Mientras Townley y Berrios preparaban asesinatos, en el segundo piso escritores como Lafourcade, Nicanor Parra y Carlos Franz eran integrantes de un taller literario organizado por Mariana Callejas.
“Michael era muy hábil con las manos”, se jactaba la mujer del norteamericano.
La compañía La Fusa anuncia durante la celebración de los 20 años del teatro a Mil, una gira nacional de la obra El Taller, compañía La Fusa, durante el mes de enero. Lo hace en el marco de este encuentro teatral del mundo entero, que desea extenderse por todo el país no solo en enero, sino que a lo largo del año, como lo señalan Javiera Parada y Andrés García ejecutivos de la Fundación FITAM
La actriz Carmina Riego, a quien viéramos en la película “La fiebre del loco” y en teleseries como “Finasangre”, cuenta que la pieza en un acto y tres cuadros ya fue estrenada en el teatro Lastarria propiedad de Luciano Cruz Coke y en el GAM.
Esta sería la noticia, ahora vamos a la especie de backstage.
El Taller, drama escrito por Nora Fernández, que actúa en él, alude al atelier literario que funcionaba en la casa arrendada por la DINA en Lo Curro para que trabajaran Michael Townley y Eugenio Berríos. En este lugar, Mariana Callejas, mujer del asesino de Prats y Letelier, organizó un taller literario en el cual participaron entre otros, Nicanor Parra, Pablo Huneeus, Carlos Franck, Enrique Lafourcade y Carlos Iturra.
Los escritores ignoraban que en el primer piso de noche se torturaba y durante el día Eugenio Berríos experimentaba con gas sarín y Townley seguramente hacía pruebas con conexiones eléctricas a explosivos.
“Me pareció tan atractivo y delirante que un grupo de escritores se instalara en medio de ese espanto a elucubrar sus proyectos narrativos con absoluta ceguera sobre lo ocurría en sus narices, que es la metáfora perfecta de una época, y una forma interesante de plantear el rol de la creación frente a los tiempos que le toca vivir”, señala la autora Nora Fernández quien además actúa en la obra dirigida por Mauricio Leonard.
Aun cuando Iturra participaba en la redacción de los discursos de Pinochet, es improbable su conocimiento del acontecer cotidiano debajo de donde ellos escribían y leían sus creaciones, bebían sus vinitos y fumaban sus buenos porros de marihuana. Algo de sexo hubo, me confirma Carmina.
En enero del año 2000 mi madre residía en la parcela Limanke, cerca de San Fernando, sexta región. Un primo adoptivo era el dueño de casa y una tarde, durante un asado me presentan a una señora sesentona a quien llamaba Inés.
Al rato me confiesa su nombre: Mariana Callejas y la literatura su profesión. Atónito, la dejo hablar y solo al cabo de un rato la interrumpo para decirle algo que ni siquiera la inmuta: “Supe que engañaste a Michael Townley con A.L”.
“Si, fue una aventura, pero sabes, AP tenía una citroneta y en una oportunidad quedamos en panne. ¿Me vas a creer que fue incapaz de hacer partir el auto? Michael en cambio es tan hábil para esas cosas y volví con el”
Ya bien irritado con su presencia, pero además de lo burdo de su concepto de las relaciones, le comento: “Pero si no me cabe la menor duda que Michael era un genio con sus deditos, por algo hizo volar por los aires a Orlando Letelier y ustedes asesinaron a Prats y casi lo logran con Bernardo Leighton”. Y cambié de asiento.
Callejas es una persona que lo deja a uno en la duda o es volada, o es limítrofe o es mala con ganas. Todo lo que dice emerge como demencial, tanto en los tribunales como en sus conversaciones.
Pagó con reclusión por algunos años crímenes realmente graves, que terremotearon la historia del terrorismo no solo de Chile sino que de Estados Unidos, Italia y Argentina.
Solamente alguien que tiene la insania tangencialmente pegada al mate, puede armar un taller literario en un centro de tortura en los faldeos cordilleranos, a un kilómetro donde después Pinochet constituiría su bunker.
Imagino a Nicanor Parra, que en ese tiempo flirteaba a los 70 años con una joven de 18, a Lafourcade que de pro Pinochet pasó a la neutralidad, para ponerlo de alguna manera, o al pobre Carlos Franz o al Pablo Huneeus aprendiendo que esas veladas de voladura tenían como epílogo sesiones de terrorismo represivo, donde el gas sarín y las mostazas venenosas de Berrios iba a acabar con la vida de Presidentes (Frei) y cientas de NN mientras Michael Townley ensamblaba las piezas de la muerte.