Cuando No es NO

  • 26-01-2013

A cuatro semanas de resolverse la inédita carrera de un concursante chileno por el Oscar a la mejor película extranjera crecen las expectativas y las dudas por la suerte del cuarto largometraje del director Pablo Larraín.

Desde luego, No enfrenta una competencia que parece imbatible, la de Amour, del austríaco Michael Haneke, favorita de la crítica y ganadora en todos los certámenes en que se ha presentado.

Pero la chilena tiene posibilidades de ganar por las mismas razones por las que fue nominada. Los motivos no se anuncian oficialmente, pero es fácil deducir que la historia de la campaña publicitaria que se desarrolló en torno al plebiscito presidencial de Pinochet terminó por atraer la atención del público extranjero.

La atención por el caso chileno  se circunscribió, a partir del golpe de 1973, al cruento derrocamiento del Presidente Allende por los militares encabezados por Pinochet. Menos conocida la operación que llevó a cabo el dictador para seguir “constitucionalmente” en el poder, puede que esta historia haya capturado ahora el interés internacional.

En Chile, en cambio, se trata de algo transmitido generacionalmente, con decidoras imágenes de la franja del No que reaparecen siempre en televisión más o menos furtivamente, cuando de recordar se trata. Por eso, tal vez, la crítica extranjera ha alabado el film más que la nacional. Hay más novedad para aquélla que para ésta, en un contexto en el que aparecen incluso iniciativas ajenas a la campaña estratégica para posicionar al candidato al mejor film extranjero.

Por ejemplo, Steven Spielberg ha incorporado en su promoción de su propia candidata a la mejor película, Lincoln, imágenes y testimonios de estadistas contemporáneos, entre ellos Michelle Bachelet, a quien muestra a punto de dejar el poder y en su actual posición en Naciones Unidas.

Pero no hay que exagerar tampoco. La Academia de Hollywood se inclina muchas veces por producciones industriales que no son artísticamente las mejores. En este sentido, si bien no compartimos el juicio de algunos críticos chilenos de que No no es buen cine, agregamos que tampoco es gran cine, aunque es solvente, con una cinematografía que se impone y que revela a un realizador en plena posesión de su oficio, como ya lo mostrara en Tony Manero, su segunda obra.

A algunos podrá gustarles o no que Larraín haya rescatado las imágenes de la franja de 1988 según la técnica de entonces, pero más importante que eso es la contradicción entre acudir a tal recurso y sus declaraciones de que no pretendió hacer un documental.

Lo que puede agradar a la Academia es la apelación que hace el director a uno de los tics más caros a la industria hollywoodense: el del uno contra todos, el héroe que debe enfrentar la incomprensión de los demás.

En efecto, el publicista encarnado  por el mexicano Joel García Bernal –que hace aquí de un chileno retornado- vive la soledad al enfocar la campaña por el No resaltando lo que viene y no el feo y triste pasado. Todos sabemos que fue un equipo de creativos el que se impuso a los políticos de los 17 partidos movilizados contra la dictadura.

Seguro que existieron intensas discusiones entre los publicistas y eso se muestra, al igual y que los ríspidos enfrentamientos con los dirigentes partidarios, pero la prevalencia de la imagen del arco iris y el contagioso canto “la alegría ya viene” surge sin mayor desarrollo, como hechos al que no se impone mayor resistencia.

El desenlace del plebiscito es también casi documental, a pesar del aserto de Larraín con ocasión de la reposición en cines de su película: ”Yo no hago documentales ni tampoco trozos que tengan un rol historiográfico”.

Después de las definitorias palabras del general Mathei al llegar en la noche a La Moneda y la  cuenta final del subsecretario Cardemil, en muchas partes de Chile se vivió la misma escena: los opositores congregados en reducidos círculos se quedaron perplejos y sin palabras, hasta que se daban tímidamente la mano diciendo, “entonces … ganamos”.

¿No es acaso una suerte de documental social el registro de tales escenas en las últimas secuencias?

En clave interpretativa, en la producción se esbozan conceptos como el que manifiesta el personaje interpretado por Antonia Zegers (pareja del director en la vida real): “Este plebiscito es decirle que sí a la Constitución de Pinochet y es aceptar su figura”.

Es lo que sostenían los más radicales y los comunistas, antes de decidir inscribirse en los registros electorales y votar.

Es lo que proyecta al propio realizador al finalizar el filme. Después que un político se felicita por el triunfo logrado (causando las risas de la platea), el personaje de García Bernal se retira lentamente de escena. Es de nuevo el “solo contra todos”, porque empieza sentir premoniciones de lo que vendrá: “Lo importante para mí en la película es cómo negociamos con un modelo del cual hemos abusado hoy día. La idea de que haya instituciones como las isapres, el sistema médico y la educación, que están diseñados por un sistema de lucro versus un país que luchó por equilibrar las cosas. Ese pacto con esa lógica social se hizo en el plebiscito”.

Esto no lo manifiesta el protagonista en el último plano, porque no se trata de un panfleto ni una proclama, sino que lo dijo el director en un artículo de prensa.  El problema es que la imagen fílmica es tan sutil que sólo cabe atribuirle al realizador que para él cuando se dice No el significado es No.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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