“Estoy muy preocupado por las informaciones relativas a los ataques aéreos realizados por el ejército israelí en Siria”. Las palabras, hoy, del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, reflejan la inquietud general sobre los sucesos de las últimas horas en Siria, sucesos cuya naturaleza es, hoy por hoy, muy difícil de determinar.
Según el régimen sirio, Israel bombardeó en la madrugada de este domingo tres posiciones militares, en el noroeste de Damasco, con misiles lanzados desde aviones que, procedentes de Israel, habían sobrevolado el sur de Líbano. La cancillería siria, en una carta al Consejo de Seguridad de la ONU, afirma que el ataque provocó muertos y heridos, así como graves destrucciones.
Un responsable israelí ha confirmado la operación militar, explicando que, también en esta ocasión, se trataba de impedir que misiles iraníes acaben en manos del movimiento chiíta libanés Hezbolá. Irán no ha tardado en replicar. Echando un poco más de leña al fuego, el general Ahmad-Reza Purdastan, jefe del ejército de tierra iraní, se ha declarado dispuesto a “entrenar” al ejército sirio.
El vecino Egipto y la Liga árabe han condenado la operación israelí en territorio sirio y han pedido al Consejo de Seguridad de la ONU que intervenga rápidamente. Estados Unidos, por su parte, ha justificado que los israelíes traten “de protegerse contra la transferencia de armamento sofisticado a organizaciones terroristas como el Hezbolá”, en palabras del presidente Barack Obama.
La implicación directa de Israel y del Hezbolá libanés en el conflicto sirio, que ha provocado más de 70.000 muertos según la ONU, podría marcar un giro en esa guerra que, entre bambalinas, observa atentamente un Irán que el 14 de junio celebra elecciones presidenciales.