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El gran patrón de nuestra política exterior

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Sábado 29 de septiembre 2012 23:02 hrs.


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Lo único que puede explicar los irritantes privilegios que las Fuerzas Armadas mantienen en materia de recursos, previsión, salud e, incluso, justicia, es que no se avance nada hacia la solución de nuestras controversias vecinales, que se mantenga latente la posibilidad de un conflicto armado con Bolivia y Perú o la posibilidad de revivir hostilidades entre Argentina y Chile. El hecho de que nos hayamos consolidado como una potencia bélica, y nuestros presupuestos militares sean escandalosos en relación a lo que gastamos, por ejemplo, en educación tiene como excusa la eventual defensa que podrían hacer los militares de nuestra soberanía.

De esta manera, ninguno de los gobiernos pos dictadura ha tenido el coraje de restringir la adquisición millonaria de armamentos y reubicar a las fuerzas castrenses en el organigrama institucional donde todavía la parafernalia de las charreteras siguen teniendo inusitada presencia en los actos y festividades públicas y que debieran tener a la civilidad como protagonista. Septiembre, en este sentido, nos brinda cada año una muestra del dispendio de las paradas militares y de las temibles y onerosas armas que nuestro país adquiere y que a los pocos años se obsoletan o van desbaratándose en los ejercicios que entretienen a nuestros uniformados. La historia demuestra que los aviones de guerra y artillería cuando más efectivos han sido es apuntando hacia el palacio de La Moneda y a nuestro propio pueblo.

Hemos vivido aguardando la posibilidad de que algún gobernante tenga la entereza de proponer un arreglo a la demanda marítima boliviana y una solución definitiva a nuestras correspondientes proyecciones oceánicas con el Perú. Con insistencia, expertos y visionarios nos señalan la conveniencia de un nuevo y definitivo acuerdo en el norte que potencie las relaciones con nuestras naciones hermanas, las lleve a explotar en conjunto los prodigiosos recursos de nuestro Desierto y, por supuesto, nos permita a todos renunciar a la carrera armamentista. Reorientando nuestros caudales públicos en favor de inversiones productivas y mancomunadas que siempre se han demostrado ser la mejor inversión a favor de la paz entre los pueblos.

Pero lo que ha ocurrido, sin embargo, es que nuestra Cancillería ha venido burlando la confianza de los distintos gobiernos bolivianos en la promesa de que atenderemos oportunamente sus demandas dentro de un arreglo bilateral. En el gobierno anterior, un grupo de periodistas chilenos invitados a La Paz quedamos sorprendidos con la ingenuidad de Evo Morales y su ministro de RR.EE confiados en que la Presidenta Bachelet les otorgaría la tan ansiada salida al mar que perdieron en la Guerra del Pacífico, de manos justamente de nuestro superior poder de fuego. Poco tiempo después, entre pichangas futbolísticas y sonrisas oficiales, las autoridades bolivianas parecían de nuevo esperanzadas en que Sebastián Piñera pudiera encarar una solución.

Ahora, finalmente, ya se sabe que nuestra Cancillería se mantendrá intransigente con lo dispuesto por el Tratado de 1904 el que, sin duda, consolidó una rendición y un armisticio impuesto por el vencedor al país que perdió soberanía sobre vastos territorios que después han sido los que más riqueza le han aportado a nuestro país. Ni siquiera un corredor hacia nuestra inmensa costa que tuviera presente compensar mínimamente, siquiera, los inmensos yacimientos y reservas de cobre que hemos explotado por más de un siglo en lo que fue de Bolivia. Felizmente con Perú existe la voluntad mutua de respetar un arbitraje internacional; de esta forma es que  esperamos que la decisión, cualquiera sea, resulte acatada por ambas naciones y no se busquen después del laudo pretextos para volver a tensionar nuestras relaciones.

En efecto, los últimos presidentes de nuestro país no han sido estadistas y, por ende, ni visionarios y líderes en materia de relaciones internacionales. Abyectos, en general, a los intereses de los Estados Unidos y de las grandes potencias mundiales, la verdad es que por años hemos estado a contrapelo con América Latina y la multiplicidad de iniciativas encaminadas a consolidar nuestra área regional. Ufanándonos, por el contrario, de pertenecer a organismos multinacionales como la OCDE que lo más que nos señalan es nuestra inferioridad, los niveles escandalosos de nuestra inequidad interna, como los enormes rezagos que mantenemos respecto de países que, sin tanta pretensión, crecen y distribuyen su ingreso mejor que el nuestro. Además de fundar su desarrollo en objetivos como la igualdad y la solidaridad, en vez de aquellos fríos y engañosos guarismos macroeconómicos con que hace gárgaras nuestra clase política.

El Presidente Piñera acaba de enfatizar que “los tratados se firman para cumplirlos y que “Chile va a defender con toda la fuerza del mundo nuestro territorio, nuestro mar y nuestro cielo”. Una bravata patriotera pueril cuando su gobierno es precisamente uno de los que ha seguido cediendo soberanía a las inversiones extranjeras que hoy  se plantean inamovibles en nuestro subsuelo, ríos, bosques y Océano. Incluso,  en Pascualama, donde rozamos, justamente, el cielo. Al tiempo de dominar nuestro sistema financiero y servicios fundamentales, como la energía y el agua.

Imaginamos lo satisfactorio que debe resultar para nuestros gallardos oficiales una amenaza presidencial que, indiscutiblemente, concibe en nuestra superioridad militar la posibilidad de defender con ira bélica nuestra pretendida soberanía. Garantizándole una oportunidad magnífica a nuestras Fuerzas Armadas para mantener o aumentar sus recursos y dotaciones a la hora que se inicia la discusión sobre el nuevo Presupuesto de la Nación.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.