El 29 de noviembre ya estaba marcado en rojo, pero con amargo, en el calendario de Palestina. Un día como éste, pero en 1947, Naciones Unidas decidió partir el territorio histórico de esa nación para dar origen al estado de Israel. El consenso entre las potencias desequilibrantes de la época, Estados Unidos y la Unión Soviética, más la hipersensibilidad existente respecto al horror del Holocausto, hicieron posible la decisión, a pesar de que unánimemente todos los países de la región se opusieron.
En aquel tiempo, el debate se dio incluso entre los partidarios de Israel. La reconocida intelectual judía, Hannah Arendt, por ejemplo, se preguntaba si era necesario crear un territorio y un estado nación para el pueblo judío, al mismo tiempo que sostenía que una comunidad instalada contra la voluntad de todos los vecinos, iba a estar condenada al aislamiento y la violencia desde y hacia su territorio. Sus palabras resultaron proféticas.
Como consecuencia de aquella decisión de 1947, un 55 por ciento del territorio fue entregado a Israel y un 45 a Palestina, cifra que llegó a 78 por ciento contra 22 luego de la invasión de 1967.
Por todos estos motivos, la decisión del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, de llevar la decisión a la propia ONU en un día como éste, salda deudas con la historia y con el orden político mundial. Ya desde la época de Yasser Arafat, la causa palestina fue volcando muy lentamente a su favor a la diplomacia internacional hasta llegar a este punto, en el cual la posición de Israel y Estados Unidos es del todo minoritaria. En Europa, las presiones apenas alcanzaron para el rechazo de República Checa y la abstención del Reino Unido y Alemania, mientras el resto del viejo continente, la totalidad de la Liga Árabe y la mayoría de América Latina apoyaron la solicitud. En nuestro continente, el país que votó en contra es apenas el más sensible a la presión del gobierno de Obama: Panamá. Este apoyo contundente ya se preveía hace algunos meses, con motivo del reconocimiento de Jerusalén como Patrimonio de la Humanidad en la UNESCO, por solicitud de Palestina, votación que fue considerada una antesala a la sesión histórica del día de hoy.
El solo reconocimiento, además de su valor simbólico, modificará las relaciones en la región, hasta ahora asimétricas. Por de pronto, lo que más preocupa a Israel –y a Estados Unidos- es que ahora Palestina podrá recurrir la Corte Internacional de La Haya y denunciar ante esa instancia crímenes de guerra. Por ello, la diplomacia estadounidense ha amenazado con sanciones económicas a Palestina para que no presentara la solicitud, acción que ahora sabemos el efecto que tuvo.
La votación también entrega elementos sobre las relaciones de poder al interior de la causa palestina. En un cambio de postura, la solicitud de la ANP contó con el apoyo explícito de Hamás, lo cual supone una distensión en las conflictivas relaciones entre esta organización y Fatah, asunto especialmente importante porque Hamás ha ido adquiriendo una creciente legitimidad internacional. Esto, de hecho, se expresó en las recientes negociaciones con Israel, Egipto y Estados Unidos, durante la operación Pilar Defensivo en la Franja de Gaza, cuando fue reconocido de facto como interlocutor.
Por último, la votación de este 29 de noviembre en la ONU supone reponer todas las resoluciones internacionales sobre Palestina, las que sistemáticamente han sido ignoradas. Entre ellas hay algunas claves para la situación futura de la zona, tales como: la retirada de Israel a su territorio anterior al que ocupó en 1967; la necesidad de la existencia de dos estados con continuidad territorial; un acceso equitativo al agua, situación que en el caso del actual territorio palestino se vuelve dramática y no sólo limita la vida humana, sino también las posibilidades productivas; el fin de los asentamientos de colonos israelíes; y las políticas de reparación a los refugiados, para que puedan volver a sus antiguos territorios.