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La furia musulmana

Columna de opinión por Loreto Soto
Jueves 20 de septiembre 2012 19:10 hrs.


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Todo partió como un video de 14 minutos. 14 minutos de un filme que podría haber sido confundido con un proyecto escolar por sus atrocidades técnicas, pero que, sin embargo, desató una ola de violencia que dejó una veintena de muertos, incluido el embajador de Estados Unidos en Libia.

Según han reportado medios de comunicación internacionales, la cinta habría sido estrenada el año pasado en una sala desierta en Hollywood. Y la película habría seguido así, en el anonimato, si no hubiese sido subtitulada al árabe egipcio, por un sujeto que todavía no ha sido identificado.

El video fue recibido por el mundo musulmán como un acto de provocación y ridiculización, lo que desató fuertes protestas, que se han extendido durante toda la semana. Pero el conflicto no terminó ahí. El semanario francés Charlie Hebdo – cuyo sello satírico ya le costó que su sede fuera incendiada por grupos musulmanes en noviembre de 2011 – hizo eco de los acontecimientos y publicó una caricatura de Mahoma tumbado como Brigitte Bardot en Le Mépris de Godard. El periódico agotó los 70 mil ejemplares de su tirada en 24 horas y planea una reimpresión, que se lanzaría este viernes.

Ante las críticas de las autoridades que afirmaron que la publicación sólo había contribuido a “echar más leña al fuego”, el redactor jefe encargado de los textos, Gerard Biard, comentó a El País de España que ellos son “un periódico ateo. Cuando las religiones invaden el espacio de la política, deben asumir las críticas y la caricatura como los políticos”. Biard  emplazó a sus inquisidores y dijo: “¿Cuál es la responsabilidad de un periodista? ¿Contar la actualidad o ceder a la violencia? Creo que es comentar lo que pasa, sobre todo si entra de lleno en la línea editorial como pasa en este caso. Nosotros combatimos las religiones, todas ellas, cuando entran en la esfera pública y política. ¿Cómo se puede justificar que unos periodistas se prohíban tratar la actualidad? La autocensura es el principio del totalitarismo”.

Sin embargo, la explicación no dejó conforme a la Asociación Siria Para la Libertad, que presentó una querella contra la revista aduciendo “incitación al odio”, ni a la Asociación de Musulmanes de Meaux, que oficializó una demanda por “difamación” e “injuria pública”.

Y es precisamente allí donde surgen las dudas respecto de los alcances de la libertad de expresión que se cuelan en este caso. Si bien, las autoridades francesas han asegurado que esta garantía es un “bien intangible” dentro de su país, al mismo tiempo, se prohibieron manifestaciones en contra de la película. El Primer Ministro, Jean-Marc Ayrault indicó que “no hay ninguna razón para dejar que lleguen a nuestro país conflictos que no conciernen a Francia”, pero ¿no es eso coartar el derecho a la libertad de expresión de cerca de tres millones de ciudadanos musulmanes que, según la ONU, residen en Francia?

Probablemente muchos dirán que existe una sobrerreacción frente a una cinta que parece casi infantil. Sin embargo, no hay que perder de vista que la libertad de conciencia y de credo también es un ámbito esencial en la protección a los derechos humanos. Aquí no estamos hablando de una representación artística que lanza una crítica a las prácticas religiosas, sino que es una burla deliberada en contra de millones de personas que profesan una religión, una de las relaciones más íntimas y complejas en la vida de un ser humano. En especial, si se trata de una que juega un rol tan determinante en la cotidianidad de quienes la profesan.

Tampoco hay que desconocer que la grave violencia desatada no tiene su germen en el controvertido video, sino que más bien funcionó como una válvula de escape frente a un descontento acumulado contra del trato que el mundo musulmán ha recibido de parte de Occidente, tal como ha sido advertido por analistas internacionales. Histórico ha sido el respaldo a dictadores locales, el apoyo de más de medio siglo a Israel en la ocupación de los territorios palestinos, la invasión a Irak para eliminar armas nucleares que no existían y, en el caso de Estados Unidos, las torturas a los prisioneros en Abu Ghraib y Guantánamo, además del racismo agudizado que se produjo después del ataque a las Torres Gemelas. En Europa, en tanto, varias han sido las medidas –como la prohibición del uso en público de la burka  – para corretear a quienes no son blancos ni cristianos.

Los expertos también apuntan a la manipulación de dirigentes fundamentalistas que aprovechan estas circunstancias para sembrar odio en cientos de jóvenes que son los que, finalmente, salen a las calles a protestar. Jóvenes que hoy viven en naciones inestables políticamente, invadidas, que luchan contra el desempleo y que, además, han crecido bajo el “ninguneo” del resto del globo.

Si bien, esta no es la primera vez que publicaciones o películas de un cariz similar han generado las mismas reacciones, es hora de sentarse a pensar en el respeto y la dignificación de la vida humana en todos sus ámbitos y expresiones. Y es que como avanza el tiempo, cada vez retornamos a la más básica de las premisas de convivencia en sociedad: mi libertad se termina cuando se topa con la de otro.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.