justicia. Solidaridad. Igualdad. Compromiso. (Hay otras). Quizás hayan muerto junto con hombres y cosas. Está claro, en todo caso, que las palabras no tienen vida propia. Precisan una boca que las diga. Una mano que las escriba. Un cuerpo, en todo caso, que las presente. De muchos combates, y de muchas renuncias, está hecho este abandono de las palabras y su remplazo por otras.

Pero volvamos a septiembre. A la posibilidad que tenemos de evocar colectivamente el pasado más allá de itinerarios personales. “¿Cuál de todos?” preguntó, una vez, un escritor nacido en tierras lejanas, poco antes de suicidarse. ¿El pasado? ¿Cuál de todos? La disyuntiva era para él un antes de la segunda guerra mundial o un antes de la primera. En Chile, tenemos nuestras propias disyuntivas cuando nos preguntan por el ayer.

Si de septiembre se trata, ayer puede ser “el 11” y todo aquello que se sitúa entre el 11 y nuestro hoy. Una cronología larga. Interminable. Un pasado, como dijera el historiador Henry Rousso, que no termina de pasar. Pero también puede ser “el 4”. Y todo lo que implicaba el 4. Y lo ocurrido entre el 4 y el 11. Un pasado, en este caso, al que hemos dejado de volver de manera colectiva y que sólo en parte está implícito en las diversas actividades conmemorativas que se llevan a cabo cuando vuelve septiembre.

No es uno de los efectos menores de la dictadura de la junta militar haber generado tanto daño, tantas pérdidas, tanto dolor, que hemos vivido y en algunos casos, nacido, crecido, envejecido, con la atención puesta en el espanto. En el momento del crimen, del “hachazo invisible y homicida”. Ciertos días, pareciera que ese ayer se hubiera robado todos nuestros ayeres y dan ganas de salir a la calle a preguntar por ellos. Por un pasado anterior. Rebobinar la película. Llegar al 11 y pasar de largo. Recorrer los mil días. Volver a considerar, no recordar pero sí entender, lo que ahí estuvo en juego. Llegar al 4 y –aún ahí– seguir de largo, preguntar por hechos y personas. ¿Quiénes hicieron la Unidad Popular? ¿Quiénes la promovieron y acompañaron? Más allá de los rostros visibles, conocidos, ¿cómo eran esos hombres y mujeres? Respecto a los materiales de los que hoy disponemos para examinar nuestros pasados hay grandes obras –como pueden ser las películas de Patricio Guzmán– que permiten responder, por lo menos en parte, a esas preguntas. También disponemos cada vez más de lugares, de espacios específicamente dedicados a la evocación, en los que se conjuga de muy diversas maneras lo que implica recordar y conocer. Son espacios dinámicos, abiertos, que están todavía haciéndose, donde se sigue buscando el modo, discutiendo, cuestionando estos asuntos del presente y del pasado. Porque van juntos. Indisociablemente van juntos. E incluso, como dijo uno: “la memoria es siempre la memoria de alguien que tiene proyectos”. Así es. Así parece ser.

Cada vez que vuelve septiembre, me acuerdo de Olivia Saso. Olivia Saso murió en el mes de julio de este año. Murió sin haber encontrado a su hija desaparecida, Cecilia Labrín, militante del MIR, detenida el 12 de agosto de 1974. A mediado de los años 90, tuve la ocasión de entrevistarme con ella y durante algunas horas –que sí están en mi memoria y a las que puedo volver sin necesidad de prender ningún grabador– esa madre estuvo hablándome de su hija. Repito: hablando de su hija. O sea: no de la muerte posible, probable de Cecilia sino de su vida. De Cecilia niña, adolescente. De Cecilia hija, estudiante, profesional. De Cecilia militante también. Respecto a esto último, Olivia Saso señaló que era una dimensión que había descubierto tardíamente y gran parte de su búsqueda pasaba por la posibilidad de encontrarse con antiguos compañeros de su hija para que éstos pudieran narrarle cómo había sido Cecilia en esa parte de su vida de la que ella, su madre, no había sido testigo: la militancia. A su modo, y a sus años, Doña Olivia Saso no sólo quería recordar, también quería conocer. Y en ese conocer estaba la posibilidad de un ínfimo reencuentro.

Por eso, en este mes de septiembre imagino una movilización distinta. Una liturgia de otro tipo. Imagino que todos aquellos que rinden en estos días homenaje a sus seres queridos, amigos, familiares, compañeros, pudieran concurrir a los lugares a los que se suele concurrir –quiero creer que no siempre serán los cementerios– con un algo en la mano. ¿Cuál era el libro preferido de Juan? ¿La película preferida de Cecilia? ¿Qué música escuchaba Vicente? Algo que se pudiera compartir. Algo que nos hablara de otra manera de las vidas que fueron vividas.

Es que cuando vuelve septiembre, lo que más duele es la vida. Es saber que detrás de esas muertes hubo mucha vida. Y hubo más. Hubo una forma de vida… Hubo una forma de vida… Eso es también lo que en estos días –y en otros días– no deberíamos olvidar.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.